Si alguien me preguntase qué he hecho este verano, le contestaría que sudar, cambiar pañales y escuchar podcast de forma compulsiva en Sonora, la nueva aplicación para este formato que podríamos calificar como “el Netflix de los podcast”. Despertarme muy temprano por la mañana, calzarme las zapatillas de deporte, coger los airpods y lanzarme a andar un par de horitas escuchando embobado la historia de un robo de unas obras de Francis Bacon, un biopic de Florentino Pérez o cómo unos chavales vacilaron a toda la comunidad de las terapias alternativas creando el fecomagnetismo. “Cómo vender mierda”, se llama la historia, por si no se entendiese mi explicación.
Recuerdo estas mañanas de verano como un momento de conexión conmigo mismo, pero también con el orgullo que compartes con muchos otros cuando ves o escuchas una buena historia. Qué manía tenemos con llamar desconexión al momento en que dejamos de trabajar, apagamos los teléfonos o, sencillamente, decidimos relajarnos dando un paseo. ¿Desconexión? A mí más bien me carga las pilas. Y me relaja. No sólo de mis quehaceres diarios, sino también de la cantidad de información que consumo en el resto del día. Estas mañanas de verano ha habido mucho de entretenimiento y muy poco de actualidad. Ya no me cabía mucho más de esta última.
Hace unos días leía un informe compartido por mi colega Iñigo de Luis Rodríguez, especialista en estrategia de medios y del Athletic de Bilbao (un tipo de gustos exquisitos). El reputado Digital News Report, impulsado por la Universidad de Oxford y Reuters, mostraba que el interés por la actualidad se estaba desplomando en todo el mundo y, especialmente, en España, donde caía treinta puntos con respecto al último informe. Si os soy sincero, a mí esta información no me ha sorprendido, sólo constata algo que cada vez veo más a mi alrededor: nos hemos cargado el juguete de la actualidad.
Twitter como medio de comunicación, cada personaje relevante teniendo que manifestarse por cualquier cosa, por inverosímil que sea, un acceso a través de redes cada vez mayor a la actualidad de lugares que antaño ni conocíamos, Ferreras y su minuto y resultado, tertulianos y todólogos en el prime time del sábado noche, hasta El Hormiguero teniendo su propio, variado y variopinto comité de expertos todos los días… Además de, por supuesto, unos últimos años de Covid, catástrofes climáticas y una guerra en Europa que lo han facilitado. Estamos más saturados de información que la memoria de Matías Prats.
Por no hablar de la calidad de la misma, que, salvo honrosas excepciones, deja bastante que desear. Entiendo perfectamente que la gente, yo el primero, hayamos recurrido a otros formatos para evadirnos. Formatos más reposados, que no hacen que tengas que comer ansiosamente chocolate pensando en el terrible mundo en el que vivimos, formatos que te reconcilien con el placer de entretenerte y aprender. Formatos de calidad. En contraposición al declive del consumo de actualidad está el auge de los podcast o de la lectura de libros, que felizmente vuelve a crecer durante algunos años consecutivos. Con ellos no disfrutas del minuto y resultado, sino del partido completo.
Un informe como éste debería hacer que las alarmas de los medios de comunicación de todo el mundo, especialmente los españoles, sonasen a todo volumen. Pero también las de todos los que podemos hacer algo. Conocer lo que pasa a nuestro alrededor, entender el día a día, es básico para comprender lo que nos sucede. Un informe como éste debería espolear a quienes trabajan en la actualidad a aprender de formatos como los citados y decidirse de una vez por todas a hacer un contenido riguroso de calidad y que no actúe como spam. Estoy convencido de que en mis paseos matutinos lo consumiría gustosamente, algo que hoy ni se me pasa por la cabeza. Pónganse manos a la obra para que esos treinta puntos sean sólo un lapsus.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.