13 de noviembre de 2023.
Lo primero que leí, o lo primero que recuerdo que leí, sobre esto fue ¡Eh Petrel!.
Quien escribe sobre un viaje lo hace sobre sí mismo. Le concedo nobleza, al intento de esconderse tras el relato de lo que se descubre, pero todos sabemos que, antes o después se descubrirá, nítido, al relator. En mi caso, fue después. Porque solo los años me dejaron percibir algo de la grandeza de aquel vasco, primero montañero y después navegante, que tanto decía sin apenas palabras.
En la primavera de 1968, a la vez que yo nacía, julio Villar emprendió su vuelta al mundo a bordo de un Mistral de 7 metros, para contárnosla años después, en cuaderno de un navegante solitario (Juventud, 1989), desde algún lugar entre una bitácora, un poemario y una libreta de dibujos esenciales.
Hace un par de semanas desayuné en Madrid con mi amigo Andrés. Me invitó él, porque quería contarme su enésimo nuevo proyecto. Y de repente, una vez emboscado, me arrancó un sí cuando, un poco a traición, propuso que escribiera esto.
Y aquí estoy, a bordo del AMIBOLA C que ayer, domingo 12 de noviembre, zarpó del Puerto de Sotogrande en Cádiz, con destino a Isla de Lanzarote. Hemos quedado allí con los vientos alisios para a cruzar juntos el océano hasta otra isla, que el mismísimo Colón bautizara como Virgen de la Antigua al completar su segundo viaje en 1493.
Me acompañan quienes conozco bien, porque con todos he navegado: Carlos Pascual, Alberto Pascual; Leopoldo -el Mono- Rissotto, Felipe -el Gato- Ríos, e Iñaki Castañer, nada menos.
Tras dedicar muchas horas a estibar provisiones, a las 12:00 en punto salimos por la bocana, con rumbo Sur (180º exactos) dejando por nuestro estribor la desembocadura del Río Guadiaro, en una ruta que hemos hecho decenas de veces: superada Punta Europa, atravesamos la Bahía de Algeciras hasta Punta Carnero, y de allí a Tarifa.
Se trata de atravesar, primero longitudinalmente y, luego, transversalmente, el Estrecho de Gibraltar, evitando cuanto nos sea posible la corriente del Atlántico, entrante al Mediterráneo y, por tanto, contraria a nuestro curso.
Me impresiona cómo la increíble geografía de este lugar provoca que en esos 14,4 kilómetros que separan Europa de África, dos corrientes marinas opuestas, se superpongan para compensar dos de las masas de agua más gigantescas del planeta. Mientras en la superficie, el agua se desplaza del Atlántico al Mediterráneo; pegada al fundo, más salina y densa, la otra agua se mueve al revés, del Mediterráneo al Atlántico.
La proa del Amibola busca el cabo marroquí de Espartel, deja Tánger por babor, y sortea incontables cargueros y petroleros que nos recuerdan que el comercio internacional se estudia en universidades y se cuenta en periódicos, pero ocurre en lugares como éste.
Nos flanquean el Monte Hacho en Ceuta, al Sur y el Kalpe (hoy Peñón de Gibraltar), al Norte. Las mitológicas Columnas de Hércules que señalaron el fin del mundo a los antiguos: Non terrae plus ultra «No hay tierra más allá», hasta que en el siglo VII ac, lo atravesase el griego Heródoto Coleo de Samos.
Volviendo a nosotros, una vez doblado el cabo y entrada la noche, buscamos los 240º en el compás, para abrirnos ligeramente del paralelo a la costa marroquí, en la búsqueda del viento Norte que predecía el parte. Dejo de escribir esta primera entrega para mi amigo a la altura de Rabat, a unas 80 millas de donde estamos.
Noche magnífica, magnífica… que no me dejas dormir. Escribía Julio Villar.
Un abrazo, desde el mejor lugar del mundo, para estar hoy.
Capitán Salmón
Socio-cofundador de la agencia de marketing Ernest