El primer experimento sobre este asunto se realizó en 1999, cuando un curioso científico examinó la capacidad de cuarenta estudiantes. La idea fue dividirlos en dos grupos. Uno de ellos tendría que leer un texto en silencio. El otro, en un ambiente con ruido. Después, harían un examen en las mismas circunstancias en las que lo estudiaron. ¿El resultado? Buenas calificaciones para los dos grupos. Otro experimento fue realizado sobre buceadores. La prueba consistía en enseñarles unas palabras bajo el agua. Más tarde tendrían que hacer una prueba submarina y otra terrestre. ¿El resultado? Mejores resultados en la prueba submarina.
El experimento más reciente se realizó en 2015. Un grupo de estudiantes tenía que realizar unas funciones por ordenador y, a una parte de ellos, se les mandaría una función extra. Después, tendrían que hacer un examen (el mismo para todos). Los resultados reflejaban que aquellos que tuvieron que hacer la función extra durante el entrenamiento y durante el examen tendrían mejores resultados. Aquellos que solo tuvieran que hacer la función extra en el examen, tendrían peores resultados.
Con esto, no hay que malinterpretar el concepto de “influencia positiva” de la distracción. La verdad universal se mantiene: las distracciones son malas para el estudio. Pero lo que la ciencia ha intentado explicar es que el ambiente y el estado emocional de las personas influye en la manera en que se memoriza la información. Lo más importante permanece: el conocimiento. Esto es, estudiar bien y tratar no solo memorizar las cosas, sino entenderlas para poder recordarlas toda la vida.