Por: Esther Molina.

La curiosidad, como el hambre, son necesidades primarias. Llaman la atención porque las dos tienen mucho que ver con satisfacer instintos básicos pero sobre todo, la primera tiene la finalidad de devolver el equilibrio interno provocado por la cualidad (intrínsecamente humana) de ir más allá.

Ambas, incluso, comparten regiones cerebrales. Y es que la curiosidad y la creatividad también garantizan nuestra supervivencia. “La curiosidad tiene su propia razón de existir”, dijo alguna vez un inquieto Albert Einstein.

¿Qué nos incita a ser curiosos? Cuestionar la realidad que percibimos, explorar, manipular y experimentar con lo que nos rodea. Descubrir, a fin de cuentas, es lo que convierte en individuos singulares y nos reta a evolucionar hacia entornos cada vez más complejos. Aunque la pasión es lo que (esto sí es una opinión subjetiva, la mía) verdaderamente mueve el mundo. Un profesional apasionado es imparable.

Es la chispa que prende la mecha del progreso y la innovación en los negocios. Una herramienta poderosa que puede marcar la diferencia si se acompaña de estrategia e intuición. La teoría del “Y si…” como piedra angular, acompañada de recursos para desarrollar habilidades analíticas (que recojan datos, tendencias y comportamientos) y creativas. Es importante entrenar una mente abierta a interpretaciones no convencionales. Salvaguardemos la curiosidad como el motor de una maquinaria empresarial que nunca se detiene, siempre busca dar respuesta al cambio y se atreve a soñar con lo que aún no ha sido imaginado.