Un joven de hoy no puede aspirar a un trabajo decente, pero aun así se preocupa por las injusticias sociales. 

La generación Z difícilmente podrá permitirse una casa propia, pero también le importa el cambio climático. 

La juventud se enfrenta a tantos retos que podría ser la generación del «yo», pero muchos estudios demuestran que sus prioridades también están en resolver los problemas del «nosotros»

Hace poco, más de 13.500 jóvenes españoles de entre 16 y 34 años contestaron a una macroencuesta —la mayor realizada a jóvenes en España— liderada por el medio millenial PlayGround (en colaboración con Ashoka, la universidad ESIC, la Fundación Vodafone y Osoigo). Según las respuestas, sus tres mayores preocupaciones son el acceso al mercado laboral, la calidad del empleo, y el acceso a la vivienda. Claramente, les preocupa su futuro. Pero estas inquietudes van seguidas de otras dos: las injusticias y desigualdades sociales, y la crisis climática. Es decir, también les preocupa su entorno y el bienestar de los demás.

El 85% piensa que se planifica poco o nada la acción por la emergencia climática a largo plazo, y la mayoría defiende que se tomen medidas colectivas para el medioambiente.  

De hecho, más de la mitad de los encuestados, el 53%, se considera un agente de cambio, que se implica para contribuir a resolver un reto social.  Esto también se refleja en sus hábitos de consumo: el 87% estaría dispuesto a dejar de comprar un producto que no concuerde con sus valores personales. 

Estamos hablando de la generación que ha visto como una joven concursante de la nueva promoción de Operación Triunfo, delante de millones de espectadores, peleó por cambiar la letra de una canción histórica que consideraba machista. Solo unos jóvenes tendrían la osadía de hacerle frente a la letra de Mecano. 

Estamos hablando de la generación influencer. No por su faceta narcisista, sino por su disposición a posicionarse públicamente y aprovechar las herramientas que tienen a disposición para debatir, divulgar o desmontar relatos nocivos. (Véase ejemplos como @hijadeinmigrantes en Instagram, que reivindica otra forma de entender la migración, o las dos jóvenes detrás de Climabar que “hablan del cambio climático sin que quieras tirarte por la ventana”.) 

Esta es también la generación de Pablo Alcaide, un chaval de 16 años que hizo titulares por movilizar a su barrio para recoger las calles de Logroño tras las protestas de la noche anterior. 

La de Gabriela Imbert, de 21 años, que lanzó una comunidad de mujeres skaters para que se sintieran más seguras y a gusto en un deporte urbano tradicionalmente reservado a los hombres. Y de Adrián Arrogante, de 20 años, que consiguió que se reabriera el centro juvenil de Seseña para volver a activar la cultura urbana de la ciudad. También es la generación de Ousman Umar (33 años), premio Princesa de Girona por fundar una ONG educativa en zonas rurales de África. Y Kike Labián, de 26 años, cofundador de Kubbo, una de las pocas entidades que unen arte escénico con innovación e impacto social. 

Y la lista sigue. 

De los encuestados que dijeron que no habían hecho nada para resolver un reto social en el último año, lo justificaron por falta de información o tiempo. Si esas son las barreras para que haya más Gabrielas y Kikes, debemos romperlas. 

Está bien que tengamos ejemplos de jóvenes que cambien el mundo, pero necesitamos ofrecer un contexto y una educación en equidad que permita que todas las personas, sin excepción, puedan desarrollar habilidades como la empatía, el pensamiento crítico o el liderazgo compartido, para ser agentes de cambio. 

¿Qué se puede hacer? Cuatro ideas: 

Reforcemos prácticas educativas como el aprendizaje-servicio, donde el alumnado aprende mientras pone en marcha proyectos sociales como recogidas de alimentos, campañas de donación de sangre o eventos de recaudación de fondos. 

Ofrezcamos a padres y madres pautas para fomentar las habilidades necesarias para florecer a pesar de las dificultades del mundo laboral. 

Creemos nuevos referentes. Modelos alcanzables. Chavales de barrios madrileños, de Castilla-La Mancha o de La Rioja, que sufren las mismas dificultades que cualquiera, pero que también han tenido el privilegio de poner en práctica desde muy pequeños su capacidad de liderazgo, su empatía, sus ganas de hacer cambio. 

Rompamos una lanza por los jóvenes del 2021. Son las personas que marcan y marcarán la evolución de nuestra sociedad. No les digamos que son la generación de las crisis. Digámosles que son nuestra generación del cambio. 

*Maira Cabrini es la codirectora de Comunicación de Ashoka Europa