Puede que Mallorca e Ibiza se lleven la atención de los focos en el archipiélago. Sin embargo, la tierra de sol naciente (la de nuestra geografía) aguarda al viajero que huye de las masificaciones, del frenesí y las luces de neón, de las chanclas con calcetines (sólo abarcas, gracias) y hasta de las propias Islas Baleares.
Menorca es una ínsula codiciada por imperios y piratas desde hace dos mil años, donde los caminos rurales atraviesan praderas donde pasta el ganado y donde se conservan vestigios de la civilización talayótica. La costa aparece como una acuarela de calas de aguas transparentes, escondidas entre acantilados que hacen de atalayas para contemplar el espectáculo de la luz balear. La “isla de la calma” la llaman muchos, empeñados en tratar de etiquetar este pequeño reducto que se mece al ritmo del Mediterráneo y que establece una simbiosis perfecta entre tradición y naturaleza virgen. Hablamos de la sencillez y autenticidad como dogma, cada vez más difícil de encontrar en el Mediterráneo. Aquí todo es slow, tranquilo, y lo que no es, no parece bienvenido.
Navegamos en solitario hacia paraísos playeros, exploramos los caminos desde la costa al interior, para degustar los mejores frutos traídos del mar y desaparecemos en este refugio de lujo y sostenibilidad. Subimos la apuesta. Estas son las direcciones para una escapada veraniega a Menorca en clave slow.
La casa del sol naciente
El aeropuerto de Menorca se encuentra muy cerca de Mahón, la capital y una de las dos únicas ciudades con las que cuenta la isla. En la cara suroriental se conserva “el mejor puerto natural del Mediterráneo”. No lo decimos nosotros, lo dicen los navegantes. Este está dulcemente colocado al final de un largo entrante de mar donde aparece Mahón. Como Ciudadela, situado al otro lado de la isla, pero a tan sólo 50 kilómetros, merece dedicarle al menos una mañana.
En la capital menorquina el puerto y el casco antiguo están conectados por la escalinata de La Costa de ses Voltes. Ya en lo alto del promontorio que protege la villa, indagamos en las calles de Mahón, una pequeña urbe de menos de 30 mil habitantes cuyo corazón late entre las plazas del Carmen y de la Constitución. Entre ellas se despliega un laberinto de coquetos comercios y mercados como el del Peix, iglesias como la de Santa María, que preside el skyline mahonés, y edificios neoclásicos como el de La Sala, que contrastan con modernistas como Casa Mir.
La ciudad es la puerta de entrada al territorio sureste de la isla. Un pequeño bastión de tranquilidad donde la arquitectura vernácula se camufla entre el salitre y el pinar. En un extremo encontramos la Punta del Esperó, la más oriental de España, donde primero asoma el sol iluminando la fortaleza de Isabel II. Al otro lado de este territorio, en Cala en Porter, en cambio, los adoradores de la puesta de sol acuden cada tarde para brindar en uno de los locales de moda escondido entre las cuevas del precipicio: Cova d´en Xoroi.
Nura, el lujo de lo sostenible
A medio camino entre ambos, buscamos este oasis de lujo y sostenibilidad. Barceló Nura se esconde literalmente entre los pinos y las calas de Sant Lluís. Este complejo de cinco estrellas está concebido como un homenaje a la arquitectura tradicional del sur de Menorca, la que predomina en localidades como Biniancolla, Binibeca o Punta Prima. Aquí las pequeñas casitas blancas de una sola altura albergan hasta 128 habitaciones, 45 de ellas con piscina semi privada, que giran en torno a un edificio principal donde se encuentra el lobby, el gimnasio, los restaurantes y una terraza con vistas al mar sobre tres grandes piscinas de agua salada. Colores suaves, naturaleza autóctona y un objetivo: “no dejar huella”.
Barceló Nura, abrió sus puertas en 2021 para elevar la propuesta hotelera de la islay mostrar su compromiso medioambiental. ¿Algún ejemplo?
