Soshana Zuboff, una prestigiosa economista de Harvard, autora de La era del capitalismo de la vigilancia (2020, Paidós Ibérica), aporta una interesante visión: a diferencia de lo que sucedió en tiempos de Rockefeller, el capitalismo ha mutado a un nuevo tipo de riqueza y valor que no ha sido detectado a tiempo, lo cual ha permitido el desarrollo de las nuevas estructuras de poder a un nivel que las ha situado por encima del alcance de todo gobierno o nación. La historia de FB es un perfecto ejemplo, como explica en un artículo de The New York Times.
De modo que se ha generado una nueva industria, a la que me referiré como la del dato, que no procesa a la materia, sino a la humanidad. No manipula el producto para ser consumido, sino al consumidor.
Nos situamos ante un nuevo capitalismo cuya materia prima son los datos humanos, su tecnología, la inteligencia artificial (IA), y el producto, la manipulación de las opiniones y comportamiento de los seres humanos. Lo cual implica un salto cuántico del capitalismo, basado hasta ahora en el consumo de bienes y servicios, en el sentido de que, al igual que las leyes de la física clásica no funcionan en el campo cuántico, las leyes del capitalismo materialista (industrial) no aplican al capitalismo virtualista (informático). De la misma manera que la ciencia clásica se ha visto sobrepasada, la política y la economía no se han mostrado capaces de advertir a tiempo la nueva realidad, en la cual el producto o servicio no es sino el medio para recabar la materia prima.
Y es que tanto la fuente como el producto son inmateriales.
La IA recibe los datos que informan de las pautas y sesgos de nuestras personalidades en toda interacción económica y social, y los procesa para elaborar los algoritmos que convierten en predecibles nuestras opiniones y comportamientos. Una vez se haya dado con la fórmula de lo que nos hace pensar y actuar en una u otra dirección, estamos en las fauces de la corporación que la tenga.
Al igual que la era de los humanos sustituyó a la de los dinosaurios, quizás nos encontramos ante una nueva era que nos trasciende como individuos: la de las corporaciones, unos seres gigantescos.
Si establecemos como el Big Bang de este nuevo cosmos la creación de Internet (a finales del siglo XX), las primeras criaturas se han expandido sin apenas restricciones y se han apoderado del territorio. Todos ellos se alimentan de datos, relegando al pleistoceno del capitalismo a toda corporación de productos y servicios, ya sea petróleo, moda o alimentación. Al igual que en caso de Rockefeller, bajo el entramado corporativo de estos gigantes se encuentran hombres con nombre propio: Zuckenberg (Meta), Bezos (Amazon), Elon Musk (Tesla), Sergèi Brin y Larry Page (Alphabet), Gates (Microsoft, cuya dirección dejó en 2008), y Tim Cook, sucesor de Steve Jobs (Apple). Otra similitud es, por supuesto, es que todos ellos forman parte del 1% que tiene tanto como el 99% de la población mundial, según viene denunciando Oxfam desde hace unos años y que Forbes publica anualmente en su listado de las personas más ricas del planeta.
¿Nos encontramos, entonces, ante un nuevo tipo de oligarquía, que es la de quienes tienen el control de nuestros datos? La raíz etimológica hace referencia al poder en manos de unos pocos, de modo que no necesariamente tienen que depender de un rey, dictador o tirano por encima de ellos (como es el caso de Rusia, cuyos oligarcas controlan los recursos del país gracias a su afinidad al presidente, que dispone de ellos como si fueran propios).
En este hilo de artículos voy a desarrollar una teoría: vivimos en una sociedad dominada por unos pocos, pero no aquellos a quienes aluden las teorías conspiratorias, sino los que ejercen el poder en una nueva forma de capitalismo: el capitalismo del dato.