Xavi Hernández y David Villa, con la maleta llena de gomina Giorgi, cuyo uso después del año 2000 debería gravar en la declaración de la renta. Piqué, que por aquel entonces lucía estrafalarios modelos, siempre con algún abrigo azul pitufo en su armario. Casillas y Arbeloa, poco amigos en el vestuario, pero compañeros íntimos en sus anodinos atuendos. Puyol, cuyo pelazo fagocitaba todo lo demás. Iniesta, gris como pocos, que el brillo lo dejaba para el terreno de juego. Y, de repente, aparecía Xabi Alonso con sus elegantes looks, enfundado en prendas con la clase de sus pases en largo; con él sabías que lo que llevaba era comedido, pero bueno, de calidad. Nunca necesitaba llamar la atención. Xabi Alonso nos gustaba porque poseía la mayor de las virtudes: la belleza discreta.
Pensaba ayer en el donostiarra dando un paseo por el centro de Madrid. Subía desde Cibeles al Retiro y, pasado Arahy y su recuerdo rajoyesco para la eternidad, me topé con la imponente Puerta de Alcalá, magnética, en el centro de la Plaza de la Independencia, tan repleta de restaurantes con precios propios del centro de París. Ya sea para correr por el Retiro, para pasear o porque me pilla de camino a algún sitio, diría que paso por este mismo lugar casi todos los días de la semana. Sin embargo, hasta ayer no me vino Xabi Alonso a la cabeza. Lo hizo porque, tal vez con la parsimonia de un domingo soleado, fijé la vista en ese seto que se ubica justo delante de la majestuosa Puerta de Alcalá y en el que pone “Patrimonio Mundial”. Me pasó lo que sucede cuando tu interlocutor tiene una baba blanca en la comisura del labio mientras habla contigo: ya no podía dejar de mirar ahí.
Ese letrero, homenaje explícito al paletismo, lleva colocado en ese lugar desde el mes de agosto de 2021, más de medio año celebrando que el Paisaje de la luz de Madrid, con su Paseo del Prado, El Retiro y una colección maravillosa de museos, entre muchas otras cosas, fue nombrado Patrimonio Mundial de la Unesco. Una estupenda noticia que no podía tener una celebración menos estética. Imagino las fotos de rigor de cientos de turistas, muchos de ellos jugándose el tipo para que no los atropellen, en las que tratando de salir junto a la Puerta de Alcalá, ahora también tendrán ese terrible seto como compañero. Ese florido letrero es sólo la punta de lanza de los cientos de aberrantes rótulos que inundan los lugares más icónicos de pueblos y ciudades de España. Decenas de ayuntamientos buscando que la gente se saque más fotos, cuando lo que precisamente están haciendo es arruinar su estampa más icónica.
Celebrar la elección como Patrimonio Mundial poniendo un letrero gigante que lo indica es como si Rafa Nadal pasease por la calle con los títulos de Roland Garros en la mano. Cuando uno vence, cuando uno es reconocido, quizá lo mejor que puede hacer es ser más discreto que nunca, seguir mejorando para lograr nuevamente éxitos similares. Ese seto en forma de letrero, que tan aberrante me parece, tanto que casi da la vuelta y me provoca cierta ternura, ha servido al menos para recordarme que las cosas más bellas no suelen hacer demasiado ruido, que la elegancia suele tender a todo, menos al exceso, y que, ya con 2022 avanzando, uno no puede seguir echándose gomina Giorgi.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.