Opinión David Ruipérez

Resurrección virtual

Hablar con una máquina puede generar dependencia y mantener la fase de duelo abierta, en una espiral perversa que conduce a un sufrimiento mayor.

Bien es sabido que el sector funerario suele salir bastante indemne de las crisis económicas o los vaivenes políticos. A pesar de que no puede haber inversión más estéril que el gasto en flores, ataúdes, nichos o velatorios, el dolor por la pérdida de un ser querido invita a no reparar en gastos. Las empresas que trabajan con difuntos sufrieron un recorte de sus ingresos cuando el IVA de sus servicios subió del 8 al 21% en 2012, pero en los últimos años el crecimiento es sostenido. De los 1.430 millones de euros de 2016 pasamos a 1.700 millones en 2020, nada menos que el 0,15% del PIB de España, según el último informe de la Asociación Nacional de Servicios Funerario (Panasef). En resumen, la muerte nunca ha sido un mal negocio aunque, sobre todo cuando llega de forma inesperada, trágica o a edades tempranas, desgarre el alma de los familiares y amigos de la persona que se va.

Es por ello que la Ciencia, con mayúsculas, pelea cada día con la posibilidad de hallar nuevas formas de retrasar o evitar la muerte, mientras que la ciencia-ficción plantea como tópico recurrente la posibilidad de hacernos inmortales o revivir a los muertos, algo potencialmente lucrativo. Y lo cierto es que, una vez más, los futuros semidistópicos de series como Black Mirror se van materializando gracias a la tecnología. Ya hemos leído sobre los intentos de Microsoft, Google o Amazon, a través de Alexa, por poder recuperar cierta interactividad con personas que no están en este mundo. Los obstáculos a nivel técnico no son insalvables, la pregunta no es si es posible “hablar” o chatear con un muerto, sino si es conveniente hacerlo.

Hace no tanto tiempo, los recuerdos de la persona fallecida se limitaban a la memoria humana y un puñado de fotos. Actualmente, como la memoria se atrofia por momentos al no necesitarla tanto, lo que tenemos son miles de fotos y vídeos de cualquier persona corriente que no se comporte como un ermitaño. Ahí está la clave, las grandes empresas tecnológicas tienen a su disposición nuestro registro de voz, vídeos e imágenes, miles de conversaciones en chats, emails escritos a lo largo de una vida, comentarios en redes… Aunque a veces sea como darse con una pared, los asistentes virtuales pueden mantener una conversación razonada con cualquier ser humano de carne y hueso. Recrear virtualmente a la persona fallecida resulta relativamente sencillo, y podría interactuar con nosotros, contestarnos a algunas preguntas, pronunciar las frases adecuadas, etc. Muchas personas que enviudan tras una larguísima relación de pareja suelen hablar al vacío y comentar cosas a la persona fallecida como si estuviera allí. Hasta cierto punto es normal e inofensivo. Ahora bien, ¿sería beneficioso desde el punto de vista emocional poder conversar con un altavoz o un avatar que nos contesta con la voz de un conocido que murió?

La respuesta de psicólogos y otros expertos es que, por lo general, “no”. Hablar con una máquina, por mucho que esta escriba o hable de la misma forma que alguien que conocimos, puede generar dependencia y mantener la fase de duelo abierta, en una espiral perversa que conduce a un sufrimiento mayor.

Sin embargo, la tecnología puede ayudar también a lo contrario, a cerrar heridas y a superar un poco el dolor por la ausencia. Por ejemplo, la pandemia impidió estar juntos y darse apoyo mutuo en velatorios, entierros o en los últimos momentos. Las conexiones remotas con vídeollamada fueron un pequeño bálsamo para muchas personas. Pero hay casos que son mucho más ilustrativos. Hace un par de años, una mujer coreana pudo reunirse y “abrazar” con unos guantes y gafas de realidad virtual a la pequeña Nayeon, su hija fallecida por una enfermedad rara con sólo siete años. Este tipo de experiencias pueden servir para cerrar el duelo, para decir de alguna manera lo que no le pudo comentar en vida o despedirse adecuadamente sin que el cerebro se quede la imagen terrible de un cuerpo humano devastado por una enfermedad.

Controladas y en manos de profesionales podrían ser una herramienta terapéutica, pero las voces de los muertos en el mismo altavoz inteligente al que le preguntas si va a llover mañana. Eso no está tan claro.

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