Juan Ramón Lucas (1958, Madrid) le conocemos, fundamentalmente, como periodista que ha presentado informativos en prácticamente todas las cadenas de televisión de ámbito nacional o programas de radio como Más de uno o La Brújula, en Onda Cero, programa este último que dirige y presenta desde septiembre de 2018. Pero en los últimos cinco años le hemos descubierto también como novelista. Ahora acaba de publicar Agua de luna (Espasa), un desasosegante thriller. De alguien que habla con la claridad con que él se expresa y que domina las artes de la indagación periodística como él lo hace no se podía esperar más que una novela de esas que atrapan hasta que te la acabas.
El yihadismo y las conflictivas relaciones actuales entre padres muy ocupados que dedican poco tiempo a sus hijos son parte del eje de la novela. ¿Qué es lo que le empujó a que esos fueran parte de sus elementos?
El punto de partida es intentar responder a la pregunta de qué hace que una persona occidental, que tiene posibilidades tome la decisión de integrarse en el yihadismo. Porque no es una decisión que toman solamente las personas marginadas o marginales o vinculadas culturalmente al Islam. Hay muchas; quizá no tanto en España, pero sí en otros países como Francia, Bélgica, Alemania o Suecia, incluso, que toman esa decisión viniendo de familias que no están ni marginadas y que ni siquiera son pobres. Son, incluso, de clase media, o media-alta. A partir de esa pregunta, las respuestas que voy encontrando a las distintas preguntas me van permitiendo crear un relato.
Luego hay un final de la novela que no era el previsto en principio, porque pensaba hacer algo más lineal que terminara en un momento determinado: regresa a casa o no, pero un final definitivo. Sin embargo, después de mucho tiempo de tirar de esto y aprender, me dije “No”. Da un punto de dramatismo mayor que exista una sorpresa final. Y dar a conocer, en cierto modo, lo que alguna gente está haciendo y no se conoce de la lucha contra el terrorismo y en la defensa del Estado democrático.
La pandemia ha hecho que el yihadismo casi haya caído en el olvido, pero siguen ahí, ¿verdad?
Siguen ahí y van a seguir trabajando. Lo que te dice la gente de los servicios de seguridad y de información es que durante la pandemia han tenido más dificultades para moverse, pero han seguido trabajando y haciendo cosas. Y pueden atentar en cualquier momento y pueden seguir con su propaganda.
Y el yihadismo se nutre de las redes sociales.
El yihadismo es el punto de partida. Las redes sociales me empiezan a atraer cuando descubro que es el ecosistema en el que estos se mueven y a través del cual captan. Cuando tú y yo éramos jóvenes no existían redes sociales; nos manipulaban de otro modo: nos manipulaba la tele, nos manipulaban en los colegios, pero no había ese riesgo de manipulación masiva en que se han convertido las redes sociales, que son incontrolables en el silencio y la intimidad de la habitación de cada una de estas chicas o chicos, y ahí empiezan a crearse una idea falsa, una idea irreal, que es lo que éstos aprovechan.
No tenía ni puta idea de cómo se puede uno mover en el ciberespacio y me documenté y ha sido lo que más me ha costado averiguar: ¿Cómo se mueven en el ciberespacio? ¿Qué aplicaciones utilizan? ¿Cómo las utilizan? ¿Quién les hace los vídeos? Porque los vídeos que utilizan tienen una factura acojonante que está claro que se hacen mediante agencias occidentales, aunque no tienes más pruebas que la opinión de un profesional que te dice que eso no lo ha hecho un tío en Siria o en Irak, porque no tienen capacidad técnica para hacerlo. El Estado Islámico no habría sido lo que fue entre 2014 y 2019 sin la red.
¿No tiene miedo?
No, pero no porque sea un insensato, sino porque en la novela no hay nada ofensivo para el Islam. Nada. Es más: hay un intento de entender a los del otro lado, los del lado oscuro. Pero tampoco se mueven por esquemas mentales como los nuestros. Mis hijos están más preocupados, pero yo, en principio no demasiado; y los mensajes que me llegan de la gente que sabe de esto son tranquilizadores.
Tengo un amigo, hijo de padre sirio y madre española, nacido en Arabia Saudí y que vivió en Siria hasta la llegada al poder de Háfez al-Ássad, con quien debatía hace 40 años, cuando le conocí, sobre quién de los dos era más ateo… Y ganaba él, porque ni siquiera le habían educado en la existencia de algún tipo de dios.
Todo eso ha cambiado mucho. Y ha cambiado porque en esos países las sociedades se han dejado caer en manos de políticos islámicos o cercanos al Islam, como único recurso a una pobreza que parecía intocable, inamovible, un destino de marginalidad, y eso trato de contarlo también. Ahora es impensable que alguien en Siria o en cualquiera de los países limítrofes (salvo la isla de Israel), incluso en el Egipto más laico de ahora, renuncie a Dios y se defina ateo. No podría. Socialmente sería un apestado, o casi, si se reconoce como ateo. Y ese valor de la religión como «salvador» y al mismo tiempo como depredador, está también presente en la novela, en la ambivalencia de “a ti te rescata” y “a mí me mata” o viceversa.
Me preocupaba también ofrecer una mirada más amplia, más global, que no fuera ni divisoria ni completamente alejada en la visión de uno y otro lado. Porque, al final, son seres humanos sometidos a situaciones límite, en muchos casos, o a males que a mí me parecen absolutos como el abandono, como la soledad, como la imposición, como todo lo que nos hace perder nuestra condición elevada, si se me permite el término, de seres humanos. Y eso sucede en esos mundos. Y eso lleva muchas veces a empuñar un arma contra seres humanos en el nombre de la religión. Y en el nuestro, para liberarnos de nuestros miedos, simplemente rechazamos a los que vienen de ese mundo. Nos maten o no.
Lo que plantea tiene el sesgo de nuestra generación, pero ¿lo verá así también un lector veinteañero, para el que las redes sociales son su cotidianeidad?
No me lo he planteado ni un momento, porque con esta novela lo que trato es primero de entretener. Sí: no pretende moralizar, ni sentar ideología, ni convencer a nadie, ni denunciar nada. He construido una trama que tiene algo de thriller. Quiero contar una historia que creo que hay que contar, pero lo que pretendo es que el público se entretenga y reflexione sobre todo sobre sí mismo en cuanto a su relación en casa.
A lo que aspiro es a que la novela guste, que se lea casi del tirón, como me dice la gente, porque tiene su punto de enigmas que hay que ir resolviendo. No me he preguntado si lo va a leer un chaval joven. Mi hija, que tiene 26 años, se lo ha leído y le ha gustado mucho. Y he hablado con mis hijos para documentar las reacciones que tienen en determinadas circunstancias y cómo responden a los estímulos en redes sociales.