“No tenemos sueños baratos”, decía el anuncio de lotería. Volar en avioneta sobre el Kilimanjaro o en globo aerostático sobre la “llanura infinita” al amanecer; explorar el Serengueti con la tribu masái en busca de leones, elefantes y rinocerontes o alojarnos en un lodge exclusivo en mitad de la sabana donde nadie nos encuentre. El viaje soñado al corazón del continente africano no puede alejarse mucho de esto.
Arusha, la capital del safari
Nuestras “Memorias de África” empezarán en Arusha. La ciudad donde la selva se funde en la inmensidad de la sabana es la puerta de entrada de los expedicionarios que se lanzan a escalar el Kilimanjaro. Los días despejados el viajero puede contemplar, nada más llegar, la silueta de este enorme cráter de casi seis mil metros, situado al noroeste de esta caótica metrópoli que continúa creciendo al abrigo de otro volcán inerte: el Monte Meru.
En Arusha (1,6 M de habitantes) conviven más de 100 nacionalidades y 12 etnias diferentes como los masáis, los hadzas o los iraqw. La capital turística de Tanzania —la oficial es Dar es-Salam— es el punto de partida de los safaris que nos llevan a explorar las maravillas naturales del país. El Parque Nacional del Serengueti, el cráter del Ngorongoro, el Lago Manyara… pero no corramos.
En Arusha merece la pena visitar lugares como el Maasai Market o el centro Shanga, donde trabajan 72 personas con discapacidad para crear preciosas joyas, abalorios y piezas de artesanía con materiales reciclados. Los amantes del café acudirán a la plantación Kimeno para descubrir la herencia británica en la zona y una de las mejores variedades cafeteras del mundo; y los amantes de los hoteles del lujo sofisticado, acudirán a Gran Meliá Arusha.
Dos guerreros masáis custodian las puertas de este hotel de cinco estrellas, 162 habitaciones y ocho suites con vistas al Monte Meru. Está construido con materiales locales y decorado con muestras ornamentales de las tribus de la zona, que se intercalan con su diseño elegante en mitad de plantaciones de té y café. Para un homenaje a la gastronomía india, Yellow Chili; para probar la cocina local y los productos de temporada, Saba Saba; y para renovar cuerpo y mente antes (o después) del safari, una gran piscina exterior y un spa con tratamientos de belleza y salud.
“A su izquierda: el Kilimanjaro”
En el pequeño aeropuerto de la ciudad embarcamos en un viaje de 45 minutos hacia el techo de África. O mucho más allá. En este vuelo privado, tan solo 12 pasajeros podrán contemplar, desde la aeronave Grand Caravan EX, el contraste de paisajes del norte de Tanzania desde 6.400 metros de altitud.
La ciudad de Arusha se vislumbra desde los cielos junto al Monte Meru, el segundo más elevado de Tanzania con 4.562 metros, envueltos ambos por el entorno selvático del Parque Nacional de Arusha (552 km²). Poco a poco, avanzamos sobre la meseta de Shira, los lagos Momela, el cráter Ngurdoto y finalmente el Parque Nacional del Kilimanjaro.
Cuando la lava fundida estalló a través del Gran Valle del Rift, hace 750.000 años, creó los picos Mawenzi, Shira y Kibo, que conforman el Monte Kilimanjaro. Sobre la cumbre de este gigantesco volcán de 5.895 metros de altitud se aferran glaciares formados 190.700 años que, según Clinton Swai, fundador la compañía aérea Ruka Africa, desaparecerán en dos décadas.
Al superar los 4.000 metros de altitud es necesaria una mascarilla de oxígeno, mientras hacemos una vuelta de reconocimiento a la montaña aislada más elevada de la Tierra. De retorno a Arusha, pasamos junto a otro pico, el Mawenzi (5.149 m.), conocido por ser la montaña más peligrosa del continente africano. Tanto es así que llegó a estar prohibida su escalada. Quien lo haga deberá abonar 700 euros extra.
Ngorongoro: un safari dentro de un cráter
¡Jambo! Significa “bienvenido” en lengua suajili y que la aventura está a punto de comenzar en Tanzania. La nuestra lo hace en las puertas del hotel Gran Meliá Arusha, donde nos espera un Land Cruiser equipado para explorar cualquier territorio posible y 8 plazas para los afortunados. En nuestra mente resuena una palabra: safari. Desde Arusha partimos rumbo oeste hacia el Gnorongoro, el llamado “jardín del edén” en estas latitudes.
El trayecto atraviesa la campiña de Tanzania y pequeños pueblos antes de llegar al Parque Nacional del Lago Manyara. Nos asomamos para contemplar esta enorme laguna de aguas brillantes envuelta por una selva profunda que nos acompaña hasta llegar a lo alto del volcán. 180 kilómetros y 2 horas separan Arusha del Área de Conservación del Ngorongoro (8.2288 km2). La primera parada es el mirador que deja perplejo al viajero ante tanta magnificencia.
