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De casta le viene al galgo

Nació en Florencia, en la misma habitación que sus cinco hermanos. El matrimonio Ferragamo se había instalado en una bonita casa de la ciudad del Renacimiento allá por 1927, cuando el zapatero más elitista de la historia regresó de hacer las americas. Ferruccio recuerda con orgullo cómo su padre comenzó desde cero: “Pertenecía a una familia de granjeros del sur de Italia, pero lejos de interesarle los cultivos, sólo soñaba con hacer zapatos”. Una vocación tan poco frecuente como humilde porque por aquel entonces, era uno de los oficios más bajos. Con dieciséis años emigró a Santa Bárbara, donde abrió una modesta tienda de calzado que rápidamente comenzó a prosperar. “Tuvo mucho éxito y muy rápido porque supo captar las necesidades de cada mujer. Miraba a las clientas detenidamente y elaboraba el par perfecto, absolutamente acorde a su personalidad y ¡de una sola pieza!”, explica Ferruccio. A Audrey Hepburn le diseñó unos elegantes zapatos de salón, a Marilyn Monroe unos tacones rojos, altísimos, y tan brillantes como el futuro de Salvatore Ferragamo, la firma homónima que hoy, casi un siglo después, mantiene impecable su lugar en el podio del lujo.

“Somos quienes somos porque respetamos nuestra historia. Para nosotros, el cliente siempre ha estado antes que el propio producto. Evidentemente nos actualizamos, pero jamás hemos querido resultar extremos en cuanto a moda. Nos importa más la calidad, la comodidad en sentido riguroso. Un zapato, por ejemplo, jamás debería de pesar”, explica. Ferruccio siempre habla en plural. Quizás porque el gran motor de su negocio es, sin duda, el arraigo familiar. La certeza de que las cosas sólo saldrán rodadas aplicando el ‘todos para uno’. Esta convicción le vino dada prácticamente desde la cuna. Wanda Ferragamo, matriarca del clan, se ha pasado media vida fomentando sinergias entre sus hijos y empeñada en mantener el legado de su marido Salvatore. “Mi padre fue un genio creando la marca, pero mi madre lo ha sido igual, manteniéndola e involucrándonos en ella”, afirma convencido. Cuando se quedó viuda (con sólo 38 años) no le tembló el pulso al coger las riendas: “Si hablas con ella, te dirá que no ha hecho nada, sin embargo es una absoluta entendida del producto… y lo más importante, sabe calar a la gente. Reconoce una buena persona al segundo de conocerla”, relata.

Combinar una gestión empresarial brillante con diversos miembros –y generaciones– de una misma familia en el ajo podría augurarse complicada, pero Wanda pisoteó el tópico y consolidó el imperio.”Nos peleamos a menudo, no te creas, pero disfrutamos de una igualdad brutal”, termina. Esto incluye hasta el sueldo, “sea cual sea el cargo de cada uno, los seis cobramos lo mismo”, confirma. Ferruccio fue CEO de la compañía durante 24 años. Posteriormente pasó a ser pública y ficharon a Michele Norsa, “un hombre inteligentísimo”, según sus propias palabras. En 2008 otorgaron dicho puesto a la hasta entonces directora general, Micaela Le Divelec Lemmi. “Me encantan las mujeres”, dice, “siempre han sido importantísimas en muchas áreas de la empresa pero nunca habían llevando el timón. Queríamos promocionarla en noviembre pero durante el mes de junio pensé, díselo ya, que se vaya de vacaciones conociendo su ascenso, seguro que durante ese periodo se le ocurren nuevas ideas”. Y así fue. La compañía va mejor que nunca. Sus 677 tiendas directas alrededor del mundo dan buena prueba de ello. Un número de establecimientos considerable, reflejo de la intrépida filosofía de la directiva, “me gusta correr riesgos, no al volante, claro”, bromea Ferruccio, “pero sí en el business. Esto no significa perder el norte, pero sí saber aprovechar las oportunidades”, opina.

Madrid es una de las afortunadas que cuenta con flagship renovada. “El cliente español tiene un potencial inmenso. Sigue las tendencias pero también ama el aspecto práctico de sus adquisiciones”, relata. Además, “es un comprador sin edad. Tenemos un público fiel que puede rondar los cincuenta o sesenta años, pero mi hijo de dieciséis ayer mismo me dijo que quiere comprarle unos botines a su novia”, cuenta. “Me emociona que la gente joven comprenda nuestras raíces y nuestra esencia. Que alguien entre en una de las boutiques y exclame aquí huele a Ferragamo, es conmovedor”. Esto ocurre (más si cabe) en los mercados de Estados Unidos y China, “los chinos vienen fuertes. Son supersensibles a la calidad, al saber hacer, y están como locos por el made in Italy”, explica. Quien dice Italia dice Florencia, un sitio por el que los Ferragamo sienten absoluta devoción. “Mi padre la eligió para asentarse definitivamente porque allí todo le inspiraba. Florencia nos acogió con los brazos abiertos y nos regala maravillas cada día, por eso debemos devolverle lo que nos ha dado”. Y no lo dice de boquilla. Los Ferragamo acaban de restaurar una fuente, ocho habitaciones de la Galería Uffizi y suma y sigue, porque Ferruccio asegura que esto no se para.