Para algunos Dubái es un fascinante delirio. La descripción más frecuente de los occidentales que acuden al emirato, esa última frontera de la arquitectura y los proyectos urbanísticos fastuosos, suele ser: grandes dunas en una larga franja litoral que se suele recorrer en jeep, mientras uno se encuentra aquí y allá con rascacielos y bloques de edificios que brotan de la nada como enormes setas alucinógenas.
Dubái produce una mezcla de fascinación y abrumado recelo. Pero, sobre todo, una profunda extrañeza. Todo allí parece hecho a una escala desmesurada y, además, en pleno desierto, sin apenas tradición arquitectónica previa ni contexto. La ciudad, un antiguo enclave dedicado al comercio de perlas sí tiene, pese a lo mucho que se está transformando, una cierta textura y un cierto arraigo.
Pero su entorno inmediato, el que empezó a crecer a marchas forzadas con el cambio de milenio, es un ejemplo de cómo proyectos faraónicos que aúnan la modernidad más rampante con la simple extravagancia ostentosa pueden proliferar en el absoluto vacío cuando hay dinero y voluntad para ello.
Produce fascinación y un abrumado recelo. Todo parece hecho a una escala desmesurada.
La ciudad-Estado acaba de acoger el pasado mes de septiembre la Cumbre Internacional sobre el Futuro de la Arquitectura (The Future of Architecture Summit). El 1 de octubre arrancó la Exposición Internacional de Dubái, que tuvo que aplazarse en 2020 debido a la pandemia y se prolongará hasta marzo de 2022. Un total de 192 países han instalado sus pabellones en el recinto ferial, una superficie de 438 hectáreas a escasa distancia de la frontera con Abu Dabi.
El pabellón español lo ha diseñado el estudio de arquitectura Amann Cánovas Maruri, con sede en Madrid. El de los Emiratos Árabes Unidos es un halcón a punto de alzar el vuelo que lleva la firma del valenciano Santiago Calatrava. En el estadounidense, a cargo del colectivo Woods Bagot, se exhiben reliquias como la copia del Corán que solía leer el presidente Thomas Jefferson o una roca lunar recogida por la misión Apolo 17. Y el británico, obra del estudio de la interiorista Esmeralda Devlin, es una estructura cónica sobre cuya fachada se proyectan mensajes generados mediante inteligencia artificial, según una idea del científico Stephen Hawking.
El cielo es el límite
Qué mejor lugar que Dubái para acoger eventos así. En el lugar más volcado en la construcción de los Emiratos Árabes Unidos, el futuro hace ya unos cuantos años que se ha convertido en realidad cotidiana. La ciudad apostó por un modelo de crecimiento basado en infraestructuras y proyectos inmobiliarios públicos y privados en la última década del siglo XX. Desde entonces, ha pasado por varias fases: entre 1991 y 1998 se construyeron carreteras y puentes; en torno a 1999, el emirato empezó a llamar la atención por proyectos de gran envergadura y notable ambición estética como el hotel Burj al Arab, un edificio en forma de vela de 321 metros de altura situado en una isla artificial a escasos metros de la playa de Jumeirah de arena blanca.
Año 2004, el año de la irrupción de los proyectos demenciales, como Burj Khalifa, un futurista rascacielos de hormigón armado de 828 metros, el más alto del mundo. También Palm Jumeirah, esa isla rescatada del mar en la que empezaron a proliferar hoteles de lujo, del Waldorf Astoria al Atlantis, y resorts exclusivos. O The World, ese archipiélago artificial de 300 islas que pretendía ser un mapa del mundo a escala no precisamente pequeña y se convirtió muy pronto en símbolo del gigantismo extravagante del emirato.
Luego llegaron la crisis financiera de 2008 y la gran recesión posterior, y Dubái vio cómo parte de sus desarrollos urbanísticos más emblemáticos entraban en un periodo de letargo forzoso. Empezando por el citado The World, del que ya se habían vendido a promotores privados casi dos tercios de las islas en 2008, pero que todavía hoy sigue en gran medida pendientes de construir.
Pese a todo, en los últimos cinco años, esta última frontera de la arquitectura sin límites ha recuperado gran parte del impulso perdido años atrás. Ahí está la recién inaugurada Ain Dubái, de 250 metros, la noria más alta del mundo. En ella se están realizando ya espectáculos de pirotecnia e, incluso, sesiones de yoga al atardecer con magníficas vistas al vanguardista distrito de Dubái Marina. Y ahí siguen también las obras de la Creek Tower, de Santiago Calatrava, que está previsto que supere los 1.300 metros de altura cuando sea inaugurada en 2023. O del nuevo puerto de Dubái, una marina de lujo dividida en tres tramos que albergará más de 700 yates y varias docenas de hoteles.