“Su suministro de electricidad es de origen 100% renovable, capaz de reducir la emisión de CO2 a la atmósfera; la iluminación de bajo consumo, la utilización de agua regenerada para el riego, un sistema de control de climatización y la producción de agua caliente de consumo a través de aprovechamiento solar”. Así lo explica el equipo del hotel. Además de su decálogo sostenible, destaca la propuesta de su restaurante Sa Tranca, a la hora de la cena, y la terraza B-Heaven, ubicada en la azotea del hotel, que se convierte en the place to be justo antes de caer la noche para brindar cóctel en mano y con música en directo. Su nombre “Nura” viene del término que emplearon los primeros navegantes que arribaron a la isla de Menorca eludiendo al “fuego” que veían en las atalayas.
Estrellas y talayots
Taulas, navetas o talayots. El rastro de esta cultura prehistórica motea el interior de la isla y sus vestigios de piedra se convierten en el mejor reclamo para los viajeros que quieren tomarse un respiro de tanto sol y playa. Recuerde, seguimos en clave slow.
La campiña de Menorca es un territorio rural y fértil, zarandeado por los vientos de la Tramontana y regado por las lluvias invernales que traen consigo. Los caminos avanzan entre muros de piedra y vallas de acebuche. Aquí convive la riqueza natural del entorno con las actividades tradicionales y no es de extrañar que la Unesco declarase en 1993 la isla como Reserva de la Biosfera. El medio para explorar este tablero rústico en busca de las huellas talayóticas, de barrancos profundos, de miradores sobre las colinas y playas escondidas en reservas naturales es el vehículo 4×4.
La cultura talayótica toma su nombre de las características construcciones repartidas por los 700 kilómetros cuadrados de la isla de Menorca. Los talayots son torres con una ligera forma cónica que hacían de atalayas para avistar a los invasores. La naveta des Tudons, el poblado talayótico de Trepucó o de Torre d´en Galmés, los restos de Torretrencada, las navetas de Rafal Rubí o el icónico Talatí de Dalt. Hablamos de construcciones megalíticas que datan del 1.400 a. C cuyo significado es aún una incógnita y su silueta un rasgo más de la orografía de la isla.
Como sucede con la británica Stonehenge, los juegos lumínicos del amanecer y atardecer le otorgan un componente místico a estos enclaves que nos permiten conectar con la esencia más primitiva de Menorca. Sin embargo, el mayor espectáculo visual se lo reserva la oscuridad de la noche para contemplar la bóveda celeste en este destino Stalight. Menorca cuenta con esta denominación desde 2019.
¿Cómo llegar? Poco se hace en Menorca sin coche. La empresa de alquiler AVIS cuenta con sede en el aeropuerto de la isla y con una extensa flota que va desde vehículos compactos a monovolúmenes pasando por modelos SUV y 4×4, dentro de una gama Premium ideal para explorar el catálogo paisajístico menorquín.
El paraíso sin documento
Son muchos los que planean su viaje a Menorca pensando en sus paraísos playeros. Macarella y Macarelleta, Turqueta, Mitjana o Son Saura son algunos nombres que aparecen en nuestro imaginario desde la oficina. Hablamos de calas de arena blanca y fina, de aguas azul turquesa oxigenadas por la posidonia y acantilados de caliza dorada que esculpen este litoral. Sin embargo, quien acude en verano ha de saber que casi siempre se genera tráfico para acudir a estos lugares, que no siempre encontramos hueco para nuestra toalla y que en ocasiones hay que caminar un buen trecho. Si el 4×4 era la forma para explorar el interior de la isla, para descubrir su costa sur, lo es el barco. Pero en solitario, nada de cruceros, y no hará falta licencia.
