Javier Banderas es uno de los armadores de referencia de la vela española en las últimas décadas. Los pantalanes son el único escenario del planeta donde es más reconocido que su hermano Antonio, de quien es administrador en todos sus negocios. Este verano buscará su noveno título de la Copa del Rey Mapfre en Palma mientras gestiona la joya cultural que lideran Antonio y Javier en Málaga con el Teatro del Soho, un precioso recinto donde atiende a Nautik Magazine con una amabilidad reconfortante.
¿De dónde te viene la pasión y la relación con el mar?
Vivimos en Málaga, una ciudad costera muy relacionada con el mar. Durante años, Málaga estuvo algo de espaldas al mar, pero eso ha cambiado radicalmente. El puerto, que antes era muy hermético, ahora es un espacio vivo de restauración y ocio. Las playas han evolucionado muchísimo. Personalmente, no me veo viviendo en una ciudad interior; el mar es fundamental en mi vida.
¿Cuál es tu primer recuerdo con el mundo de los barcos?
Empecé de pequeño en el Club Mediterráneo, navegando en Snipe como tripulante con un familiar. La verdad es que no duré mucho, estuve un par de años y me fui a otros deportes. Pero esa relación ya empezó ahí, en el Club Mediterráneo, con la vela ligera. En 1989-90 fue cuando compramos nuestro primer crucero pequeño y empezamos a navegar mucho. Me enamoré de ese mundo. En el 97 constituimos un equipo profesional de regatas, donde competimos en un circuito importante participando en todas las regatas relevantes de España.
¿Podrías hacer un repaso de tus primeros barcos?
Mi primer barco fue un Freedom de 21 pies, un clásico. Me encantaba simplemente tener el barco en el atraque, dedicarme a su mantenimiento, aunque por supuesto también salía a navegar. Después lo vendí y me compré un 9 metros, el ‘Mariachi’, que era precioso.
Luego nos metimos en un BH 41, que ya era regatero. Era el antiguo Cutty Shark. Con él empezamos la temporada en Barcelona y lo tuvimos dos años. Después compré un Vrolijk 44 en Dinamarca. Recuerdo perfectamente ir a verlo con Laureano (Wizner) y Augusto Sanguinetti. El barco tenía dos dedos de nieve en la cubierta, pero decidí comprarlo inmediatamente.
Más tarde adquirí un Farr 49, el antiguo Bribón VII, un barco magnífico que mantuvimos dos años. Después me construí mi propio barco en Geest, Rhode Island, aunque coincidió con los atentados del 11-S, lo que complicó todo el proceso.
¿Con quién navegabas en esos primeros años?
Mi director deportivo era Juan Carlos García Guerra, y teníamos un equipo muy local, de Fuengirola y Málaga. El mundo de la vela es así, llegas como novato y vas aprendiendo viendo las maniobras de los demás. Fuimos progresando poco a poco desde 1997, y la base de aquella tripulación es la que mantengo ahora. Han pasado mil personas por mi barco, pero mucha gente del equipo original sigue. Ese es uno de los secretos de nuestro éxito actual: el conocimiento mutuo, saber cómo piensa cada uno.
Ahora el director deportivo es Piti (José Antonio Estebanez), que lo gestiona todo muy bien. La tripulación es una combinación de gente de Málaga y profesionales con mucha experiencia, como Luis Doreste, Domingo Manrique, gente de Palma como el Negro…. Son refuerzos muy valiosos, pero mantenemos la base original. Ese creo que es el secreto de nuestro éxito.
¿Cómo recuerdas aquella época del circuito profesional?
Era una época dorada de la vela española. Los presupuestos eran importantes y había mucha competencia. Me acuerdo especialmente de las regatas en Cartagena, donde competíamos contra equipos internacionales de primer nivel. El nivel técnico era altísimo, y cada regata era una lección. Recuerdo especialmente el Mundial de TP52, donde conseguimos resultados muy buenos compitiendo contra equipos con presupuestos mucho mayores que el nuestro.
¿Cuál ha sido tu mejor momento en la Copa del Rey?
De las ocho victorias, valoro especialmente dos. La primera fue con el X-41, cuando ganamos en ORC 2. Exprimimos el barco al máximo, había competidores muy potentes, pero ganamos con mucho esfuerzo. La otra fue el año pasado en ORC 0, compitiendo contra los TP52. Fue una victoria muy ajustada, por apenas tres segundos de diferencia. Esas victorias son especialmente dulces porque demuestran que con trabajo y un buen equipo se puede competir contra cualquiera.
¿Cómo has logrado mantenerte en la élite durante tanto tiempo?
Hemos tenido varios patrocinadores importantes. Tau Cerámica fue uno de los principales, y siempre apostaba por la clase más fuerte. Competíamos con equipos que entrenaban para la Copa América. Estaba el Desafío, el Oracle, barcos con tripulaciones extraordinarias. Nosotros intentábamos abrirnos hueco con presupuestos más limitados, pero también dábamos guerra.
