“Querida: ¿sabes que estás sentada sobre la polla de una ballena?”. Esa era una pregunta recurrente, seguida de una risotada, que Onassis realizaba a modo de novatada. La planteaba a las invitadas que navegaban por primera vez a bordo del Christina, un barco de recreo mítico. Si oían el ‘chiste’, el resto de los invitados también reían. Lo harían posiblemente más por cortesía hacia su anfitrión, que por la gracia con la que el naviero griego recordaba con frecuencia que los taburetes del bar de su yate estaban forrados de la fina piel del glande de las ballenas.
Y es que este yate, además de ser una joya naval, fue uno de los grandes centros de la alta sociedad de los años 50, 60 y parte de los 70 del siglo pasado. Al exprimer ministro británico Winston Churchill le encantaba dejar pasar las horas sentado en su popa. La mismísima Eva Perón, disfrutó del sol en su cubierta. Frank Sinatra bebió muchos cócteles preparados por sus camareros, acomodado en los famosos taburetes. John Fitzgerald Kennedy también viajó varios días en él por el Mediterráneo y Marilyn Monroe se dejó seducir por las olas del Egeo a bordo. También la soprano María Callas cayó allí en los brazos del armador del yate Christina, donde personajes poderosos, millonarios y celebridades disfrutaban de una vida informal a todo tren, agasajados por el famoso armador griego.
Hoy, el emblemático buque de recreo sigue todavía navegando por aguas del Mediterráneo y puntualmente en el Caribe. Ahora lo hace en régimen de chárter.
Un millonario clásico
La portada del primer numero de Forbes España, publicado en marzo de 2013, tuvo precisamente como protagonista a Aristóteles Sócrates Onassis. El naviero griego fue uno de los personajes más celebres del siglo XX, no tan solo por sus buques y negocios como el petróleo, la minería o el transporte aéreo, sino también por su vida social e influencia en diferentes sectores que hicieron de él un personaje verdaderamente irrepetible. Uno de los capítulos que le dio más brillo social fue ser uno de los ‘dueños’ de un país, Mónaco al comprar la mayoría de las acciones en la Société des Bains de Mer (SBM), la corporación inmobiliaria que gestionaba el casino, varios hoteles y otras atracciones turísticas en ese pequeño principado, donde la presencia de su barco era más que frecuente y formaba parte del paisaje del Principado.
La historia de esta impresionante embarcación de ocio es tan interesante como las que han sucedido en su interior: se botó en 1943 como fragata de la clase river para la Real Armada Canadiense bajo el nombre de ‘Stormont’. Era un tipo de barco destinado a escoltar convoyes marítimos durante la Segunda Guerra Mundial. Tras el conflicto, el buque fue uno de los muchos excedentes militares que se subastaron y Onassis lo adquirió en 1954 para convertirlo en su residencia más querida, invirtiendo cuatro millones de dólares para su reforma integral.
Su yate, su casa
Cuando Onassis empezó a disfrutarlo, sus propiedades en tierra pasaron a un segundo término, incluso su isla privada Skorpios y los apartamentos en Mónaco, París y su casa de Nueva York. Como amante del mar, Aristóteles Sócrates Onassis, ‘Ari’ para los suyos, se sentía libre y en su medio natural oliendo a yodo y salitre cuando navegaba a bordo del Christina, bautizado así en honor a su hija. Su primera esposa, Athina Livanos, decía continuamente que el armador quería al barco sobre cualquier otra cosa en el mundo. Así lo atestiguaban sus tripulantes. Sabían que cualquier mínimo daño que sufriera el barco, aunque fuese una mancha sobre una tapicería, conllevaba el despido fulminante y el desembarque del responsable, allí donde estuvieran.
Ser uno de los empresarios más poderosos y algo extravagantes del mundo le llevó a invitar continuamente a bordo a todo tipo de personas, sobre todo aquellos que le podían aportar algo a sus negocios. También alojaba a personalidades a las que admiraba y a otros potenciales competidores a los que pretendía deslumbrar. En los numerosos cruceros que organizaba se reunían personajes de lo más dispar, aunque siempre con dos denominadores comunes: glamour y poder.
