Simplemente, echa la vista atrás y piensa en alguna situación donde los errores, de previsión o de ejecución, llevaron a un conflicto dramático: por ejemplo, el despido de varios trabajadores leales a la compañía, o la marcha de uno de los principales clientes a la competencia. La reacción de la ejecutiva y de los mandos intermedios a esa clase de situaciones es determinante para que los fallos se resuelvan de la mejor manera posible.
¿De qué rasgo emocional y liderazgo estamos hablando? En algunos casos se le ha denominado “autogestión”, aunque si queremos ser más genéricos podríamos hablar simplemente de “autocontrol“. Los proverbios tradicionales de todos los rincones del mundo afirman que una persona sin autocontrol es como una casa sin puertas sin ventanas. Puede que al carecer de él parezcas en un primer momento una fuente de ataques hacia lo que se encuentra alrededor, pero la realidad es que una persona que carece de autocontrol se vuelve indefenso y puede perder el respecto y la confianza del equipo al que gestionas.
En la inteligencia emocional, el autocontrol es una competencia personal necesaria en todo líder fiable. Las personas razonables, las que son capaces de controlar sus emociones y no dejarse llevar irrefrenablemente por ellas, son capaces de sostener por sí mismas un ambiente de seguridad. De lo contrario, un entorno se vuelve pernicioso y tóxico para todas las personas que conviven en él, y desde luego la productividad se ve siempre resentida.
Uno de los obstáculos más frecuentes es la ira fuera de control. En lugar de mostrar serenidad ante un error en uno de los eslabones de la cadena productiva, o de varios errores consecutivos, a menudo los gestores reaccionan de manera adversa contra el propio equipo, pero también hacia proveedores, clientes y todas aquellos profesionales involucrados en el ejercicio de la empresa. Órdenes sin posibilidad de réplica, amenazas, cortes de suministro sin previo aviso, despidos… todas estas situaciones son solamente la cara visible de una mala autogestión.
La ira es un arma poderosa y muy frecuente; pero tiene doble filo, y es peligrosa en las manos inadecuadas. La potencia de la ira podría tener un reverso positivo solamente si es manejada con cautela y de forma consciente acerca de los peligros que conlleva. Aunque la ira esté generalmente denostada, en realidad existe un tiempo y un espacio para ella; pero todos deberíamos aprender a gestionarla antes de que sea ella la que mande sobre nuestros actos.
El autocontrol, junto con la atención plena, son habilidades que los líderes deben entrenar para mantener la gestión correcta del equipo en momentos de tensión y estrés para todos. Si los profesionales y empleados perciben que aquél que marca la línea a seguir por todos los demás no sabe mantener la calma, pueden seguir el ejemplo. El resultado es que una simple crisis, habitual en el ritmo de una empresa, se convierta en un auténtico drama en forma de túnel con una sola salida.
Si eres un líder y estás decidido a tomarte en serio la cuestión del autocontrol, puedes trabajar en algunas prácticas que mejorarán rápidamente tus habilidades de gestión en las ocasiones más difíciles e incluso violentas. Para empezar, deberías hacer un análisis correcto de la situación y de las reacciones que ha ocasionado, en ti y en los demás. Identifica tus sentimientos y toma conciencia de tus emociones antes de lanzarte a actuar. Una vez que los delimites, averigua cuáles son los desencadenantes. Casi todas las veces existe un factor no resuelto que hemos pasado por alto, o que hemos considerado aislado de nuestra actividad profesional.
Sé consciente de cuándo se producen sentimientos adversos que te hagan perder el control sobre ti mismo. Es habitual que suceda cuando la carga de trabajo es alta, y por lo tanto, surgen el estrés, la ansiedad y el cansancio extremo. Si sabes cuál es el origen más frecuente de tu mal humor o de tus emociones más negativas, estarás alerta cuando empieces a notar los síntomas; y ese es el primer paso para empezar a controlar las actuaciones que se deriven de ellas. De esa manera, puedes romper de forma consciente e intencionada el bucle de malestar. ¿Tu reacción fue la más apropiada, se lanzó en el momento correcto y a las personas adecuadas? Un poco de autocrítica nunca viene mal.