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David Ruiz: «El mar es el sitio menos monótono del mundo»

Ha cruzado cinco veces el Atlántico, tres de ellas en solitario, y ha dado la vuelta al mundo en un viaje que ha durado cuatro años. Ahora, lo cuenta todo en "Irse."

Levantarse, prepararse un café, coger el metro y sentarse frente a un ordenador. Es la rutina de muchos, un día a día que David Ruiz (Barcelona, 1960) decidió romper de un plumazo para embarcarse en un viaje consigo mismo. Todo ello, con un reto sobre la mesa: dar la vuelta al mundo con su velero Thor. Lo consiguió y ahora plasma sus vivencias en “Irse.” (Elba Editorial).

Comencemos por el principio. Ruiz es barcelonés y siempre se ha dedicado al mundo de la creatividad. Diseñador industrial de formación, enseguida se interesó por en el mundo de la creatividad, de la comunicación, la publicidad y del diseño gráfico. Desde 1992, después de trabajar en diferentes agencias multinacionales de publicidad, montó su propio estudio creativo y desde entonces trabaja en ello. Con una pausa: la que hizo durante cuatro años para este viaje al mundo que, en su cabeza, comenzó desde pequeño.

PREGUNTA. ¿Cómo nace su pasión por el mar?

RESPUESTA. Desde niño, veraneábamos en la costa y empecé a navegar a vela. Es una afición que he seguido siempre. Hacia los 20 años, fui un enfermo del windsurfing, estuve muchos años navegando y después lo dejé por más de diez años y es curioso porque pensaba que lo de navegar era un tema que ya había desaparecido en mi vida, pero casi con 40 años y de manera repentina en mi vida, en un salón náutico tuve un flechazo y me compré un velero.

A partir de ahí, me entró la fiebre más absoluta sobre navegar y después de este velero llamado Pez vino otro, Luna, y ya empecé a soñar en grande y en hacer travesías importantes. La afición me viene de pequeño y de las lecturas que yo hacía en la adolescencia de libros que me pasaba mi padre de los grandes navegantes solitarios.

P. Y ahí llego Thor…

R. Thor ha sido mi tercer barco y donde he consolidado mi afición. Thor hace 14 años que lo adquirí, después de conocerlo en el Salón Náutico de la Rochelle. Era un barco que conceptualmente se acercaba mucho a la idea que yo siempre había soñado, sobre todo en esa adolescencia. Tenía un concepto de barco que cuando descubrí a Thor vi que se acercaba mucho a ese concepto de barco de aluminio muy resistente y rápido y espartano, sin lujos.

P. Antes de dar la vuelta al mundo, tocó cruzar el Atlántico, ¿verdad?

R. Mis navegaciones siempre han sido costeras con los barcos que he tenido y para mí hacer una travesía Barcelona-Mallorca era toda una hazaña. Pero sí que tenía el gusanillo y el sueño de atravesar el Atlantico en solitario. Cuando adquirí a Thor decidí regalarme por mi 50 cumpleaños ese viaje, decidí que lo tenía que hacer. Los 50 años son un punto de inflexión y quería cumplir ese sueño.

Superando los miedos y las aprensiones que lógicamente nacen de una idea así, lo hice. Fue un viaje impresionante y muy satisfactorio en todos los sentidos. Fue extraordinario y me abrió una puerta a todo un mundo apasionante. A partir de ahí, dos años más tarde, repetí la historia. Esta vez, apuntado a una regata en la categoría de solitarios. Ahí lo pasé un poco mal porque nos pilló una borrasca importante y yo me rompí los tendones del bíceps. Estuve diez días hasta que pude llegar al Caribe donde lo pasé un poco mal. 

Eso, en vez de amedrentarme, me dio una seguridad en mí mismo impresionante. Ahí se empezó a gestar la idea de hacer algo más serio y ese algo más serio ha acabado siendo dar la vuelta al mundo en solitario, concretamente a los 56 años, seis años después de mi primer cruce atlántico. Después, tengo dos cruces en la travesía de regreso a Barcelona, que estas las hice con tripulación. En total, en solitario son tres y luego dos más con tripulación.

P. ¿Qué se encuentra un navegante en esa vuelta al mundo con 56 años?

R. Es muy difícil de resumir, te encuentras de todo. Primero, una ruptura total con las rutinas y el día a día, es una de las cosas que yo buscaba, plantearme una etapa de mi vida que fuera absolutamente diferente. No porque estuviera mal en mi vida, sino porque la vida es corta y tengo esa necesidad de aprovecharla bien. Me encontré con esa aventura donde todo es absolutamente nuevo y donde los escenarios son absolutamente nuevos. 

He vivido una etapa de una intensidad brutal, acostumbrados a la rutina cotidiana donde al final actuamos como robots. Con este viaje lo que he hecho ha sido vivir el presente y el hecho de hacerlo solo todavía te lleva más a eso. Estás viendo y viviendo exactamente el lugar en el que estás. Todo eso te proporciona una apertura de mente que la he ido notando poco a poco conforme han ido pasando estos cuatro años, sobre todo de la mitad del viaje hacia el final.