Tanto por sus huéspedes como por las medidas, pues con 99 metros fue uno de los yates más grandes del mundo durante muchos años, su presencia no pasaba desapercibida en los puertos por los que recalaba. A bordo todo era lujoso, sofisticado y en ocasiones también tenía ciertos detalles pretenciosos… aunque a Ari se le perdonaban sus excentricidades, como los chistes de los taburetes o algunos recargados detalles en la decoración.
Hidroavión
Una peculiaridad del barco era que portaba un hidroavión Piaggio en su cubierta para llevar y traer invitados que no podían estar demasiados días a bordo, como fue el caso de la soprano Maria Callas, a quien Ari invitó a pasar unos días junto a su marido entre función y función y a quien quiso seducir desde el primer instante. Eso dio lugar a una historia de amor más similar a una tragedia griega (ambos lo eran) que a un romance, algo parecido a lo que sucedió también con Jacqueline Bouvier, primero señora de Kennedy… y luego de Onassis.
El brillo naval se fue apagando a medida que su propietario envejeció y ganó enemigos. Tras la muerte de Ari en 1975, su hija heredó el Christina, aunque lo cedió al gobierno griego para que fuese usado como yate presidencial. Lo hizo con el nuevo nombre de ‘Argo’. Así, jefes de estado como Constantino Karamanlis o Christos Satrtzezakis usaron, aunque poco, el yate del célebre naviero, para no ser acusados de ostentación. El escaso uso, hizo que éste sufriese un deterioro notable hasta que J.P. Papanicolau hizo una oferta al gobierno de la república para que el yate regresara a manos privadas en 2001.
El barco entró en astilleros pocos días después de su adquisición y durante 15 largos meses fue sometido a una reforma integral de todos sus detalles, restaurando los elementos mas simbólicos y renovando todos los detalles técnicos y decorativos. Papanicolau le devolvió el nombre original, al que se añadió una ‘O’ en recuerdo del apellido mas famoso de la historia griega moderna, con el permiso de la Callas o de la actriz Irene Papas. Posteriormente fue gestionado por una sociedad griega y su ultimo propietario ha sido un abogado irlandés recientemente fallecido.
La reforma le colocó técnicamente en el siglo XXI, aunque respetando un aire clásico, que es lo que buscan ahora las personas que actualmente lo alquilan por unas tarifas que varían entre 700.000 a 750.000 dependiendo de la temporada, al que se han de añadir todos los extras de comidas, bebidas y otros gastos que tengan los hasta 34 huéspedes que el Christina puede alojar, atendidos por 38 tripulantes.
El yate está dividido en cinco cubiertas. En la más alta hay un bar y la zona de solárium, en la siguiente, el puente de mando y la gran suite de tres habitaciones, de unos cien metros cuadrados en la que se ha mantenido la estructura que creó su dueño original, de ahí que se siga llamando la ‘suite Onassis’. En el puente inmediatamente inferior están las zonas comunes del barco: una librería, una sala de masajes, un pequeño cine, gimnasio y un jacuzzi. Bajo ésta hay varios camarotes dobles, el comedor principal, el bar interior con sus famosos taburetes, forrados esta vez con material menos exótico, un gran salón de estar, un solárium que puede ser helisuperficie y una piscina, que pulsando simplemente un botón se convierte en una pista de baile al aire libre. En el resto del barco hay más camarotes y espacios para la tripulación.
Estos días, el Christina O. está atracado en el puerto de Niza. Aunque sus huéspedes, coordinados con el capitán, suelen programar las escalas y días de mar sin demasiada previsión, es muy probable que, como casi cada verano, este mítico yate navegue y recale también por las aguas y calas de Baleares en julio o agosto. Está por ver.
Lo que si es seguro es que ochenta años después de su botadura, la fragata que acabó convirtiéndose en un centro social de primera clase, mantiene el espíritu Onassis y sigue embelleciendo los puertos donde amarra y las aguas en las que fondea.