Desde sus mesas, Lobo 8 anima a la tertulia, el debate y a la tranquila degustación de platos que, más allá de la tipicidad regional andaluza, buscan ganar el paladar de los viandantes que pasean por el castizo barrio madrileño en que se ubica.
En un entorno de lujo y confort, este restaurante de atractivos espacios busca alejarse de las etiquetas marcadas. El comensal se puede hacer una idea de lo que implica comer en un tabanco jerezano, pero con el buen gusto y la atinada elección de platos que se ofrecen desde una cocina comandada por Willy Moya. La carta resume la trayectoria vital y profesional de un chef con más de veinticinco años de experiencia, que se ha convertido en abanderado de la nueva cocina andaluza y uno de sus principales inversores. Los platos, generosos y bien presentados, respiran tradición y animan a ser compartidos. Sus chacinas y salazones para ir abriendo boca, son simplemente espectaculares. Y para continuar: mollejas de ternera con puré de castañas y ‘calamares de campo’; mejillones tigre con escabeche picante; panizo hojaldrado o el gazpachuelo (versión propia). La oferta gana en contundencia con las carnes y pescados: el pollo coquelet al carbón y piri-piri, la carrillada ibérica, el bacalao al ajoarriero o la dorada a la espalda son para tomar nota.
De nuevo la tradición andaluza y la suave delicadeza se aúnan en postres como la calabaza dulce con requesón. Y los vinos de Jerez alcanzan un protagonismo de enorme nivel que debería tenerse en cuenta desde el primer momento. En definitiva, un restaurante donde comer y hacer negocios es todo uno, un espacio único donde la propuesta culinaria es tan solvente como atinada.