Consultores de recursos humanos, absténganse. Mi siguiente argumento tiene el mismo fundamento que “Sabor a hiel”, “de Ana Rosa Quintana”, y es probablemente un consejo que jamás deberíais dar, pero siempre he creído que en el debate actitud vs aptitud hay una variable que nos estamos olvidando: tener un aspecto dibujable. Nadie en su sano juicio diría en una entrevista de trabajo que es fácil hacerle un retrato robot, pero yo estoy convencido de que una ropa característica, algún complemento reconocible, un peinado específico o unas facciones especiales cumplen un papel determinante que no se estudia en los manuales.
Entre esta tesis y la locura hay una delgada línea, máxime cuando hablamos de una persona (yo) que defiende que Raúl González Blanco era mejor futbolista con el pelo corto, que el declive de la música de Melendi comenzó con unas planchas para alisar el pelo y que el Cholo Simeone era un entrenador más fiable antes de pisar el aeropuerto Atatürk. Los anteriores ejemplos inclinan la balanza hacia la ausencia de cordura, pero en el caso que compete a este texto pienso que las fuerzas se equilibran más. ¿Cómo puede ayudarnos a desenvolvernos mejor tener un aspecto dibujable?
En nuestros trabajos tenemos compañeros con los que interactuamos todos los días, pero hay otra parte nada desdeñable que son personas de otros departamentos o proveedores con los que tratamos ocasionalmente. Es con estas personas con las que sostengo que tener un aspecto con el que hacer fácil un pinta y colorea puede jugar un papel importante, porque es más fácil que te recuerden. “Hablé con el de la barba”; “Me lo indicó la del pelo teñido de blanco”; “A lo mejor deberías preguntárselo al del tatuaje”. De alguna manera, es como si ese detalle concreto te hiciese destacar entre el rebaño, como si te iluminase, aunque solo sea un poco, con respecto a los demás.
Para chalados como yo, que pensamos que el corte de pelo de un futbolista puede influir en su capacidad para definir frente al portero, ese elemento dibujable puede convertirse también en una condena, aunque bastante llevadera, la verdad sea dicha. En mi caso personal, no sé si infinito es capaz de representar la cantidad de veces que he hablado sobre mi barba, supongo que tantas como veces que se me ha mentado como “el barbas de marketing”. Una vez construida la imagen, hay un precio a pagar: ya no puedes/debes renunciar a ella. Hacerlo sería caer en la trampa en la que cayó Melendi al decidir prescindir de las rastas. Como dirían Los Rodríguez, “esta sí es una dulce condena”.
Lo alertaba al principio, estos argumentos no pasarían un riguroso análisis. Si lo prefieres, sigue planteándote todo en clave actitud frente a aptitud. Si tras leer este texto has sacado un papel y un boli y has tratado de dibujarte, eres de los míos. Os avisaba, consultores, era mejor abstenerse.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.