La literatura náutica es un campo especialmente abonado para los iconos. Si nos pusiéramos a chequear los estantes de los veleros que hay flotando en nuestras aguas, hay seis o siete volúmenes que estarían en el noventa por ciento de los barcos consultados: El espejo del mar (Conrad), Moby Dick (Melville), Una regata de locos (Nichols), ¡Eh Petrel! (Villar)… Toda esta comunidad de enfermos por la literatura marítima tenemos suerte estos días, ya que la editorial Almayer acaba de reeditar en castellano uno de estos ejemplares de leyenda: El cazador de barcos, de Justin Scott.
Reconozco que lo he devorado en menos de una semana, aunque el pretexto con el que parte la historia en principio tira patrás. Una pareja está navegando cuando se cruza con el superpetrolero más grande del mundo, que les arrolla y mata a la mujer. Bajón máximo, pues es una sensación que todos hemos experimentado a la caña al cruzarnos con un barco grande, pero que por fortuna no suele acabar en tragedia. No es un spoiler, ya que esto lo cuentan ya en las solapas del libro. El patrón se cabrea de tal modo que decide dedicar su vida a hundir al Leviathan, que así se llama el monstruo que mató a su mujer.
Esta titánica lucha genera rechazo al principio. ¿Dónde va este loco? Pero desde el momento en el que te estás preguntando esto, hay otro elemento que te engancha y ya no te suelta hasta la última página: el excepcional relato náutico que construye Scott. El velero que compra Peter Hardin, que así se llama nuestro protagonista, es un Swan 38: el deseo más anhelado para todo amante de la vela. Y el lenguaje que emplea Scott para describir el barco, la preparación de su quijotesca misión, las primeras navegadas y su lucha con las tormentas está a la altura del mejor Conrad. Son palabras mayores, pero no pude evitar la comparativa desde el inicio del relato: nunca había leído una descripción de la terminología y la maniobra a bordo, los cambios de velas o las decisiones tácticas tan preciso como el que hizo Scott en este cazador de barcos. Si Conrad se reencarnase hoy en día, escogería exactamente el mismo lenguaje empleado por Scott.
Y esta es precisamente la gran barrera para el lector no experimentado en estas lides: si no navegas, es imposible paladear este excelente relato como se merece. De hecho, lo lógico sería que los lectores de tierra firme pasen directamente varias páginas sin leerlas, porque es como leer en chino. Y esa es exactamente la sensación que engancha al marino.
Lo único que no acaba de brillar en el relato es la historia de amor entre Hardin y Ajaratu. Es como si hubiese que acompañar el relato náutico con otro humano, pero cuya historia esta muy lejos de la precisión y fascinación de la marinera. Pero buen, léanlo a ver qué les parece. Es el libro más recomendable que ha pasado por esta sección en el último año.
Lo que es una maravilla es la excelente traducción de Mireia Bofill; la traducción de estas novelas con tantísimos términos específicos del inglés al español es una auténtica odisea. Y su trabajo es impecable.
De momento está disponible en preventa, ya que su salida oficial al mercado es el 4 de noviembre, pero intuimos que la primera tirada no tardará en volar en cuanto pise los estantes de las librerías.
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