A menudo consideradas especies clave, los Condrictios (tiburones, rayas y quimeras) se enfrentan a una amenaza inminente de pérdida de biodiversidad alimentada por un cóctel de factores que incluyen la sobreexplotación, la pérdida de hábitat, la contaminación y el siempre inminente espectro del cambio climático. La contaminación, en particular, es un asesino silencioso, con metales pesados como el cadmio (Cd), el plomo (Pb) y el cobre (Cu) infestando nuestras aguas, causando estragos en ecosistemas de todas partes. Dada su persistencia medioambiental a largo plazo, los metales pesados, al igual que otros contaminantes, tienen el potencial de bioacumularse en tejidos y órganos como el hígado, los músculos y las branquias.
La biodisponibilidad de los metales pesados y, en consecuencia, su absorción por la biota marina, puede verse influida por variables medioambientales como la química del agua y la temperatura. El papel de cada especie dentro de las redes tróficas también influye en sus tasas de bioacumulación, dependiendo de lo que coman. Los condrictios son especialmente susceptibles a la bioacumulación, ya que se consideran especies clave y suelen ocupar niveles tróficos elevados. La amenaza se intensifica a medida que los metales pesados se infiltran en su hígado, músculo y branquias, y las tasas de bioacumulación varían en función de la especie, la presa preferida y la especificidad del órgano.
Las repercusiones de la exposición a metales pesados en los condrictios van más allá de las alteraciones fisiológicas. Se cree que las altas concentraciones de contaminantes comprometen la fisiología reproductiva, impactando en el desarrollo embrionario y suponiendo un riesgo significativo para la supervivencia de los embriones y las crías en desarrollo. El plomo, en particular, trastorna los sistemas osmorreguladores, la capacidad respiratoria y el metabolismo de estas criaturas, siendo los juveniles más susceptibles a sus garras venenosas.
El mar Mediterráneo, un punto caliente de Condrictios, alberga aproximadamente 80 especies, cada una de las cuales se enfrenta a desafíos únicos. Sin embargo, la falta de estudios exhaustivos, especialmente en la cuenca occidental, deja lagunas críticas en nuestra comprensión del impacto de los metales pesados en estas criaturas. Entre en escena el oceanógrafo Pol Carrasco-Puig. En un estudio pionero que abarca una década, Carrasco-Puig y un equipo de investigadores dirigido por el Dr. Claudio Barría han analizado 116 muestras de tejido muscular de 17 especies de condrictios del Mediterráneo occidental.
Los tiburones, las rayas y las quimeras presentan concentraciones variables de cadmio, plomo y cobre, con implicaciones potenciales tanto para la vida marina como para los consumidores humanos. «La naturaleza nociva de los metales pesados en el medio marino y para la salud humana es bien conocida y se ha estudiado ampliamente en las últimas décadas. Existen normativas internacionales y nacionales destinadas a proteger los ecosistemas, la biodiversidad y la salud humana de este tipo de contaminantes», afirma Carrasco-Puig. «Evaluar los contaminantes en los condrictios puede aportar información sobre las concentraciones globales de contaminación en los ecosistemas y los riesgos potenciales asociados que pueden suponer para la salud humana».
La metodología utilizada para analizar las concentraciones fue doble. En primer lugar, se realiza una extracción ácida asistida por microondas (MAE), que consiste en tomar tejidos musculares de tiburones, rayas y quimeras para extraer metales y transferirlos a una solución acuosa ácida denominada extracto. A continuación, el extracto se somete a análisis mediante espectrometría de absorción atómica en horno de grafito (GFAAS). Esto implica atomizar una porción del extracto que contiene componentes metálicos de la muestra muscular. A continuación, se mide la concentración de cada metal exponiendo la muestra atomizada a la luz en la longitud de onda característica para la absorbancia máxima.
En comparación con otras regiones del mar Mediterráneo, sobre todo la cuenca oriental, las concentraciones observadas fueron en general inferiores a las documentadas en investigaciones relativas al mar Egeo y al mar de Levante. Además, a través de su examen de 17 especies distintas, el equipo observó un patrón: las concentraciones de metales pesados tendían a aumentar con las mayores profundidades, los tamaños más pequeños de las especies y los niveles tróficos más bajos. Los tiburones, las rayas y las quimeras presentaban concentraciones variables de cadmio, plomo y cobre.
En general, los tiburones presentaban las mayores concentraciones de cadmio y cobre, las quimeras la mayor concentración de plomo y las rayas las menores concentraciones de metales pesados. A nivel de especie, el tiburón linterna de vientre aterciopelado (Etmopterus spinax) presentaba las concentraciones más elevadas de cadmio y cobre, y el pez conejo (Chimaera monstrosa) de plomo. «Las elevadas concentraciones de metales pesados en estas especies, que superan el límite legal de la UE (Etmopterus spinax para el Cd y algunos ejemplares de Chimaera monstrosa para el Pb), indican que no se recomienda el consumo humano de estas especies», afirma Carrasco-Puig.
«Aunque nuestros resultados indican que el riesgo global no es elevado, se necesitan más estudios, centrados específicamente en otros contaminantes y metales pesados como el mercurio, para diseñar mejores recomendaciones de consumo para la población general. Por lo tanto, independientemente de nuestros resultados, la mejor medida preventiva es evitar y minimizar el consumo de estas especies, especialmente por parte de los grupos más vulnerables».
Aún así, cree que sus hallazgos sugieren que podrían servir como biomonitores, ofreciendo información sobre las concentraciones de metales pesados dentro de hábitats concretos como los cañones submarinos, donde suelen encontrarse estas especies. Este conocimiento podría reforzar el perfeccionamiento de las directrices de consumo para mejorar su precisión.
¿Podría alguno de estos metales haberse dado de forma natural en el Mediterráneo occidental? «Aunque pueden producirse de forma natural, la presencia de metales pesados en el medio marino a nivel mundial, y en particular en el Mediterráneo occidental, se asocia sobre todo a actividades antropogénicas», explica Carrasco-Puig. «Diversas prácticas antropogénicas, como la minería, la fundición de minerales metálicos, la combustión de combustibles fósiles, el uso de fertilizantes y otros procesos industriales, siguen siendo las principales fuentes de metales pesados en el medio marino, contribuyendo potencialmente a la bioacumulación de estos contaminantes en los organismos marinos, incluidos los condrictios».
La Asociación para el Estudio y la Conservación de los Elasmobranquios y sus Ecosistemas (Catsharks) busca actualmente financiación para iniciar programas de seguimiento de especies clave en las regiones costeras españolas. Este estudio pretendía establecer una línea de base para futuras investigaciones, y el equipo está entusiasmado con la idea de ampliar sus investigaciones a todo el Mediterráneo occidental y el océano Atlántico.