Desde el puerto de Cala Galdana, zarpamos rumbo a las playas más icónicas de Menorca. Bordeamos precipicios de vértigo horadados por cuevas para encontrar la mejor bahía para echar el ancla, zambullirnos para bucear en estas aguas transparentes, tomar el sol en cubierta e incluso brindar. El picor del sol, el aroma a resina de pino y salitre, el silencio, y el suave hondeo del Mediterráneo. Aunque no sea David Gandy uno puede imaginarse perfectamente en un anuncia de Dolce & Gabbana aquí. El de Estrella Damm ya suena demasiado cliché.
En Cala Galdana, la empresa Minor Boats permite descubrir la costa más popular de Menorca navegando en un barco gobernado por nosotros mismos. No hace falta licencia, es una de las señas de identidad de esta marca náutica que alquila pequeñas embarcaciones a motor, de hasta 4 personas, pero también ofrece barcos más grandes, donde hará falta titulación, además de excursiones exclusivas o en grupos.
Culto al dios del mar
Su tótem: la langosta roja. Este fruto del Mediterráneo es tan emblemático en Menorca como los son las abarcas y o los Talayots, y tiene en S´Amarador, uno de sus principales templos para rendirle pleitesía.
Además de su icónico restaurante en Ciudadela, acaban de extender su propuesta gastronómica al hotel Villa Le Blanc. Acudimos a esta nueva meca de lo exclusivo y sofisticado, emplazado en unas 5 estrellas Gran Lujo al amparo de Meliá, a orillas de la playa de Santo Tomás y a medio camino entre Mahón y Ciudadela. Vamos a tratar de descifrar sus códigos culinarios. Que son sencillos, pero exquisitos.
En ellos, la famosa caldereta de langosta (160€/kg) es un dogma como lo son sus arroces y pescados frescos recién traídos de la lonja. El objetivo es ensalzar la cocina balear y rendir tributo a las antiguas fondas de pescadores que agitaban la zona portuaria del norte isleño. Su sede es la planta baja del hotel, dispuesta en una gran terraza que mira al mar y a la puesta de sol. “El restauranteS’Amaradorofrece un homenaje a la cocina de su restaurante madre, ubicado en Ciutadella”, explica el equipo de Villa Le Blanc.
Además de la propuesta de S´Amador, dentro del resort destaca CRU Raw Bar & Cocktails. Joan Canals exprime al máximo la tradición pesquera menorquina mientras indaga en el mundo de la mixología. El restultado son elaboraciones en crudo de jureles, chicharros, gambas blancas o pargos que maridan a la perfección con todo tipo de cócteles aderezados con hierbas aromáticas de la isla como el tomillo, la albahaca o la lavanda. ¿De postre? Destacan los premiados quesos de la isla. “Del mar a la mesa”, es la filosofía de Canals en este nuevo local que refleja la personalidad de su emblemático restaurante Ulisses, ubicado en Ciutadella.
El norte salvaje y el Camí de Cavalls
Nos olvidaremos por un momento del coche, del barco, de las camas balinesas y piscinas infinitas para descubrir el lado más salvaje y natural de la isla. Todo su perímetro está marcado por una ruta costera que aparece en la lista de todo buen senderista: el Camí de Cavalls.
GR-223 es el nombre técnico de esta senda de 185 kilómetros de longitud e infinitas postales por descubrir entre playas, zonas interiores de pasto, cultivo y bosque, así como tramos urbanos que pasan por Mahón o Ciudadela. La cara norte de Menorca contrasta con su homónima austral, de dulces calitas de arena nívea, para mostrar su lado más abrupto en forma de arenales rojizos, de bahías retorcidas, humedales, dunas y penínsulas talladas en pizarra y coronadas por faros solitarios.
Desde la punta el Cabo de Cavallería hasta el de Favaritx el caminante va descubriendo puertos naturales como el de Fornells o Addaia, enclaves playeros como Cavallería, Tirant, Ses Salines, Castell, Cala Presili o la playa Tortuga, situada al final del parque natural de la Albufera del Grao. Si hay una propuesta slow en Menorca, esa es el Camí de Cavalls.