P. ¿El momento más apasionante? Ese instante curioso que no esperaba.

R. No han parado de pasarme cosas. Los momentos curiosos y las cosas sorprendentes han sido casi continuas. Sí que hay momentos que a nivel emocional se te quedan más grabados y recuerdas. Por ejemplo, uno de los momentos más emocionantes fue la llegada al archipiélago de Las Marquesas, en el Pacífico, después de la travesía más larga sin tocar tierra, que fue desde Panamá hasta este archipiélago, que son unas 4.000 millas, casi 7.000 kilómetros. Fueron 33 días de navegación.

Estas islas de la Polinesia diría que son lo más bonito del viaje, porque tienen una geografía muy impresionante, con picos montañosos muy altos que nacen desde la propia base del mar hasta casi 1.000 metros de altura y con una vegetación exuberante y una selva impresionante. Es muy poco turístico, con lo cual lo hace muy especial. La gente es muy especial y te ven como uno más.

Fue muy emocionante llegar después de tantos días en el mar en solitario. Cuando empiezas a llegar, es muy emocionante esa sensación donde la tierra se va acercando poco a poco, no se me olvidará nunca, y de pronto te invaden todos los aromas de los árboles frutales que en estas islas son impresionantes. Llegué de noche a estas islas, eché el ancla y cuando amaneció aquello fue espectacular. Las montañas con las nubes borrascosas por encima de los picos, la vegetación…

P. ¿Cómo se entretiene una persona durante tantos días ‘a la deriva’?

R. Sencillamente, lo que ocurre es que hay un cambio de chip brutal. En primer lugar, el mar es un elemento hostil, tú eres el intruso, y según su humor te puede dar muchísimo trabajo o ninguno. Lo va combinando. Hay días en los que no paras de trabajar con las velas, la estrategia, los partes meteorológicos, la ruta… Y sin embargo hay otros días en los que no tienes nada que hacer porque hay poco viento o hay un tiempo fantástico y entonces no has de hacer nada.

Lo que ocurre entonces es algo fantástico: te empiezas a dar cuenta de dónde estás. La gente me dice: “¡Pero tanta monotonía!”, cuando precisamente el mar es el sitio menos monótono del mundo porque estás dentro de un escenario donde todo está vivo. Las olas nunca son iguales, las nubes se generan y desaparecen, el sol va iluminando todo el escenario. Luego, aparecen, si prestas atención mucha vida en medio del océano con las aves pescadoras o los mismos peces voladores que muchas veces acaban aterrizando en cubierta, un pez espada saltando en el horizonte… También he visto ballenas cada día ya que en la ruta del Pacífico ves que van en manada o bancos de cientos de delfines cruzándome por la proa…

Realmente te das cuenta de la potencia que tiene la naturaleza, conectas muchísimo con la naturaleza. Cuando estás ahí empiezas a prestar atención de una manera que no lo haces normalmente y eso hace que no te aburras en absoluto. He llegado a estar días parado completamente porque no hacía viento y sin ninguna necesidad de que el barco andara y ni siquiera planteármelo. Tampoco te planteas llegar, lo que haces es estar viviendo en el mar, lo de llegar es anecdótico. Estás disfrutando del camino.

P. Todo ello lo plasma en el libro “Irse.”, ¿cómo nace la idea de hacerlo? ¿Lo tuvo siempre en mente?

R. En principio, cuando salí a hacer el viaje, ni siquiera me planteaba escribir un libro porque era una cosa mía. Mis amigos y familiares me animaban a escribir un blog para saber de mí y que fuese contando mi experiencia. A mí me daba pereza, pero lo curioso es que cuando empecé a escribir me empecé a divertir muchísimo escribiendo. Hice un blog durante estos años con muy pocos post, más o menos escribía un artículo cada mes y medio o dos meses, pero me lo pasaba bien haciéndolo y a la gente le divertía mucho.

Cuando finalicé el viaje, tuve la sensación de que no iba a acabar el viaje hasta que no recopilara todo ese blog en forma de libro. Necesitaba condensar todo el viaje en una pieza y esa pieza podía ser un libro y así es como me embarqué en la historia. He estado más de un año escribiéndolo y, con muchísima sorpresa, Elba Editorial se interesó por él y por publicarlo.

P. No quiero acabar sin preguntarle por su siguiente reto.

R. Igual te sorprenderá, pero mi reto, que me lo empecé a plantear un año antes de llegar, es mi trabajo otra vez. Uno de los retos que me propuse fue cerrar mi estudio cuando zarpé, pero a los cuatro años volverlo a abrir y demostrarme a mí mismo que a los 61 años que he cumplido ahora era capaz de abrir el estudio e iniciar la mejor etapa de mi carrera profesional. Estoy empeñado en eso y está funcionando. Ese es mi reto de aquí a los próximos seis o siete años.

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