La clase TP52 era muy exigente económicamente. A veces no podíamos acudir a todas las regatas del circuito por presupuesto, lo que afectaba a nuestra clasificación general. Pero fue una experiencia extraordinaria, como una escuela, porque ver navegar a esa gente era como estudiar una enciclopedia.
¿Qué navegantes te han marcado especialmente?
Hombre, hemos tenido la suerte de navegar contra los mejores navegantes del mundo, me resulta muy difícil elegir… Recuerdo especialmente a Vasco Vascotto en una regata en Cartagena, tuvimos un babor estribor llegando a una boya en la que se metió a muerte. También navegaron con nosotros personas como Gavin Brady, que vino cuando compramos un barco nuevo. Han pasado por nuestro equipo navegantes realmente top. En cada barco iban figuras tremendas.
Tú a bordo ejerces el rol de navegante. ¿Cómo llegaste a especializarte en esta función?
Me apasiona ese aspecto técnico. Desde mis inicios me preocupaba por todos los detalles del barco. He desempeñado diferentes roles: proa, timonel… Pero con mis limitaciones de tiempo actuales, prefiero tener a cada persona en su mejor posición. Por ejemplo, Dani Cuevas como patrón es excepcional, Luis Doreste como táctico es insuperable. Aunque no sea el mejor navegante, es donde mejor puedo contribuir, especialmente en regatas como la Copa del Rey.
El que ha apoyado siempre todos tus proyectos a muerte ha sido tu hermano Antonio. ¿Qué papel ha jugado en tu carrera deportiva?
Si, siempre ha estado muy relacionado con el equipo y apoyando de forma increíble. Ha navegado con nosotros ocasionalmente porque su agenda en el cine es muy exigente. Nunca le he impuesto ninguna obligación contractual. Con Tau, por ejemplo, visitó la fábrica, dio ruedas de prensa, pero siempre por voluntad propia. Venía a la Copa del Rey cuando podía y traía a toda la familia: Melanie, Dakota, Estela… Recuerdo especialmente una cena con las dos tripulaciones donde estuvieron el Rey y la Reina. Mi hermano siempre ha apoyado tanto nuestro proyecto como al Bribón.
Háblanos del Teatro del Soho y cómo compaginas ambos mundos.
Ahora corremos con el Teatro del Soho como patrocinador principal. Esto nos permite promocionar nuestras producciones, como el musical «Godspell» que estamos preparando. Y es verdad que la publicidad de las obras de teatro en el spinaker queda muy espectacular, es muy llamativo.
En el teatro, al igual que en la vela, buscamos la excelencia. Mi hermano podría gastarse el dinero en un yate de 100 metros o en jugar al golf, pero lo invierte en el teatro porque busca en cada musical la máxima calidad. Este año hemos tenido cuatro nominaciones en los premios Talía y nos los hemos llevado todos.
¿Qué balance haces de estos años con el Teatro del Soho?
En noviembre cumpliremos seis años desde la inauguración en 2019. A pesar de la pandemia que nos golpeó en marzo de 2020, hemos vuelto con fuerza. Nos hemos posicionado junto a grandes productoras teatrales como Stage Entertainment y LetsGo. Han pasado por aquí artistas como Nuria Espert, Blanca Portillo, Héctor Alterio, Carlos Hipólito… Además de teatro de texto, ofrecemos flamenco, tenemos la Orquesta Larios del Soho, y contamos con Lucía Lacarra en danza.
¿Qué valores compartes entre la vela y el teatro?
La vela es uno de los deportes que más valores aporta. Hay mucho compañerismo, a diferencia de otros deportes donde puede haber más tensión. Es un deporte único donde confluyen muchos elementos: el barco, el agua, las mareas… No basta solo con tener la mejor tripulación; necesitas que todo encaje. En el teatro sucede algo similar: buscamos la excelencia en cada producción, trabajando en equipo y cuidando cada detalle.
¿Cómo es trabajar en familia con tu hermano?
Siempre nos hemos llevado extraordinariamente bien. Curiosamente, cuando se fue a Madrid con 20 años y luego a Estados Unidos, es cuando más unidos hemos estado. Hablábamos diariamente por teléfono. Mientras él estaba fuera, yo me encargaba de la estructura de negocio aquí, los alquileres, y finalmente el teatro.
El teatro está siendo especialmente gratificante para él porque ha vuelto a sus orígenes. En esta época de inteligencia artificial, el teatro es algo real: personas actuando frente a espectadores, algo auténtico. Antonio está disfrutando muchísimo y yo con él.
¿Qué proyectos tienes para el futuro?
Seguiremos compitiendo en vela al máximo nivel posible, siempre adaptándonos a los presupuestos disponibles. En el teatro, continuaremos produciendo musicales de primera calidad y ampliando nuestra oferta cultural. Lo importante es mantener el nivel de excelencia en ambos mundos. Estamos obsesionados con la excelencia.
