¿Cuál es la franja de edad en la cual uno puede hablar de crisis de los cuarenta? Entiendo que es raro que alguien de 55 afirme estar pasándola, aunque hoy no se sabe, que he visto a señores de setenta calzando unas New Balance; también sería extraño que un chaval de 22 lo dijera tras tomarse un chupito de Jager. Pongamos que tendría sentido que cinco, por arriba y por abajo, fuesen los años en los que uno puede padecer este momento de reconfiguración, un periodo de diez años en el que la reflexión vital y las costumbres ridículas para no aceptar que se envejece confluyen en lo que todos convenimos en llamar crisis de los cuarenta. En mi caso, estoy justo en la frontera, así que una pasión reciente me ha hecho plantearme si estoy atravesando esta etapa.
Pongamos sobre la mesa los síntomas. Llevo algo más de un mes consumiendo de forma obsesiva e insana freestyle. Batallas de improvisación de rap, para que todos lo entiendan. El algoritmo de TikTok debió de pensar que era buena idea mostrarme una y, a partir de ahí, empecé a encadenar vídeos y más vídeos de esta disciplina. A mis 34, como si fuese un chaval espiando la vida del cantante al que idolatra, me he tragado los grandes hitos de los últimos años en la Batalla de Gallos de Red Bull (el ‘randed content por antonomasia), tanto nacional como internacional, en la FMS (que viene a ser la liga), en God Level, Supremacía e incluso exhibiciones. Aczino, WOS, Chuty, Gazir, Valles T, Rapder, Skone, Blon, Sara Socas o Bnet (mi preferido) no eran nadie para mí en junio. Hoy puedo contarte el palmarés de cada uno de ellos.
Por si no fuera suficiente, esta filia por rimas y métricas la he extendido también a otros idiomas. Hace un par de semanas logré que mi pareja, mi hija y yo fuésemos a ver en las fiestas de San Sebastián la exhibición de ‘bertsolaris’, algo así como el freestyle en euskera, una maravilla de tradición que espero que nunca se pierda. De pie ahí, en medio de la Plaza Easo de Donosti, sintiendo el sueño por haber trasnochado repasando alguna competición de 2017, fue cuando me pregunté por primera vez: ¿Será la crisis de los cuarenta? Acto seguido, pensé: Si lo es, que eso parece, por lo menos saquemos algo en positivo de este periodo. Y así lo hice.
Consumir compulsivamente estos contenidos me ha recordado algo fundamental: no es tan importante lo que uno dice, como lo que se interioriza escuchando. La magia de la improvisación, en mi opinión, está en escuchar al otro. Muchos llevan rimas ya preparadas, algo que canta muchísimo, y otros sólo prestan atención a su propio discurso. Los que casi siempre ganan son aquellos que integran con brillantez en su improvisación lo que su rival ha dicho. No vences con un monólogo, lo haces con una conversación, con la escucha activa, desmontando los argumentos del otro para construir los tuyos propios.
Saber escuchar es una de las armas más potentes que podemos emplear en nuestro día a día. Un arma no tan común. Es demasiado habitual que, mientras que alguien te habla, tú estés ya intentando colar el principio de tu frase, claro síntoma de que ya has dejado de escuchar; o también es común que la cabeza empiece a pensar si tienes chocolate negro del 85% en casa cuando el otro habla o que, sencillamente, sólo estés esperando a decir lo tuyo. Cuando eso pasa, puedes “ganar” un debate, pero nunca tendrás una conversación que aporte y, por supuesto, nunca convencerás.
En fin, todo parece apuntar claramente a la crisis de los cuarenta. Si alguien me ve por la calle vistiendo camisetas XL de basket o llamándole bro, por favor, que no se asuste y, sobre todo, que me compadezca. Ya sabéis que estoy atravesando esa etapa.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.