Desde lo alto divisamos el cráter del Ggorongoro, una caldera volcánica de paredes de 600 metros de altura y más de 20 kilómetros de diámetro, donde se atrapa un microcosmos de llanura, bosque, laguna y humedal y donde se congrega buena parte de las especies animales del África tropical.
Las leonas se protegen del sol junto a los vehículos, impasibles a nuestra presencia y los elefantes caminan en solitario por la llanura donde se reparten las cebras y los ñus por doquier. El guepardo busca a la gacela y al impala desde el peñasco y nosotros buscamos al rinoceronte negro que se vislumbra en la lejanía. Al leopardo no hay quien lo vislumbre aún desde el techo panorámico del Land Cruiser. Pero aún queda mucho safari.
El Serengueti, los masái y un lodge en la sabana
El Área del Ngorongoro está formada por ocho volcanes dormidos y solo uno despierto, el Ol Doinyo Lengai. Es la montaña sagrada para los masái, la tribu que domina este territorio de laderas boscosas donde aparecen jirafas y valles ondulados donde encontramos algunos de sus asentamientos. Estamos a las puertas de lo que este pueblo conoce como la “planicie sin fin”: el Serengueti.
Un camino de tierra atraviesa esta pradera salpicada de acacias solitarias, donde apreciamos al leopardo — por fin—, camuflado en la maleza cuando cae el sol y baña de tonalidades rojizas y violetas el cielo tanzano. Estamos muy cerca de la frontera con Kenia y bastante del lago Victoria, pero parece que estamos en mitad de la nada. ¿Dónde dormir?
Nuestra base de operaciones en este parque nacional de 13.000 km2, o el tamaño de la provincia de Jaén, es el Meliá Serengeti Lodge. Este complejo de lujo y cinco estrellas está situado en medio de la sabana, sobre una colina que se asoma a la depresión donde tiene lugar la gran migración de antílopes entre los meses de abril y agosto.
Este hotel de ambiente tanzano, de “piscina infinita” y terrazas para disfrutar de la gastronomía regional, cuenta a su vez con 50 habitaciones que se convierten en un palco privilegiado para sentir el entorno salvaje que nos rodea. Para explorarlo, lo más común es que los huéspedes contraten con su lodge los safaris por el Serengueti. Aquí podremos hacerlo a pie, guiados por dos guerreros masái.
El walking safari se convierte enseguida en una expedición excitante donde uno aprende sobre la naturaleza y la fauna local rastreando sus huellas y su rastro a través de la sabana. Leones, búfalos, elefantes… Hakuna matata nos dice uno de los guías con su eterna sonrisa. Un keep calm en suajili que indica que todo saldrá bien ante el salvajismo y esplendor que nos envuelve.
Volare, oh oh!
04.00h. En la oscuridad del Serengueti se muestra buena parte de la fauna que no lo hace durante el día. Salimos temprano del hotel en un trayecto por uno de los pocos caminos que vertebran la sabana, donde se pasean los hipopótamos como por su casa, dificultando el tránsito. Siguiendo las coordenadas del GPS y las indicaciones de la radio, llegamos en todoterreno al punto de encuentro en una pradera solitaria. Quien haya visto el comienzo del “Rey León” y haya estado aquí al alba sabrá que los de Disney no exageraban. El amanecer en este rincón de África es un espectáculo.
También lo es ver como los trabajadores de la empresa Balloon Safaris empiezan a hinchar los globos aerostáticos con los que exploraremos el parque desde las alturas. Pensábamos que la aventura había terminado y aún faltaba lo mejor. Tras unas instrucciones del piloto, nos subimos a la cesta del globo para ascender a varios cientos de metros sobre el suelo y sentir el viento como en ningún otro lugar.
Parece que “la planicie sin fin”, en efecto, no lo tiene. Pero sí tiene una paleta de paisajes que dejan sin habla a los tripulantes del globo, prismáticos en mano. Vemos los campos inabarcables entre suaves cerros y manchas boscosas, los caminos rectilíneos y las pequeñas lagunas copadas de hipopótamos. En un vuelo de descenso hasta prácticamente tocar sus hocicos comprobamos que no les agrada nuestra presencia. Con un silencio omnipresente y hora y media de travesía por las nubes, tomamos tierra.
Desayuno a lo “Memorias de África”
Para celebrar el vuelo es costumbre que los pasajeros y la tripulación brinden con una copa de champán antes de sentarse a la mesa. La encontramos a la sombra de una acacia, dispuesta con elegancia para servir de escenario del desayuno de estilo inglés y producto tanzano que está a punto de aterrizar en la sabana.
Fruta tropical, zumos naturales, pan recién horneado, huevos cocinados al gusto o variedad de cafés y tés servida con gracia en porcelana china, con impoluta mantelería y cubiertos de Sheffield. Sin darnos cuenta nos hemos colado en una escena de “Memorias de África”. Brindemos por ello.