Hay algo mágico en la previa de un pase en rugby. También antes de probar el primer sorbo de un cóctel. Un silencio que se adueña de cada alma y que augura momentos de celebración, de estímulo. Rugby y ron. Dos motores de felicidad que hace tiempo que desde Ron Santa Teresa unieron de forma indisoluble, como un buen cóctel, como el ron con piedra de hielo. El escenario: la Hacienda Santa Teresa, en el municipio de Revenga del estado de Aragua, en Venezuela. La impulsora: la Fundación Santa Teresa, el brazo social de la compañía. Los protagonistas: niños, jóvenes y, como llaman en una de las casas madre del ron venezolano, los privados de libertad.
Presos repartidos en 32 cárceles venezolanas que, gracias a esta labor, han encontrado en el rugby el vehículo para el cambio. Un proyecto que, en el 225 aniversario de la compañía, se ha presentado en España, junto a la última de sus gamas: Santa Teresa 1796, el ron más Premium de la casa venezolana.
Dieciocho años después de su fundación, el Proyecto Alcatraz ha conseguido desarticular 11 bandas criminales.
Retos que acaban siendo oportunidades
Se llama Proyecto Alcatraz y ha conseguido, gracias al rugby y sus valores, convertir la oscuridad en luz. A jóvenes que no tuvieron la oportunidad de elegir cómo ejercer la lealtad en auténticos embajadores de marca. De Ron Santa Teresa. Hoy nombres propios como Wilkinson Arrieta, de 25 años, y Anther Herrera, de 29, viajan por 32 centros penitenciarios de Venezuela entrenando en valores, rugby y ganas de vivir una segunda oportunidad a todo el que quiera escucharlos. Y por ahora son más de 1.000 privados de libertad. Hombres y mujeres.
“Mi padre fue fundador del Proyecto Alcatraz. Decidió cambiar su vida sustituyendo la delincuencia por el rugby.” Así que, a los nueve años, Wilko, como le llaman sus compañeros de cancha, ingresó en el proyecto. Hoy es capitán del Alcatraz Rugby Club y lleva casi 4 años como entrenador de rugby penitenciario. “Esto es una maravilla, te consigue muchos hermanos en cancha, porque todo es muy colectivo. Es una experiencia que te ayuda a ser mejor persona”.
Su compañero en el rugby y en el twist es Anther Herrera, miembro de Proyecto Alcatraz desde 2020. Él nunca había estado privado de libertad, pero sí pasó su juventud, como otros jóvenes de Venezuela, en una banda. Aunque aceptó los consejos de su padre, salió de esa vida y se graduó, con el tiempo volvió al pueblo, a la banda 11. Y esta vez como segundo líder. “No robábamos, solo defendíamos el sector donde vivíamos. Acabamos con casi todas las bandas.” Pero Anther logró salir y llegó hasta las alas brillantes del proyecto Alcatraz. “Este es un proceso en el que pasamos por varias fases. Aprendiendo de los valores del rugby, oratoria, inglés, coctelería, cumpliendo reglas. Con humildad, jugando limpio, con orgullo por lo que hacen, trabajando en equipo, transformando el entorno. Es la filosofía misma del rugby, de la hermandad».
La cancha como escenario de vida
Wilkinson y Anther cambian cada semana las botas de rugby por el outfit de mixólogos, de embajadores de Ron Santa Teresa. Y lo hacen en un momento en el que la marca ha cumplido 225 años, un hito que la casa celebra con Santa Teresa 1796, su ron Super Premium. “Ellos son nuestro orgullo, porque somos un proyecto que casualmente hace ron, no un ron que hace proyectos”. Es Alberto Vollmer, presidente de Ron Santa Teresa, quinta generación de una familia añeja, que ya es patria en Venezuela.
“El proyecto Alcatraz es el motor más importante para esa transformación de la comunidad de Revenga, el buque insignia. A mí me gusta mucho esa expresión de el tiempo es dinero, porque tú no le puedes cobrar un delito en dinero a nadie, no parece ético. Cuando comenzamos, pensábamos más en impedir la violencia que en rehabilitar, pero hoy decimos que, si las personas a las que rehabilitamos pueden vivir con esos valores que transmite el rugby, pueden tener éxito”.
