A veces, no hay lugar como el hogar.
Cuando Benito Antonio Martínez Ocasio, mejor conocido en el mundo como Bad Bunny, anunció su residencia en San Juan “No Me Quiero Ir de Aquí”, los fanáticos supieron de inmediato que sería más que una serie de 30 conciertos; sería un evento cultural.
¿Qué no sabían? La residencia también sería un gran impulso económico para Puerto Rico, atrayendo turistas de todo el mundo e inyectando casi 200 millones a la economía de la isla en una época del año en la que suele tener dificultades para atraer visitantes.
Si bien los conciertos se han convertido en un motor de turismo comprobado, como lo demostraron recientemente el Era Tour de Taylor Swift y el Cowboy Carter de Beyoncé , la residencia de Bad Bunny fue única en su contexto.
En lugar de un circuito global, pidió a los fans que vinieran a él.

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Una residencia arraigada en el orgullo
Bad Bunny nunca ha ocultado su amor por Puerto Rico. A través de las letras de su música, sus entrevistas y su activismo, siempre coloca a su isla natal en el centro de su identidad. Este año, cuando inició su residencia de treinta shows el 15 de julio, no fue la excepción. Distribuidos a lo largo de varias noches en San Juan, los shows combinaron viejos éxitos con nuevas canciones de su último álbum, «Debí Tirar Más Fotos». Cada presentación fue una celebración sin complejos de la música, la cultura y el estilo puertorriqueños.
A diferencia de los conciertos en estadios de una o dos noches, donde las estrellas, artistas y equipo viajan a toda velocidad de una ciudad a otra, una residencia invita a los fans a acercarse al artista. Al establecerse en San Juan, Bad Bunny dio a sus seguidores de todo el mundo una nueva y convincente razón para reservar vuelos, hoteles y cenas, a la vez que reforzaba su conexión con su ciudad natal y demostraba la relevancia global de Puerto Rico como centro cultural.
Se estima que más de 600,000 visitantes, muchos de ellos provenientes de Estados Unidos continental, Europa y Latinoamérica, han asistido o se espera que asistan a los espectáculos de San Juan, que concluyen el 14 de septiembre. Según Discover Puerto Rico, la junta de turismo sin fines de lucro de la isla, esta afluencia de aficionados habrá generado un impacto económico directo de casi 200 millones. Este gasto abarca desde las 48,000 estancias de hotel en un momento en que las reservas son escasas antes de la temporada de huracanes, hasta comidas y cenas en restaurantes, recuerdos para llevar, transporte terrestre y aéreo, e incluso clases de salsa.
Para una isla cuya economía ha lidiado durante mucho tiempo con los efectos y las secuelas de desastres naturales, crisis fiscales y un turismo inestable, este es un impulso muy significativo. Uno de los detalles más importantes es que la residencia se planeó durante una temporada tradicionalmente baja para el turismo puertorriqueño, lo que significa que los ingresos adicionales compensaron lo que de otro modo habría sido un déficit en la actividad económica.

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Más que entradas para conciertos
Al aprovechar su fama para destacar a Puerto Rico, Bad Bunny renovó la imagen de la isla, no solo como destino vacacional, sino como un escenario global para la música y la creatividad, imitando lo que Las Vegas ha perfeccionado desde hace mucho tiempo: usar residencias con estrellas para atraer visitantes. Pero en Puerto Rico, la resonancia es más profunda. Bad Bunny no es una estrella extranjera a la que se le paga para impulsar la imagen de una ciudad; es un nativo que regresa a casa, canalizando su éxito en un impacto tangible para su comunidad al convertir el fanatismo en un estímulo económico y, al hacerlo, estableciendo un nuevo estándar para la inversión de los artistas en sus comunidades.
El verdadero triunfo de Puerto Rico radica en cómo la residencia reimaginó lo que significa utilizar el poder de las celebridades para la transformación cultural y económica.

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Los visitantes que volaban para los espectáculos a menudo se quedaban varios días, prolongando sus viajes hasta convertirse en vacaciones completas. Playas, museos, zonas de ocio nocturno y pequeños negocios experimentaron un aumento repentino del tráfico. Los restaurantes de San Juan reportaron semanas de reservas completas. Los Airbnb y los hoteles disfrutaron de tasas de ocupación que rivalizaban con las de la temporada alta de vacaciones. Incluso los artesanos y vendedores ambulantes locales se beneficiaron.
Mientras gobiernos y organismos de turismo de todo el mundo buscan maneras de impulsar sus economías, la lección de la residencia de Bad Bunny es clara: el capital cultural es capital económico. Cuando la marca de un artista se alinea con la identidad de un lugar, los resultados pueden ser transformadores.
Ahora que las luces están a punto de apagarse, la pregunta sigue siendo si el boca a boca y el revuelo en las redes sociales pueden posicionar a la isla como un destino de elección para los viajeros internacionales en el futuro, demostrando que Puerto Rico es, y puede seguir siendo, un destino de eventos de clase mundial con impacto global.
