«Cuando el artista está creativo, está creativo, y no puedes retenerle y explicarle que hay cosas que no se conservarán», explicó Jesús Marull hace años sobre cómo conservar las obras de Antoni Tàpies. Al artista catalán le gustaba ver cómo sus criaturas hechas con materiales industriales y desechos orgánicos —como la paja seca o un zapato— se agrietaban y fracasaban en su intento de inmortalidad. Marull era el conservador que debía reparar y respetar las experiencias y los experimentos del autor.
Es lo que le toca hacer a Ainhoa Sanz, responsable de conservación del Museo Guggenheim de Bilbao, y a su equipo, que deben revivir la jardinera con forma de perro que recibe al público desde hace 23 años. La idea de Jeff Koons se ha quedado obsoleta y la vida de Puppy (el nombre que recibe el can) peligra si no se renueva su sistema de riego. Entre otras acciones, cambiarán cerca de 10 kilómetros de tuberías, que rodean la estructura metálica que soporta los parterres donde se plantan las 38.000 flores, que hay que cambiar dos veces al año.
Para cubrir los gastos de la reparación (100.000 euros), el Guggenheim ha abierto una campaña de micromecenazgo bajo el inquietante título Da vida a Puppy. La iniciativa, lanzada el 23 de junio, recaudó en su primera semana algo más de 6.000 euros. Actualmente, ha logrado cubrir en torno a un 10% de lo que necesita, y queda el resto del verano para conseguir lo que falta antes de que empiecen los trabajos de restauración en septiembre. De no llegar a los 100.000 euros, el museo se encargará de poner la diferencia. «Ha llegado el momento de darle nueva vida», anuncia el Museo Guggenheim.
La sensibilización del público y del personal en la preservación del patrimonio cultural para las generaciones del futuro es una de las misiones declaradas del centro. «No existe diferencia entre restaurar un Tiziano y el Puppy«, señala Sanz para restar importancia y distancia a la conservación de obras clásicas y contemporáneas. La única —dice— son los materiales y su uso, porque ahora pueden ser infinitos, desde la jardinería a la tecnología.
«El criterio para intervenir en una u otra pieza es el mismo: respeto a la obra original, cautela para mantener la idea del artista y tener claro los límites de la intervención», resume Ainhoa Sanz. No dan un paso sin el consentimiento de los artistas vivos. Koons está al corriente de la actuación sobre la mascota florida y ha dado su visto bueno. De hecho, debe aprobar cada diseño floral que planta el museo dos veces al año. «Tiene modelito primavera-verano y otoño-invierno», cuenta la especialista.
¡DA VIDA A PUPPY! El cachorro floral gigante, lleva 23 años dando la bienvenida al Museo y transmitiendo optimismo a quien se acerca.
— Guggenheim Bilbao (@MuseoGuggenheim) June 23, 2021
Colabora en: https://t.co/8xDtKdthEq y #DaVidaAPuppy
La pieza de Koons ha pasado de lo abstracto a lo concreto gracias a su uso. Lo que en su cabeza parecía una buena idea, la realidad se ha encargado de rectificarlo. Por ejemplo, pensó en una especie de flor —los pensamientos— que resistía al frío invernal, pero no sobrevivía durante todo el año a la climatología de Bilbao. Además, puso en riesgo la escultura por culpa de una plaga que asoló Europa. A pesar de que al principio se siguieron las indicaciones del artista, hubo que alterar los planes e introducir nuevas especies del mismo color, pero más resistentes.
Así, en invierno solo se plantan lilas y pensamientos; y en verano, se introducen y mezclan muchas más. El pelaje del perro cambia a lo largo del año. Durante el estío, está en todo su esplendor, mientras que de octubre a febrero no es más que un manto verde, porque las que se plantan al inicio del otoño tardan meses en florecer.
El problema, en las tripas del perro
Puppy es un caballo de Troya. Así lo define Lucía Agirre, comisaria en el Guggenheim desde el año 2000, en referencia a la estructura interna. Una portezuela en la parte trasera permite el acceso a las tripas del perro realizado con casetones de acero poligonales. Un andamio recorre los once pisos, creados por una maraña de tubería y grifos que permiten el riego manual de la figura. En el exterior, los parterres se apoyan en los casetones y una malla inoxidable moldea la forma orgánica que lo asemeja a un west highland terrier gigante. Sin ella sería un cachorro picassiano a la vista pública. Nadie ha visto nunca a Puppy desnudo en estos 23 años, porque los operarios trabajan con andamios.
¿Por qué ahora? Ainhoa Sanz explica que a lo largo de los años han detectado una serie de problemas que ha llegado el momento de resolver. Una reforma integral con la excusa del 25 aniversario de la apertura del museo. “Cuando finalicemos la intervención, la escultura será más sostenible y sencilla su conservación. Hay que hacer una renovación completa del sistema de riego porque está dañado entero. Vamos a automatizarlo, con un cuadro de control digitalizado y sensores de humedad que lo adecuarán a la climatología”, cuenta la conservadora.
También introducirán mejoras en la iluminación nocturna. En estos momentos, tres focos le ponen luz por la noche, pero no se pensaron para iluminarlo. Implantarán LED para dirigir mejor y darle otra calidad dramática y escenográfica a la escultura viva que se levanta sobre un pedestal de granito.
De alguna manera, la escultura de Koons es nueva cada día, pero sus cambios son inapreciables aunque más abruptos que en un lienzo del siglo XVI. La conservadora del Guggenheim pone el ejemplo del reentelado [forrado con una segunda tela, aplicada en la trasera del bastidor para recuperar la tensión del lienzo dañado] que hay que eliminar porque hace peligrar la integridad de la obra con siglos de edad. “El reentelado no lo ves, pero interviene en la salud de la obra. Lo que vamos a hacerle al Puppy es lo mismo”, apunta Sanz. Las tuberías que alimentan la vida del perro de Koons no se ven, pero si no se reparan, la escultura morirá.