Si me preguntasen cómo recuerdo mis cinco primeros meses como padre, diría que sudando mucho, que cargar con seis kilos a las espaldas a más de treinta grados te pone como tras una clase de spinning; evitando accidentes, puesto que el drama te persigue en cada ligero despiste; y, sobre todo, moviendo mecánicamente un capazo, como quien usa la máquina de remo en el gimnasio.
Puede que sea esta última imagen la que más me venga a la cabeza. Colocar a la niña en el capazo con delicadeza cuando le toca dormir, que aún le cuesta la cuna, y moverlo adelante y atrás cerca de mil veces. Estoy convencido de que, si me pusiera a calcular, me saldría que he invertido un porcentaje muy alto de estos últimos meses en esta actividad o deporte, como podría llegar a calificarse. Cuentan que el COI se ha interesado por esta disciplina de cara a París 2024. Pero, más allá de ponerme en forma, esta rutina me ha recordado lo importante que es la paciencia. Aquí tres aprendizajes sobre esta virtud que extraigo de mi experiencia como movedor de capazos:
1. La paciencia es saber que tienes un objetivo
Existen soluciones para que la niña se duerma antes, como hacerlo en los brazos de su madre tras una toma o con un bamboleo constante caminando de un lado para otro, pero conformarse con eso sería demasiado cortoplacista. ¿Qué pasaría cuando pesase trece kilos en vez de seis? ¿De qué manera lograríamos inculcarle cierta independencia? Tener paciencia no es seguir siempre el camino más fácil, sino estar convencido de hacia dónde vas. Es eso lo que te da la tranquilidad para acometer algo que no siempre es sencillo.
En mi experiencia personal, sucede lo mismo en el entorno profesional. Cuando he emprendido un reto con un objetivo claro, siempre he tenido mucha más fuerza para aguantarlo y ser paciente que cuando no sabía cuál quería que fuera el destino. Un objetivo claro hace que seamos mucho más pacientes.
2. Tener paciencia es insistir, no retirarte en el primer atajo
Dormir a un niño puede llegar a ser una de las tareas más titánicas, al nivel de acabarte toda la comida que te pone una abuela. No es fácil. Hasta que lo logras, pasas por distintas fases: la de los gritos, en la que sólo quieres que agarre con fuerza el chupete de una vez; la de los ojos como platos, que es de las más duras, porque pensabas que ya lo habías conseguido y de repente tiene los ojos como quien salía de una sesión de Pont Aeri; o la del movimiento, en la que empieza a girarse cada dos por tres como si quisiese hacer la croqueta en el capazo. Con todos estos momentos se te pasa por la sudada cabeza tirar la toalla, pero al final insistes en lo que son unos minutos que parecen horas y lo consigues. Hay que dar algo de tiempo para que la magia ocurra.
Pasa igual en nuestro día a día profesional. La impaciencia ha sido la mayor enemiga de muchos proyectos que, con sólo un poco más de aguante, habrían funcionado. No se trata de ser terco, sino de seguir insistiendo cuando sabemos que lo que estamos haciendo es lo que se necesita.
3. Ser paciente es buscar nuevas fórmulas
Ser paciente no es hacer las cosas tal cual las pensaste, es perseguir un objetivo claro, pero tener cintura para buscar nuevas fórmulas o tomarte pequeños respiros. Insistir no es ser terco. Durante un tiempo, cuando la niña se ponía a llorar, mi único recurso era seguir haciendo lo mismo, mecer el capazo y ponerle el chupete cuando se caía. Lo que conseguía era que, entre lloros y movimientos bruscos, la niña terminase desvelándose y yo me desesperase como cuando no te salía el ejercicio en un examen de matemáticas. Con el tiempo aprendí que, cuando lo que estás haciendo se trunca, lo recomendable es hacer una pequeña pausa, sacar a la niña del capazo para que se tranquilice, y volver a intentarlo un minuto después con todos más relajados. Mi porcentaje de éxito creció exponencialmente.
Algo similar sucede con todos esos días que se tuercen y en los que lo mejor que puede hacerse es apagar el ordenador, guardarlo en la mochila y marcharse a hacer otras cosas. Cuando uno vuelve, lo ve todo mucho más claro. Es posible que la solución acabe siendo hacer exactamente lo mismo, pero la desesperación apesta y lo contamina todo; cuando aparece, nada mejor que parar y volver a empezar pasado un tiempo. Paciencia y tranquilidad podrían ser sinónimos.
Espero que estas líneas sirvan para que cada vez pongamos más en práctica esa gran virtud que es la paciencia. Si no fuera suficiente argumento, meciendo el capazo también desarrollarás un precioso tríceps. Son todo ventajas.Ahora nos toca ir a por la cuna. Esa será otra historia.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.