David Ogilvy ( Inglaterra, 1911-Francia, 1999 ) se enmarca dentro de esa categoría de hombres hechos a sí mismos cuya agitada biografía parece más bien sacada de la cabeza de un alocado escritor. Una historia en la que cada episodio, por más inconexo que parezca termina por cobrar sentido construyendo a base de “casualidades” el destino de un hombre con un talento especial. Una trayectoria en la que esa filosofía por la que apuestan muchos empresarios de aprender en los negocios desde las cocinas, nunca mejor dicho, se cumple eso sí, al estilo Ogilvy.
Sin graduarse en sus estudios, el llamado padre de la publicidad moderna dio sus primeros pasos en el mundo laboral entre los fogones del exigente Hotel Majestic de París. Una etapa dura y marcada por la presión de cuidar al extremo cada detalle para marcar la diferencia que dejó huella en aquel joven. Fue un periodo complejo y de trabajo “exquisito”, como el mismo definió, al que Ogilvy dio carpetazo ante la necesidad de cambiar de escenario para seguir creciendo.
Con algunos conocimientos adquiridos en esta etapa como aprendiz apostó por trasladarse a Inglaterra para probar suerte en la venta fría para predicar a golpe de timbrazo los beneficios de unas modernas estufas de cocina. Lo suyo era un auténtico don en el arte de convencer argumentando que, más allá de los asombrosos números de operaciones logradas le valió un ascenso y la posibilidad de escribir un libro, en el que ofrecía una serie de claves para ser un buen vendedor.
Pero la curiosa historia de David Ogilvy siguió escribiéndose a partir de 1938 en Estados Unidos, primero en las oficinas especializadas en encuestas del Instituto de Investigación de Nueva Jersey y durante la II Guerra Mundial prestando sus conocimientos en el Servicio de Inteligencia de la Embajada de Inglaterra en Washington. Un periodo en el que siguió sumando valores a su perfil profesional aprendiendo mucho de métodos de investigación y en especial, sobre la conducta humana.
Y así, entre estas labores terminó la guerra y el relato de Ogilvy volvió a hacer un quiebro para desplazarse en esta ocasión a Pennsylvania, donde se lanzó a la compra de una granja con la intención de experimentar otras vivencias a través de un estilo de vida diferente marcado por la serenidad, los cambios de prioridades y las particularidades de la nueva comunidad que tenía como vecina: los Amish.
Este ambiente rural no terminó de cuajar con las aptitudes de un hombre cuya cabeza guardaba un potencial increíble, de ahí que apostase por colgar el azadón y desplazarse al corazón de Nueva York para embarcarse en su verdadera etapa clave, en la que pondría en marcha allá por 1948 su propia agencia de publicidad, el embrión de Ogilvy &Mathers.
Esa apuesta fue el inicio de un negocio de referencia, que hoy en día cuenta con cerca de quinientas oficinas repartidas por todo el mundo. Una compañía sólida construida en torno a la máxima de que la publicidad es para VENDER pero aportándole una personalidad, que la convierta en única como se percibe en las diferentes campañas de éxito realizadas para marcas como Schweppes, Dove o Rolls-Royce.
La historia de David Ogilvy, quien falleció en Francia aquejado de una larga enfermedad, es el reflejo de una trayectoria profesional llena de matices que pone sobre la mesa el valor de las diferentes experiencias y la capacidad de ordenarlas para marcar la diferencia.
NADIA IGLESIAS de On The Record
“Las mejores ideas vienen como bromas, haz tus pensamientos tan graciosos como sea posible”
David Ogilvy