El escritor y premio Nobel Mario Vargas Llosa ha fallecido este domingo en Lima a los 89 años, tal y como ha confirmado en la red social X su hijo Álvaro. Con él desaparece una de las figuras más influyentes de la literatura en lengua española y un referente intelectual a escala global. Novelista, ensayista, académico y articulista durante más de seis décadas, Vargas Llosa deja una obra vasta, rigurosa y apasionada que cruzó fronteras lingüísticas, ideológicas y generacionales. Su legado literario —anclado en una firme defensa de la libertad individual y el poder transformador de la ficción— lo consagra como uno de los grandes narradores del siglo XX y comienzos del XXI.
Con su partida se apaga una de las voces más potentes, provocadoras y universales de la literatura contemporánea. Novelista, ensayista, columnista, académico y polemista infatigable, el peruano —nacido en Arequipa en 1936— fue, hasta el final, un intelectual comprometido con el poder de la palabra, el debate y la libertad individual.
Ganador del Premio Nobel de Literatura en 2010, Vargas Llosa fue autor de una obra monumental que desafió géneros y geografías. Desde La ciudad y los perros hasta La fiesta del Chivo, pasando por Conversación en La Catedral —una catedral literaria en sí misma que aún hoy resuena con aquella pregunta ya mítica: “¿En qué momento se jodió el Perú?”—, su narrativa fue un laboratorio de estilo, política e identidad.
Publicó su última novela, Le dedico mi silencio, en octubre de 2023, y dos meses después anunció su retiro del columnismo periodístico. Atrás quedaban décadas de artículos que firmó bajo el título Piedra de toque, espacios de análisis y provocación que daban cuenta de una insaciable curiosidad intelectual y de una voluntad inquebrantable de intervenir en el debate público.

La biografía de Vargas Llosa es inseparable del destino de América Latina en el siglo XX. Figura destacada del boom latinoamericano —movimiento que universalizó la literatura del continente—, compartió protagonismo con autores como Gabriel García Márquez, con quien mantuvo una compleja relación que osciló entre la amistad profunda y la ruptura irreparable. Instalado en Londres y más tarde en Barcelona por obra y gracia de Carmen Balcells, su agente y mecenas, el escritor logró convertirse en un profesional de la escritura en un momento en que esa posibilidad era excepcional en lengua española.
Pero Vargas Llosa fue también un pensador que no rehuyó la polémica. Su tránsito del socialismo sartreano al liberalismo político y económico —inspirado en autores como Popper o Berlin— lo convirtió en un referente incómodo, incluso para sus admiradores. Su candidatura a la presidencia del Perú en 1990, derrotada por Alberto Fujimori, marcó un punto de inflexión: la política como vocación frustrada, pero nunca abandonada.
En paralelo a sus éxitos literarios —Cervantes, Príncipe de Asturias, Rómulo Gallegos, Planeta—, fue nombrado miembro de la Real Academia Española (sillón L) y, en 2021, ingresó en la Académie Française, un reconocimiento inédito para un autor que nunca escribió en francés, aunque soñó con hacerlo. “Aspiraba secretamente a ser un escritor francés”, confesó al comenzar su discurso de ingreso, al que asistió el rey emérito Juan Carlos.
Amante de las grandes pasiones, su vida sentimental fue tan libre como sus ideas. Compartió décadas con Patricia Llosa, madre de sus tres hijos, vivió un romance novelesco con Isabel Preysler y dedicó sus memorias, El pez en el agua, a explorar su propia cartografía emocional, política y literaria.
Siempre fiel a su ideal de que “la literatura es fuego” —como lo anunciara su admirado José María Arguedas—, Vargas Llosa convirtió su escritura en un combate sin descanso contra el conformismo. La historia, el poder, la moral, el erotismo, la identidad o la violencia fueron territorios que recorrió sin red, apostando siempre por la complejidad.
Su última gran lección, quizás, fue recordar que el lector puede ser un acto de resistencia. Como dijo al recibir el Nobel: “La lectura es la rebeldía”. Y su obra, una prueba de que la literatura no solo sobrevive al tiempo: puede desafiarlo. Se va Mario Vargas Llosa. Pero queda su voz: incómoda, lúcida, literaria, libre. Y viva.