Nautik Magazine

Hundir la flota (y arrepentirse)

Dos expropietarios de barco nos cuentan la realidad del refrán que dice que: “Un barco te da dos grandes alegrías: el día que lo compras… y el día que lo vendes”.

Ilustración: Antonio Sortino

Ese popular adagio que rodea al deporte de la vela puede ser cierto o puede que no. Depende. Todo amante del mar sueña con tener su propio barco. Pero comprarlo te cambia la vida. Hemos hablado con dos personas que tuvieron barco y que, con el paso del tiempo, dejaron de tenerlo. Uno, sin arrepentirse, reconoce que lo añora. El otro, en cambio, asegura estar “totalmente de acuerdo” con el famoso lema y, es más, afirma que cuando empezó “a disfrutar del barco, como verdaderamente se disfruta de los barcos, es en los barcos de los amigos”. 

Quien así se expresa es el coronel retirado del Ejército del Aire y antiguo piloto de combate Fernando Cámara Martín Cerezo, popular por haber protagonizado el famoso incidente OVNI de Manises –del que ha hablado en numerosas ocasiones– y que tuvo lugar el 11 de noviembre de 1979. “El barco es para tenerlo cuando vives en un puerto de mar –afirma Cámara–. Tener un barco alejado de tu lugar de residencia, es mucho más esclavo que cuando estás viviendo en puerto de mar y puedes salir a navegar todos los fines de semana. A mí me han gustado los barcos de vela desde siempre, desde que era pequeño. Mi hermano tenía un barco pequeño en el pantano de San Juan y ahí hacíamos vela o esquí acuático con motoras. Pero por mis por mis lugares de trabajo (he estado destinado en Badajoz, en Albacete y, finalmente, en Madrid) no tuve la ocasión, hasta que en los años ochenta me destinaron a Las Palmas de Gran Canaria. Ahí me dije: ‘esta es mi oportunidad’. Y así fue”.

Fueron seis años de constantes salidas a navegar. Prácticamente, todos los fines de semana, pero llegó un momento en el que las cosas se complicaron. “Mis cuatro hijas empezaban ya a protestar y cuando me destinaron a Madrid tuve que poner el barco a la venta, porque no podía atenderlo estando como estaba a 2.800 kilómetros”. En el recuerdo quedan todo tipo de recorridos: de Barcelona a Isla Cristina, de La Manga del Mar Menor a Melilla o desde Marín a San Fernando, siguiendo toda la costa de Portugal, en trayectos de tres o cuatro días de navegación. Ahora en cambio, y desde hace varios años, disfruta de los barcos de los amigos: “es una maravilla porque vas al puerto y el amigo es el que se encarga de tener el barco estupendamente. Les haces un favor a ellos, porque la familia ya está harta de acompañarte, y ellos te lo hacen a ti”.

La experiencia del otro expropietario de barco es muy distinta. Jaime Pont, fundador y CEO de la empresa madrileña Cubro, que triunfa con su sistema para “tunear” los muebles de cocina de IKEA, tiene un intenso pasado como navegante, habiendo llegado a participar en dos ocasiones, como tripulante, en la regata Fastnet, un recorrido de 608 millas náuticas (1.126 km), desde Cowes, en la isla inglesa de Wight, hasta el faro de Fastnet Rock, al sur de Irlanda, donde se da la vuelta. “Siempre me había gustado el mar y de adolescente hice mucho windsurf, pero cuando empecé a estudiar en la universidad de Washington, en Seattle, donde hacía demasiado frío para hacer windsurf, me apunté a un programa de vela. Tenían un montón de barcos, que podías usar, si eras estudiante, cuando quisieras. Durante los cuatro años que estuve ahí, me aficioné de manera regular a navegar tanto en barcos pequeños como en barcos grandes. Después de la carrera me fui a vivir a Bruselas y me metí en un equipo. Durante tres años competí en la clase First Class 8 como un tripulante más. Después empecé a vivir en Londres y estuve dos años en otro equipo. Fue entonces cuando participé en la Fastnet, que ya es una regata grande y de bastante renombre, y la completé dos años con ese equipo. Después, cuando me vine a vivir a Madrid, al cabo de dos años decidí comprarme mi primer barco, con la idea de que quería un crucero regata”.

“Mi primer barco lo tuve durante cuatro años y lo vendí para comprar otro y no me dio tristeza –recuerda–, pero el segundo, cuando sabía que me tocaba venderlo, sí me dio mucha tristeza. El primero era un Beneteau First 36.7 que se llamaba “Tete”. Lo usaba para regatas pero era, sobre todo, nuestra segunda residencia de verano, porque después de participar en la Copa del Rey, durante los cuatro años que tuve ese barco, nos íbamos mi mujer y yo a navegar y nos tirábamos hasta cuatro semanas en el barco”.

En el segundo, en cambio, no se podía dormir. Era “La Revoltosa”, un Beneteau 25 con el que compitió en la categoría Platú, llegando a ganar el Campeonato de España de la clase en 2012, además de haber quedado tercero en dos ocasiones, en 2009 y 2011. Y dos veces quinto en sendos campeonatos del mundo de esa clase.

En su caso, el nacimiento de su segundo hijo le hizo abandonar el deporte. “Ya no me podía estar yendo a Valencia a regatear cada fin de semana y mi prioridad ya no era estar pagando velas nuevas y viajes de tripulaciones para arriba para abajo”. Y después de diez años de haber disfrutado vicariamente de la vela en barcos de amigos, este pasado verano “he empezado a navegar otra vez con la familia: estuvimos navegando cinco días, con un velero alquilado, por el Cabo de Creus. Y es como lo de montar en bicicleta: no se olvida”.