Obituario

Veinte años sin Eduardo Chillida: así es su legado

Eduardo Chillida en su estudio en 1996. (Foto: Jesús Uriarte)

Este 19 de agosto se celebra el 20º aniversario de la muerte de Eduardo Chillida (Donostia-San Sebastián, 1924-2002), uno de los escultores más influyentes del siglo XX con una brillante trayectoria internacional cuyo legado está guardado y cuidado en Chillida Leku, un museo que recuerda su brillante recorrido.

Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924) pasó su infancia junto al mar en la bahía donostiarra, lo que marcó su relación con el paisaje y el espacio. Desde muy pequeño, iba a ver cómo rompían las olas al lugar donde años más tarde colocó su Peine del viento (1976) como un homenaje a su pueblo.

Con 18 años fue portero de la Real Sociedad, pero una lesión en la rodilla le obligó a abandonar el fútbol y decidió trasladar a la escultura las condiciones que un guardameta requiere para parar el balón, la capacidad de controlar el espacio y el tiempo.

En 1943 inició la preparación a la carrera de arquitectura, estudios que abandonó para entrar a dibujar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en 1947. No obstante, el artista tuvo siempre presente los principios básicos de la arquitectura, por ello, con el tiempo se autodenominó “arquitecto del vacío”. Chillida era un constructor de espacios.

Gracias a una beca, el artista se trasladó a París en 1948 donde realizó sus primeras esculturas figurativas en yeso (1948-1949) influenciado por la Grecia arcaica. Con ellas recibió un temprano reconocimiento exponiendo en el Salon de Mai de 1949. Un año más tarde, expuso por primera vez en una colectiva de la Galerie Maeght dedicada a artistas emergentes. Fueron años fundamentales de aprendizaje y experimentación.

Crisis artística

En 1951 sufrió una crisis artística y abandonó la capital francesa para regresar al País Vasco, donde se reencontró con sus raíces y descubrió el hierro. Un año antes se casó con Pilar Belzunce y en 1951 nació la primera de sus ocho hijos. La vuelta a su tierra supuso el inicio de una obra marcada por un lenguaje más personal. Así nació Ilarik, su primera escultura abstracta en conexión con las estelas funerarias. Sus obras encuentran inspiración en la naturaleza, la música y el universo, y parten de un cuestionamiento esencialmente filosófico.

A pesar de fijar su residencia en el País Vasco, en aquellos años viajó a París con frecuencia y estableció un gran vínculo con Aimé Maeght y su galería. Chillida fue uno de los artistas más jóvenes de Maeght junto a Chagall, Miró, Calder o Giacometti.

En 1954 se inició en la obra pública con las puertas para la Basílica de Aránzazu. Sus obras destinadas al espacio público, más de cuarenta, se encuentran ubicadas en ciudades de todo el mundo, condensan preocupaciones en relación con el espacio, la escala y la arquitectura, y aluden a valores universales como la tolerancia o la libertad.

Una vida galardonada

Chillida comenzó muy pronto a recibir reconocimientos por su trabajo. En 1958 le fueron otorgados el Graham Foundation Award en Chicago y el Gran Premio Internacional de Escultura de la Bienal de Venecia. A partir de ahí, los galardones fueron constantes, del premio Kandinsky en 1960, al Wilhelm Lehmbruck en 1966, del Kaissering alemán en 1985 al Praemium Imperiale de Japón en 1991.

Eduardo Chillida en la obra Elogio del agua en Barcelona.

Actualmente su obra está presente en colecciones de todo el mundo y se ha mostrado en más de 500 muestras individuales. En 1966 se organizó la primera retrospectiva en el Museo de Bellas Artes de Houston y a finales de los años 70 se consagró como uno de los escultores más importantes del siglo XX. En 1980 expuso consecutivamente en el Guggenheim de Nueva York, Palacio de Cristal de Madrid y, por primera vez en el País Vasco, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao.

El Museo Reina Sofía acogió su mayor retrospectiva en 1998, el Museo Guggenheim de Bilbao lo hizo en 1999 y  el Martin-Gropius-Bau de Berlín en 1991. Inaugurado el nuevo milenio las muestras del artista se sucedieron en el Jeu de Paume de París en 2001, en el Museo Hermitage de San Petersburgo en 2003, en la Fundación Joan Miró de Barcelona en 2003, en el Mie Prefectural Art Museum, Tsu City de Japón en 2006, en el Graphikmuseum Pablo Picasso Münster 2012 de Wiesbaden en 2017, en el Rijksmuseum de los Países Bajos en 2018 y en Somerset en 2021. Además, han sido numerosas las muestras dedicadas al escultor en galerías de diferentes países.

Un lugar para el recuerdo

En septiembre de 2000 se inauguró Chillida Leku, un lugar elegido por el artista como seña de identidad, con la finalidad de mostrar al mundo su obra en diálogo con la naturaleza y cuya pieza central es el caserío Zabalaga.

“El museo, cuya principal misión es difundir la obra y el pensamiento de Eduardo Chillida, alberga el corpus de obra más amplio y representativo que se conserva, así como el archivo que recoge el legado documental del artista», explica Mireia Massagué, directora de Chillida Leku.

Chillida Leku es un museo único, confeccionado en sí mismo como una gran obra de arte. En él la fusión entre arte y naturaleza se produce de una manera natural. Las esculturas se integran en el paisaje como si siempre hubieran formado parte de él. En el jardín, las hayas, los robles y los magnolios conviven con las monumentales esculturas de acero y granito ubicadas en perfecto diálogo con el entorno. Si bien las obras presentan un aspecto de monumentalidad, el lugar está hecho a escala humana que es la escala con la que el artista trabajó siempre, poniendo a la persona como medida de su trabajo.

«Recordar a mi padre cuando se cumplen veinte años de su muerte es volver a revivir sus grandes gestas en el mundo del arte. Él estaría muy contento de saber que un museo como Chillida Leku no solo sigue guardando y cuidando el legado que durante tantos años creó para todos nosotros sino que su obra sigue suscitando el interés de públicos de diferentes generaciones», asegura Luis Chillida, hijo del escultor, en nombre de la Sucesión de Eduardo Chillida.

El artista falleció en San Sebastián en agosto de 2002, sin ver materializado otro de sus grandes proyectos, un gran monumento a la tolerancia en el corazón de la montaña Tindaya en Fuerteventura.

Así es el legado de Eduardo Chillida: