Decir Alejandro Fernández en el mundo del vino es apuntar al cielo. Él tenía esa mirada del que aún no ha visto sus cartas y sabe que va a ganar la partida. Alejandro tenía eso que Pesquera necesitaba; alguien con talento, visión y la capacidad de sufrimiento suficiente como para levantar de la nada una empresa de renombre que llevó durante muchos años la bandera del vino por todo el mundo y aupó a la Ribera del Duero a un lugar privilegiado de las denominaciones de origen, e incluso llegó a copar con su nombre los titulares de los principales diarios de todo el mundo.
Sin duda, su marcha es un gran vacío porque él siempre fue uno de los nuestros. Si cierro los ojos, todavía nos veo a mi padre y a mí en aquellos años por la carretera del pueblo con el R12 que se acababa de comprar Alejandro; para mí era como viajar en avión. Alejandro nos dijo mucho y todos escuchábamos con atención.
Fue herrero, carpintero y bodeguero. De hecho, conservaba aún alguna patente de máquinas para coger remolacha de una de las primeras empresas que fundó en Pesquera de Duero. Todavía lo pienso y sonrío. Sonrío porque mi mente me hace recordar que siempre que vendía una de sus máquinas, Alejandro llamaba a mi padre muy animoso para que bajase alguna botella de nuestro vino, y así obsequiar al comprador con un buen caldo de la zona. «El vino tiene futuro», le decía a mi padre festejando las ventas de su maquinaria y apuntando a la vez al futuro. Él fue un auténtico visionario. Se reinventó como quiso y, seguramente, por muchos años que pasaran cada vez que quisiera volvería a hacerlo. Los grandes tienen eso que solo tienen los grandes.
Desde siempre le encontró la pasión vitivinícola. Su mayor dedicación fue el vino, mimaba la tierra con una personalidad única. Consiguió guardar su carácter en una botella, darle forma, etiquetarlo cuidadosamente y nunca olvidarse de sus raíces; corría el año 1975 cuando comercializó su primer vino y, en homenaje a nuestro pueblo, escogió para presidir sus botellas el arco y la torre de Pesquera. Era un orgullo tenerle cerca. Siempre tuvo claro de dónde venía, siempre tuvo claro que llevaría su origen como el tesoro más preciado a todas partes.
La suerte le acompañó, porque como siempre digo hay golpes de suerte que llegan de golpe, y otros que tan solo se persiguen, y Alejandro persiguió incansable al éxito por todo el mundo. Tanto es así que el difícil mercado norteamericano se rindió ante la calidad de sus vinos y las puntuaciones le dieron la razón. Se encumbró cuando Robert Parker concedió 98 puntos a Tinto Pesquera 1982, comparándolo con el legendario Petrus. Triunfó, Alejandro triunfó y con él todos los que hacíamos vino en la Ribera.
Él levantó un imperio vitivinícola que brilló con nombre propio. Construyó de cero una marca con ilusión y paciencia, con el mismo empeño con el que ves crecer a un hijo. Acuñó la palabra legado añada tras añada y nunca tuvo miedo a ganar. Por eso ganó. Por eso y porque llevaba siempre su alma pegada a una botella de vino. Se esforzó incansablemente por llevar a cada restaurante un pedacito de nuestra tierra, impulsó el conocimiento de la zona, de nuestro carácter, revolucionó los paladares más exigentes… Recuerdo un viaje a Estados Unidos en el que viajamos varios bodegueros y un auditorio en pie se deshacía en aplausos ante Alejandro como si estuviera pronunciando la palabra vino quien la inventó. Increíble el movimiento que supuso siendo uno de los pioneros en la gran transformación de la Ribera de Duero. Sus viñas apuntaban a lo más alto, sus vinos tocaron el cielo.
Alejandro no se ha ido solo. Se ha llevado nuestro reconocimiento y nuestro cariño, se ha llevado -merecidamente- parte de cada uno de los suelos que conforman nuestro privilegiado enclave. El aplauso de los más críticos y el abrazo de todos los que algún día tuvimos la suerte de cruzarnos en su camino y aprender de él. Ojalá allá arriba brinde con Emilio por haber hecho de su vida una pasión, y de su pasión toda una vida. Hoy, después de tantos años, no imagino cosa más gratificante que ese logro. Las próximas noches de la Ribera sin él serán más frías, el lloro de las cepas no llegaba este año por casualidad a Pesquera. Nada fue casualidad en su éxito. No imagino mejor despedida para él que brindar con una copa de Tinto Pesquera cerca de la orilla del Duero mientras sonrío empapado de recuerdos y lanzo al cielo un inmenso gracias.