Soy un pésimo bailarín. Quienes me conocen saben que mis piernas comienzan en los pies y terminan en los hombros. Sé que tengo caderas porque ninguna radiografía ha dicho lo contrario, pero su utilidad es la misma que la de un panteón para Jordi Hurtado. Hace tiempo asumí ya que nunca podría seguir algunos ritmos sin caer en el esperpento, por lo que mi carrera en la danza terminó tan rápido como la de Coyote Dax en la música. No fue triste, porque tampoco hubo épocas gloriosas. La solución a esa ausencia de ritmo la he suplido en la mayoría de los casos por cantar las letras de las canciones que conozco o, lo admito, improvisar algunos punteos de “air guitar” cuando la canción lo requiere.
Bailar y yo somos un oxímoron. Quizá por ello presto especial atención a quienes lo hacen bien. Corrijo. A quienes lo hacen con estilo. Hay una escena de una película que siempre me viene a la cabeza cuando pienso en este tema. “Hitch” no emocionaría a Stanley Kubrick, pero reconozco que yo he pensado en una de sus escenas tanto como en los pasillos del Hotel Overlook. En ella, Will Smith enseña a bailar a Kevin James, acostumbrado a contonearse a lo Miquel Iceta cuando oye un acorde. La gran lección de Smith es que no hace falta marcarse un break dance o realizar unos pasos de contemporáneo para tener estilo, sino que chascar unos dedos acompañándolo de un sutil movimiento es más estiloso que cualquier otro gesto.
Pienso en el “especialista en ligues” Hitch cada vez que veo sobre el campo a Karim Benzema. Sí, no hace falta que lo digas. Hay otros más goleadores, tradicional argumento de los que a un ‘nueve’ sólo le piden gol; otros futbolistas son más virtuosos, dejando para el resumen más jugadas viralizables; otros son más entregados, provocando más ovaciones en la grada por su esfuerzo; muchos tienen más carácter, supliendo la falta de talento con personalidad; pero el jugador francés es el que logra hacerlo todo con mayor naturalidad, como si no le costase ningún esfuerzo. Como Hitch.
Benzema nos recuerda lo bonito que es el talento cuando es innato. Es como el que con una nevera medio vacía organiza una cena apañada, como el que no tenía que estudiar para sacar un sobresaliente, como el que extrae una conclusión inmediata sobre algo en lo que llevabas pensando semanas, como el que te gana al ping-pong a pesar de que hayas jugado mucho más que él, como el compañero que no suda cuando echas una pachanga. Como el que baila bien sin haberse aprendido ningún paso.
Desconozco cuál será vuestra máxima aspiración. Quizá por mi declarada ausencia de caderas, la mía sería tener la virtud de Hitch o de Benzema en todos los aspectos de la vida en los que fuera posible: hacer las cosas sin que se notase que te estás esforzando, que estás dándolo absolutamente todo. Hacerlo es admirable, pero nunca será envidiable. Por eso me pongo en bucle a Will Smith chascando los dedos. Pero, por mucho que lo intento, sigue sin salirme igual que a él.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.