La asignatura pendiente sigue siendo dar sentido a esa economía especulativa que se frota las manos con la volatilidad de materias primas y activos financieros. La ballena de la vieja economía puede comerse todavía al pez de la nueva economía que llega a lomos de la revolución tecnológica.
El ruido de las bombas sobre civiles en Ucrania ha ensordecido la estrategia de comunicación de los gigantes tecnológicos presentes en el último Mobile World Congress de Barcelona. La sensación era terrible. Se salva la bulliciosa comunidad de startup, tan activa en redes sociales, pero el certamen se desentendió hace unos años del apasionante pulso entre el internet industrial norteamericano y la industria 4.0 europea, y corre el riesgo de pasar a la irrelevancia si no corrige el rumbo rápido.
La incertidumbre es alta en relación con el impacto de la invasión de Ucrania, ordenada por el asesino Vladímir Putin, sobre el precio de productos agrícolas. “Cuando dos elefantes pelean, es la hierba la pisoteada”, dice un proverbio africano. La escasez de alimentos se ensañará fundamentalmente sobre las regiones menos desarrolladas y sobre tantas iniciativas de ayuda humanitaria, tantas ONG, que suelen comprar grano al contado.
Y en estas se produce la adquisición de Renewable Energy Group por parte de la petrolera Chevron, que pagará 3.150 millones de dólares por ella. Una operación orientada a proteger su cadena de suministro para la producción de biodiésel, en unos tiempos en los que se desconoce de dónde vendrá el 50% del aceite de girasol mundial que germinaba en suelo ucraniano.
Expertos como Stephen Nicholson, estratega global de granos y semillas oleaginosas de Rabobank, creen que movimientos de este tipo ralentizarán la construcción de algunas refinerías de diésel renovable por parte de aquellos aspirantes a dominar el sector energético que tal vez no tengan los bolsillos tan profundos como los de las compañías petroleras. La ballena de la vieja economía ataca primero.
El asunto de la posible carestía de aceite vegetal ha reabierto el debate sobre alimentos versus biocombustibles en países como Estados Unidos, lo que para los productores de petróleo solo significa una cosa: larga vida a la economía basada en combustibles fósiles. “La gente va a encontrar suministro; la cuestión es sólo a qué precio”, dice Joe Glauber, ex analista jefe del USDA, hoy en el International Food Policy Research Institute.
¿Quién va a ser capaz de movilizar inversión hacia energías alternativas con la rentabilidad del lado de la vieja economía y la disyuntiva entre estómagos humanos y renovables sobre la mesa? Solo el sector público puede decantar la balanza, si consigue mantener una estrategia concertada a nivel global, algo cada vez más difícil.
«La electrificación es una tecnología elegida por los políticos, no por la industria», se ha apresurado a advertir Carlos Tavares, CEO del grupo automovilístico Stellantis. Con estos mimbres, la estrategia que habíamos diseñado contra el cambio climático se complica.
Suena a sarcasmo, visto así, que la gran batalla lobístico-empresarial en Nueva York sea el adelanto del fin de la moratoria, previsto para 2023, en la concesión de licencias para la apertura de casinos en el territorio ‘virgen’ más cotizado del mundo para la industria del juego. Pero en realidad es una cinematográfica analogía del protagonismo de la economía financiera en el tablero geoestratégico.
Grupos como Genting Group (Malasia), MGM, UE Resorts International, Las Vegas Sands, Wynn Resorts, Rush Street Gaming, Hard Rock International, Bally’s Corporation y el Water Club Manhattan, se han postulado ya para las tres licencias en disputa. Desde Macao (China) hasta Las Vegas en EEUU, se sigue con atención el proceso. Es la otra guerra detrás de la guerra. Si falta grano, tiren los dados.