Opinión Baruc Corazón

Moda 3.0

La moda expresa los códigos de identidad social de un sistema. En términos de un sistema operativo, SO, (pues es de lo que hablamos, de cómo opera el sistema), lo voy a denominar 1.0.
El diseñador Yves Saint Laurent en una foto de archivo en su taller en París en 1982. (Getty Images)

Desde los primeros tiempos de la civilización hasta avanzada la Edad Media, no se debería hablar de moda, sino de vestimenta social: cada individuo vestía de acuerdo con su rol.

Lo vemos aún en las pocas tribus “no civilizadas” que quedan.

Aún hoy mantenemos vestigios de esa función: al igual que en las tribus más alejadas de la civilización moderna, los más altos dignatarios se significan vistiendo con exclusividad —algo a lo que nadie más tiene acceso, pero todos los demás desearían poder llevar—. En la antigua Mesopotamia, los sacerdotes eran los únicos privilegiados que podían vestir una piel leopardo; en la Roma imperial, la toga en color púrpura estaba reservada al emperador; Justiniano creó unos talleres para tejer la seda, un tejido exclusivo para el emperador y regalos a dignatarios extranjeros de rango similar; Carlomagno promulgó un edicto en el que se especificaba qué colores y materiales eran privilegio de la nobleza, y cuáles debía vestir el pueblo llano; en la corte de Felipe II, el negro era un tinte que sólo los muy poderosos podían permitirse.

La moda expresa los códigos de identidad social de un sistema. En términos de un sistema operativo, SO, —pues es de lo que hablamos, de cómo opera el sistema—, lo voy a denominar 1.0.

El SO 1.0 reflejaba de forma literal el papel de cada uno. El tejido era un bien muy preciado —en China, la seda era moneda para pago de impuestos—, de modo que la calidad y la cantidad del paño con el que envolver el cuerpo desnudo se correspondía con el estatus social y económico del portador.

La edad moderna (S.XV-XVIII) avanzó ya la dinámica del siguiente sistema operativo cuando la corte de Borgoña comenzó a vestir de corto, rompiendo con la relación directa entre el largo del paño y los ingresos del año —¡perdón por la licencia!—.

Pero no se puede hablar todavía de moda tal como la conocimos en el siglo XX, sino de “modos” de vestir: la tendencia era vestir “al modo de” un personaje influyente —por ejemplo, à la Pompadour, en honor a la amante de Louis XV de Francia—. Unos modos que no procedían de la intención de un creador, sino de los gustos de un influencer. ¿Estamos regresando a los modos en la actualidad? —Dejo la pregunta en el aire—.

El SO 2.0 se corresponde con la moda tal como la entendimos en el siglo XX: la expresión de una diferenciación cultural y de capacidad económica canalizada por un creador.

En NoDiseño (Editorial La huerta grande, 2021) explico con detalle este proceso, e insisto en el punto de inflexión que supone la irrupción de la alta costura, que sitúa al modisto, hasta entonces considerado artesano, en el plano del artista. Por primera vez la moda se entiende como una transferencia directa de creatividad de un autor a un usuario o cliente, que elige entre la propuesta artística del autor, en lugar de encargar algo a su gusto.

La alta costura viralizó el componente aspiracional que siempre había tenido la moda, pero al ser artesanal tenía una clara limitación productiva. El mercado, por otro lado, se había ampliado enormemente a mediados de siglo, cuando, una vez asentado el capitalismo productivo, evolucionó hacia un nuevo capitalismo consumista, generando la expansión de una clase media ávida de presumir —los tiempos de Mad Men—. Es entonces cuando se desarrolló el Prêt à Porter, cuyo impacto se consideró tan explosivo que ha dado lugar a la expresión Boom.

A finales de siglo, la moda, como los demás sectores, se había corporativizado y era un territorio de marcas. ¿Qué es lo que motivaba el consumo de moda entonces? Por un lado, el deseo aspiracional, canalizado en el ‘marquismo’ —eran los tiempos de la ‘logomanía’—; por otro, la evocación de referentes —moda retrospectiva y moda vintage—, que despertaba el sistema límbico de nuestras emociones y recuerdos, cuyo alcance llegó más allá de la indumentaria: fue entonces cuando se hicieron las nuevas versiones del Mini, el Volkswagen escarabajo, el FIAT 500.

El nuevo capitalismo del siglo XXI es digital, no analógico. La inteligencia artificial (IA) es quien mejor diseña nuestra nueva realidad, y la moda se aproxima a los modos en que se visten los influencers, como en tiempos pasados.

En la era digital, la materia se atomiza en una nube de datos. La IA lee el producto como una nube de datos de preferencias y hábitos, que sirven para generar mayor adicción en el consumidor (aunque se exprese eufemismos como ratio de recurrencia del usuario). Pero para la inteligencia humana, y, por tanto, consciente, las informaciones se traducen en valores: slow fashion, Km.0, comercio justo, moda orgánica, moda sostenible.

Todo este análisis previo es para situar algo que considero no solo revelador, sino revolucionario: el consumo consciente. Por primera vez, el consumidor busca una serie de valores en el producto que consume. Podemos hablar, en este sentido, de meta-producto y, por tanto, de meta-física del diseño. ¿Por qué nos asusta tanto a los diseñadores hablar de metafísica, mientras que hablamos de metaproducto con total familiaridad?

¿Dónde queda la moda —o, en alusión al genial músico Prince, «lo previamente conocido como moda»— en todo esto? ¿Nos hemos actualizado a un sistema 3.0?

Continuará.

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