Evitar la multitarea. Hacer varias cosas a la vez es improductivo, porque al final acabas por no hacer rápido y bien ninguna de ellas. Trata de hacer las cosas una por una, seguramente ahorres tiempo y también algún disgusto.
Revisar el correo (bien) regularmente. ¿Y qué queremos decir con eso de “bien”? Pues hacerlo eliminando los correos innecesarios, archivando los que queremos conservar y dejando la bandeja de entrada despejada. Si lo haces diariamente ahorrarás tiempo.
Dividir el tiempo en bloques. Esto es, dedicar diferentes parcelas de tiempo a cada actividad, en plan: media hora para esto, 15 minutos para esto otro… Y lo más importante: que sean límites de tiempo realistas a los que te puedas ajustar.
Hacer caso a tu lista de tareas. Si las deja en casa como la de la compra, no sirve de nada. Si haces una lista, es para cumplirla y seguir el orden de prioridad establecido en ella. Salvo contratiempos, trata de seguirla al pie de la letra. No olvides que también debe ser realista.
Hacer pequeños break. Puedes colocarlos entre los diferentes bloques de tareas y de entre 2 y 5 minutos de duración según el momento del día y tus necesidades. Despejarte y poder pensar en la siguiente tarea te ayudará a empezarla con mejor pie.
Evitar reuniones innecesarias. A nadie le gusta perder el tiempo, así que si puedes solucionar algo por teléfono o por e-mail, no convoques una reunión. El tiempo que ahorras convocando y reuniéndote te puede ser muy útil para realizar otras tareas o descansar.
Recoger el escritorio cada día. Al igual que ocurre con la bandeja de entrada de tu correo electrónico, si despejas tu escritorio cada día, será más sencillo no acumular informes ni traspapelar nada. Quítate tareas de en medio a la par que chismes.