La inteligencia emocional es la capacidad de una persona para identificar sus emociones – y las de otros – y utilizarla para guiar su comportamiento. No solo se trata de comprenderlas, es saber cómo funcionan las emociones en una situación determinada y ser capaz de manejarla para lograr un resultado positivo.
En resumen: es conseguir que las emociones fluyan en tu favor, y no en tu contra. Gemma puede ser cuidadosa y sensible, pero si esa sensibilidad le impide ofrecer el feedback necesario, quizás no lo sea tanto. Simplemente, es una persona emocional. La inteligencia emocional no debería impedir a los líderes la toma de decisiones difíciles; más bien, debería ayudar a desarrollar estrategias para gestionar eficazmente los cambios que esas decisiones provoquen, o designar a la persona adecuada para hacerlo.
El problema es que a menudo se confunde el CE (cociente emocional) con la IE (Inteligencia emocional). Muchos científicos consideran las pruebas de ecualización como evaluaciones válidas para la inteligencia emocional; sin embargo, estas no son capaces de evaluar la capacidad de usar el conocimiento para trabajar en situaciones reales y cotidianas.
El autor del artículo habla también de la propensión de individuos emocionalmente inteligentes para manipular a los demás. El riesgo de que el uso excesivo de las habilidades sociales es en gran medida que se centre en aspectos emocionales de la comunicación, descuidando los argumentos lógicos. El lado más oscuro es ayudar a las personas con intenciones dudosas a saber ser más persuasivas.
La inteligencia emocional no se puede considerar como intrínsecamente virtuosa. Quienes tienen una inteligencia emocional por encima de la media tienen simplemente que decidir entre los dos caminos. En cualquier caso, la mejor defensa ante personas que la usan para beneficio propio es siempre cultivar la de uno mismo para saber reconocer cuando los demás usan el miedo o el engaño para influir sobre nosotros.