Cuando Joel Meyerowitz (Nueva York, 1938) se lanzó a disparar su 35 mm por las calles de la Gran Manzana —inspirado por Eugène Atget, Henri Cartier-Bresson y Robert Frank, a quienes considera las «figuras del panteón de la fotografía»—, el color era algo absolutamente denostado por los grandes del gremio. Pero poco le importó al neoyorquino aquello de que para hacer arte con una cámara había que capturar en blanco y negro. Desde sus inicios, en 1962, decidió usar ambos tipos de carretes. Y los combinó durante una década, hasta que en el 72 decidió pasarse permanentemente al color.
«Joel Meyerowitz es una leyenda de la fotografía. Ocupa el lugar en la historia de la fotografía como el pionero del color. Con solo 30 años el MoMA le hizo su primera exposición individual. Ahora, con 83, es un hombre lleno de energía, ganas de vivir y entusiasmo, y sigue haciendo fotos», explica Pancho Saula, coleccionista, fotógrafo y fundador de la Galería Alta, un espacio de fotografía poco convencional, situado dentro de su casa en Anyós, un pueblo andorrano a 1.342 metros por encima del mar.
En ese espacio, muy distinto al de las galerías de frío hormigón a las que estamos acostumbrados, ha querido albergar 25 fotografías de Meyerowitz (que oscilan entre los 10.000 euros y los 24.000 euros) para la que es su segunda exposición desde la inauguración de su galería (la primera, de Vivian Maier, fue del 17 de septiembre al 5 de noviembre de 2021). Una retrospectiva del trabajo del neoyorkino, en la que repasa las distintas etapas de su carrera. Y para montarla, Saula ha contado con la ayuda del propio Meyerowitz.
«Con su edad, ha positivado personalmente las 25 fotos que tengo expuestas, se lo ha tomado con una ilusión increíble«, cuenta Saula, que añade que tiene conversaciones casi a diario con el fotógrafo: «Es un ser hipnótico. Se expresa muy bien, es una gran persona, es casi un filósofo, y ha vivido tantas cosas que es un lujo hablar con él». Ninguna galería ni ningún museo se perdería la oportunidad de tener a una figura así colgando de sus paredes (ejemplo de ello es también la exposición individual que tendrá en la Tate el próximo año).
El recorrido por la obra de Meyerowitz seleccionado por Saula empieza en sus primeras fotografías de las calles de Nueva York. «Es una fotografía jazzística, con mucho ritmo y muchos personajes que son los solistas», explica el fundador de Alta. Después toca su parte enfocada a la belleza de la luz y del color.
«Él siempre ha estado muy interesado en eso que los franceses llaman entre chien et loup (entre perro y lobo), que es ese instante del día en el que no es de día ni de noche. Y consigue captar esos segundos maravillosos de manera impresionante. Por eso sus fotografías son tan hipnóticas», aclara Saula, quien añade que Meyerowitz consigue que sus fotografías no parezcan momentos congelados: «Parece que en cualquier momento los personajes van a seguir andando hacia ti, que la ropa tendida se está moviendo, y consigue trasladarte a esos lugares que captura y hacerte sentir como si estuvieras allí.
En los próximos meses, antes de que acabe la exposición el 21 de abril, Saula espera la visita de su amigo, quien no ha podido acudir aún por la situación de la pandemia. Su trabajo en la Zona Cero de Nueva York, donde estuvo fotografiando la recogida de escombros y la labor de los bomberos y otras fuerzas especiales tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, afectó a su sistema respiratorio. Y, aunque no se trata de algo grave, prefiere tomar precauciones ante un virus como el covid 19.
Será en marzo cuando Meyerowitz acuda con su mujer, la escritora Maggie Barrett, y un equipo de producción que está rodando un documental sobre la pareja en la Toscana (donde viven actualmente). Mientras tanto, Saula recibe con las puertas abiertas a todos aquellos apasionados de la fotografía (ya sean compradores o no) que desean ver las obras de este maestro del color. Y hasta ese pequeño pueblo a lo alto de una montaña andorrana acuden peregrinos de distintas ciudades a disfrutar, observar y charlar de fotografía con el galerista.
Sobre su próxima exposición, Saula guarda silencio. No por mantener la intriga, sino porque aún no quiere dejar ir al neoyorquino tan rápido. «Maier fue el primer plato, Meyerowitz es el segundo y aún lo estoy saboreando. Ya llegará el postre. Solo puedo prever que seguirá la línea de estos maestros de la fotografía», concluye.