Uno de los más grandes y admirados poetas de nuestro tiempo, Melendi, dejó en su obra Un violinista en tu tejado una reflexión íntima que quedará para la posteridad: «Porque el tiempo todo lo cura. Porque un clavo saca otro clavo». Andaba yo abatido el pasado miércoles, desayunando triste como Cristiano Ronaldo cuando le dio por no celebrar los goles, quizá más taciturno de la cuenta por ese espejismo que es tener un día libre entre semana, cuando de repente se me vino a la cabeza esta memorable canción. Nunca pensé que fuese el cantautor asturiano, cuyo alisamiento del pelo tuvo un impacto negativo en sus canciones (no tengo certezas, pero tampoco dudas), quien me diese esperanza y ganas de seguir adelante. Pero todo eso fue más tarde. Antes, sólo había desolación.
El día anterior fue uno de esos que deja tu sofá con un hueco de tus posaderas, como el de Homer Simpson. Horas y horas tumbado, comiendo y picando entre horas, sin recordar si te habías duchado, viendo frenéticamente la serie Line of Duty. Un maratón en toda regla, como si fuera Bekele, pero con las pintas de Mariano Rajoy corriendo. Tan largo fue el día, que terminé por concluir este maravilloso contenido británico, intenso, profundo y adictivo como pocos. “Mother of God”, que me entenderán sus adeptos. Así, con la escena final, ya casi a medianoche, toda la tensión se convirtió en vacío. Me sentí solo, como un poeta en el aeropuerto, vacío, como una isla sin Robinson. Terminaban, de golpe, semanas dedicadas a este proyecto que es ver seis temporadas de una serie.
Por mucho que la sensación no fuera nueva, no dejaba de doler. Entre todos los vacíos existenciales de nuestra generación, terminar de ver una serie ocupa un puesto destacado. Lo mismo me pasó con Lost, Breaking Bad o The Wire. Horas y horas invertidas que terminan, así como si nada. De un segundo a otro, ya no sabes cómo ocuparás tu tiempo libre, como esos fines de semana en los que no hay Liga. Es paradójico, pero terminar una gran serie tiene un punto amargo. Aunque, en el fondo, no deja de ser la misma sensación que la de terminar un gran proyecto vital o profesional. Inviertes tiempo, cariño e ilusión, supone muchas renuncias, con lo que a su conclusión hay una satisfacción nostálgica, si es que lo que digo tiene algún sentido. Qué más da. La realidad es que uno es capaz de echar de menos desde el primer momento en el que pierde o agota algo, sea una persona, un proyecto o una serie.
Pero al final toca levantar la cabeza y seguir adelante. No queda otra. A veces lleva tiempo, pero siempre aparecen nuevas empresas en el horizonte. Yo no tardé mucho en verlo, tuve la fortuna de que Ramón Melendi Espina, alias Melendi, acudiese a mi rescate y me salvase recordándome algo tan tópico, pero tan real. El tiempo todo lo cura y un clavo saca otro clavo. Incluso cuando parece que peor están las cosas, aparece alguien, se crea una nueva oportunidad, te encomiendan una nueva tarea, hallas una afición desconocida, una serie nueva.
Con la canción del trovador ovetense en la cabeza, salí a la calle, una vez terminado el desayuno y enfilé hacia mi garaje para coger el coche. En plena calle Fuencarral, una gran lona se desplegaba con la cara de dos actores: Brian Cox y Jeremy Strong. El 17 de octubre volvía Succession. Retornaba la ilusión. Gracias, Melendi.
Feliz lunes y que tengáis una gran semana.