Hoy esas credenciales son emblema de un proyecto que se celebra en la cancha, en la barra y en la calle. En el municipio de Revenga, en un valle a 500 metros sobre el nivel del mar, con 10-15 grados de diferencia de temperatura entre el día y la noche. “Ese margen de temperatura hace que se concentren los azúcares en la caña, en un valle que va de este a oeste, con muchas horas de Sol, con una capa vegetal muy gruesa”, describe Alberto Vollmer.
Hermandad ‘premium’
Todo está presente en cada gama de sus rones, y con un mimo similar a la técnica de cada entrenamiento, también en su Santa Teresa 1796, su ron más elitista, ese que celebra los 225 años de la casa. “Es un producto de lujo, pero que remite a nuestro pueblo, a nuestra hacienda, donde se siembra la caña, se destilan las mieles, se añejan y se envasan los rones, y que se exporta a más de 90 países”, cuenta Alberto. El único ron añejo elaborado mediante el método de Solera, en barrica de roble, en un savoir faire propio del Marco de Jerez. Hoy Wilkinson y Anther trabajan con orgullo y respeto, desde su perfil de mixólogos, para Santa Teresa, este último lanzamiento con mezclas de hasta 35 años, “un ron suave, sin embargo, inesperadamente seco”, dice Alberto Vollmer con brillo en los ojos.
Un ron que celebra no solo el bicentenario de la Hacienda Santa Teresa, sino también sus raíces y el carácter de sus gentes. El de los vecinos, familiares y amigos de Wilkinson y Anther, con la cruz de Aragua plasmada en la base de cada botella, como un trocito de territorio venezolano en cada casa, en cada mesa. Un microclima específico que sabe a frutos secos, a vainilla, a canela, a nuez y a una sutil pimienta. Todo bajo la D.O.C Venezuela para resguardar un proyecto que habla de evolución, de oscuridad convertida en luz, retos que son oportunidades. “Nos dimos cuenta de que había que dialogar con las bandas. Si un individuo quiere entrar al proyecto Alcatraz tiene que aprobarlo la banda completa. Únicamente así se teje una relación de corresponsabilidad entre los miembros, se fijan unas reglas y quien no las cumpla no es fiel a su palabra. Y para ellos la palabra lo es todo”, detalla Vollmer. Por eso, en ron Santa Teresa decidieron que quien entró a robar en su día, podía pagar su falta con trabajo. “Aceptó y poco a poco, reclutamos al resto e incluso a una banda rival. Les dimos la oportunidad de perdonarse entre ellos, dándoles educación y valores que vemos muy representados en el rugby, un deporte que hace amigos”. Es la máxima expresión del tercer tiempo de rugby, donde el equipo contrario llega a conversar con el rival, donde se piden disculpas. Donde se crea hermandad.
«Nos dimos cuenta de que había que dialogar con las bandas. Si un individuo quiere entrar al Proyecto Alcatraz tiene que aprobarlo la banda completa»
Hoy Wilkinson Arrieta se ha convertido en el primer jugador de Alcatraz Rugby Club fichado por otro equipo profesional fuera de Venezuela. “Al principio no era muy talentoso en este deporte, pero mi padre me decía mientras los demás duermen, tú estudia, prepárate. Hoy puedo decir que esas dos horas de felicidad y hermanamiento que me regala el campo me han llevado a aprovechar al máximo esta experiencia”. Dieciocho años después de su fundación, el Proyecto Alcatraz ha conseguido desarticular 11 bandas criminales sin el uso de la violencia y reducir la tasa de homicidios por cada cien mil habitantes de 114 a 12. “En el campo siempre digo vamos hermano, échale pierna. Ver sus rostros llenos de satisfacción es algo muy bonito”.
Nunca antes el hedonismo de un buen trago y el afán de superación propio del rugby (y de todo deporte) habían estado tan hermanados. “Todo gira en torno a ese tercer tiempo, efectivamente. Compartir con tus compañeros y adversarios un roncito, un cóctel y hablar en confianza, respetándonos como caballeros, resaltando las cosas buenas y malas del partido, no tiene precio”, cierra Wilko. Nunca antes la amistad y la hermandad habían sido tan Premium.