No tiene ni medio problema en admitir que Scalpers nació como gran necesidad frente a un fracaso empresarial importante. “Inventé un negocio que funcionó perfectamente… hasta que se fue al garet”, comenta, “había invertido muchísimo dinero y con tanto capital en juego mi caída fue en picado”.
Por aquel entonces vivía en Madrid, y la deuda con el banco puso antes sus ojos dos opciones, volver a su casa, a Sevilla, o dejarse la piel montando un proyecto que hoy continúa creciendo a la velocidad del rayo. Le han bastado ocho años para posicionar su marca de ropa masculina dentro de las cinc más importantes de España, pero considera que le queda todo por hacer. “Hemos pasado de ser locales a querer ser globales”, afirma. Esto se traduce en catorce aperturas inminentes por Sudamérica –además de las dos tiendas que ya tienen en México–, y suma y sigue.
Amanece a las siete de la mañana y hasta disfruta del madrugón, “no conozco a nadie que llegue a la oficina tan encantado como yo”, matiza. Además, ha sabido rodearse del equipo adecuado, “si destaco en algo, es en tener ojo para los buenos”, comenta.
La joven plantilla de la marca, igual que su director general, despunta por la ilusión y las ganas, factores que Vázquez considera imprescindibles. “Quiero gente con actitud. Me da igual la experiencia previa que tengas, incluso cómo te gestiones el tiempo o si te quieres ir a hacer kite a Tarifa, eso sí, tu trabajo tiene que quedar hecho”, explica. Esta apuesta por la autonomía interna también regala una mayor agilidad frente a las equivocaciones, “aunque la expansión prosiga, nuestra particular estructura nos permite funcionar igual que una pequeña empresa, ser más flexibles y capaces de rectificar rápidamente, relata. Medidas preventivas que, de momento, no parece que vaya a utilizar. La compañía goza de una salud económica brutal y todos los beneficios se reinvierten en el desarrollo de la misma. Vázquez tiene una mujer e hija a las que adora, “y Scalpers es la tercera chica que tengo la suerte de poder cuidar”.