A unas 100 mn de Lanzarote, el compás se ha clavado en los 220º y el viento, en nuestra popa. Las rutinas se van haciendo rutina y ésta, preponderante. Si todos necesitamos secuencias repetitivas para vivir en tierra, en el mar se vuelven imprescindibles.
En este sentido, cobra valor la visión del barco como una “institución total” de ErwingGoffman. A mediados del siglo pasado, el sociólogo norteamericano estudió cómo cuando un grupo humano esta físicamente aislado, durante un tiempo significativo y compartiendo condición o actividad, las pautas recurrentes son clave para mantener su funcionamiento efectivo. Y, aunque parece evidente que el Dr. Goffman no estaba pensando en unos amigos navegando a vela hacia el Caribe precisamente, no es menos cierto que se dan todos los factores del caso.
No se me ocurre, ni sabría, enunciar aquí una tesis pretenciosamente sesuda, pero no me negarán que es interesante pensar hasta qué punto las personas necesitamos percibir las estructuras para sentirnos libres.
El caso es que en el Amibola las guardias se suceden cada 4 horas, siempre de a dos. El Mono con el Gato, e Iñaki conmigo. Durante el día, los relevos se templan con la vida. Pero por la noche, llegar puntual va más allá de la cortesía para hacerse sustancial. Carlos y Alberto, liberados honoris causa, nos regalan apariciones repentinas y algunas de esas conversaciones que solo pueden ocurrir navegando.
Por las mañanas, mantenemos el barco y nos ocupamos de que esté limpio y ordenado, rutina marinera donde las haya y, por supuesto, el Gato Ríos cocina un par de veces por jornada, para dar cumplimiento a la hora del rancho, que es otra institución.
También nos ocupamos de potabilizar agua, pescar -o intentarlo-, e ir ocupando el espacio de estiba que dejan los víveres que consumimos con su reemplazo más funcional, los residuos inorgánicos que generamos.
Hasta escribir estas líneas se ha vuelto una costumbre. Lo hago durante la guardia entre las 02:00 y las 06:00 cada madrugada y la tarea solo es interrumpida por una alarma que programo cada veinte minutos, para obligarme a levantar la cabeza, recorrer la cubierta, revisar el radar y otear un horizonte en que el nunca veo nada.
Mientras tanto, nuestra conexión satélite nos permite trabajar con bastante normalidad. Por lo que no es raro que, a determinadas horas, la escena a bordo sea la propia del típico espacio “coworking”. Ya saben, gente guay en zapatillas, provista de auriculares y una taza de café de colores, conectada con otros que, en igual condición, se afanan en que el mundo siga girando. En fin…
En lo que a actividades más lúdicas se refiere, merecen mención especial algo de entrenamiento con calistenia y gomas elásticas, el taller de cabuyería en el que Iñaki nos enseñó a hacer gazas, barriletes y estrobos, y la celebración de la fase preparatoria del Primer Campeonato Mundial de Cacho Chileno En Travesía. Como no os extrañará va en punta el único chileno participante del certamen, que a medida que nos explica cómo funciona la cosa, va cambiando las reglas a su conveniencia. En fin… otra vez.
Ya por la mañana, y antes de enviar la entrega de hoy a los de Forbes Nautik, cuelo esta línea para anunciar que ya vemos Lanzarote en nuestra proa.
Un abrazo, desde el mejor lugar del mundo para estar hoy.
Capitán Salmón
Socio-cofundador de la agencia de marketing Ernest