En la biblioteca de mi casa hay un hueco desde hace algunos años: el que guardo para Tu rostro mañana, de Javier Marías. No sé por qué, tal vez porque sepa lo especial que va a ser, todavía no me he sentido capaz de enfrentarme a la que es considerada su obra más ambiciosa. Siempre la tengo localizada en mi librería de cabecera, Tipos Infames, y muchas veces he pensado que podía ser el momento de encararla, pero al final siempre me frenaba algo, como cuando te cuesta afrontar lo inevitable, como cuando sabes que, una vez que la termines, habrá una página que se habrá cerrado.
Ayer falleció el que en mi opinión es, con gran diferencia, el mejor escritor español de las últimas décadas. Al espacio polvoriento que le reservo en mi salón le flanquean un puñado de obras con las que he disfrutado con una profundidad a la que sólo Marías y, quizá Ian McEwan, hayan sido capaces de llevarme. Corazón tan blanco, Mañana en la batalla piensa en mí, Los enamoramientos, Berta Isla o Tomás Nevinson son páginas a las que la palabra disfrute se les queda pequeña. Con Marías todo llegaba a otro escalón.
El escritor madrileño tenía una técnica irrepetible para llevarte de su mano y, de alguna manera, expandir tu capacidad de pensamiento y entendimiento. La mayoría de autores entretienen; Marías trascendía, mostrándote cada uno de los ángulos de nuestra forma de proceder y, sobre todo, enfrentándonos a nuestras aristas. Con sus libros ocurría algo maravilloso: eras capaz de entender en un mismo capítulo todas las caras de la verdad, pasabas de identificarte con la postura de alguien a, unas páginas después, pensar que era un desgraciado.
Yo a Marías lo leía siempre con una sonrisa de admiración, agradeciendo que me pusiese en situaciones cotidianas y me mostrase que no todo es tan sencillo, lo humano que es ser complejos, lo complejo que es ser humanos. Fantaseaba con que convirtiese sus dos últimos libros en una trilogía, que crease algo maravilloso con Bertram Tupra, genial secundario de estas obras; deseaba de forma enfermiza que llegase el año en que publicase su siguiente novela. De alguna manera, cada vez que he leído a Marías he evolucionado, he crecido, he ensanchado mis capacidades.
La noticia de su fallecimiento ayer fue devastadora, me asaltó por sorpresa escuchando la radio camino de Madrid. En cuanto llegué a casa, me senté junto a la biblioteca, cogí con mimo cada uno de sus libros que he leído y me recreé repasando los textos de sus contraportadas, recordando fragmentos que se me quedaron para siempre. Pero, sobre todo, me fijé en un hueco que nunca se había notado tanto. Sí, quizá haya llegado el momento de cubrirlo y de cerrar una página irrepetible.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.