Como un mensaje en una botella llegó un email al buzón de Carlos del Amor (Murcia, 1974), uno de los rostros más reconocibles de la televisión y la crónica cultural de nuestro país. Ese correo incluía una golosina: la existencia probable de un Velázquez desconocido. Con esa promesa arranca La dama desconocida (Espasa), la historia de una pasión y un misterio en la que un coleccionista asegura poseer un retrato de Juana Pacheco, la mujer del pintor. Del Amor hace suya la obsesión de sus corresponsales y nos lleva de viaje por la vida de Diego de Velázquez, desde que es aprendiz en Sevilla hasta su retorno a Madrid desde Roma como pintor de la Corte, mientras que, de Nueva York a Londres y de Barcelona a Madrid, indaga si esa tela escondida en un despacho anónimo de Barcelona es el primer Velázquez de la historia pero, sobre todo, quién es esa misteriosa mujer que nos mira desde la portada del libro…
Prósper, el coleccionista, quiere demostrar con tu ayuda que el cuadro es un Velázquez y la retratada, su mujer, Juana. Todo un misterio…
A mí, lo que me importa es saber quién es esa mujer, sea Juana o quien sea. Fue pintada en el siglo XVII, y eso me genera un misterio enorme. ¿Cómo puede ser que no sepamos nada de ella? En algún momento, esa mujer se sentó frente a un pintor y fue inmortalizada, y eso me parece mágico y hermoso. Sin embargo, el tiempo la ha sepultado. Y de eso se trata: de arrojar luz sobre ella y sobre tantas otras mujeres olvidadas, mujeres que solo fueron modelos y de las que nadie se preocupó por conocer su nombre ni su historia. Me encantaría que fuera Juana. Sería muy bonito. Pero no me importa tanto si es de Velázquez o si es Juana. Me importa ella, su historia. Porque es una metáfora de todas las mujeres olvidadas de la historia del arte.
“Viajar al fracaso o regresar del mismo tiene su encanto”, dices en el libro. Prósper es junto con Velázquez el gran protagonista.
Sí, quería que le prestaran atención: a su teoría, a su dama, a su libro. Quería que fuera la Gioconda del sur. Pero a mí lo que me interesaba era retratar un amor. La obsesión. El amor al arte y la obsesión por una pintura que no te cansas de mirar ni de estudiar. Él está todo el día observándola, investigándola, enviando recortes sobre atribuciones, detalles… Me parece bonito pensar que todavía hay personas que aman el arte con tanta pasión.
Nos llevas de la mano de Velázquez por Sevilla, Roma, Madrid… ¿qué ciudades le inspirarían hoy?
Supongo que alucinaría en el Tokio actual. Pintar eso… Nueva York le impresionaría, claro, pero Tokio es otra cosa, lo más parecido que hay a otro planeta. Creo que le impactaría muchísimo. Y, aun así, estoy convencido de que siempre volvería a Roma. Roma impresiona por todo lo contrario, pero sigue siendo profundamente impactante.
En el libro mencionas que el primer viaje a Italia —y sobre todo el segundo— transforman a Velázquez. Dices que hay viajes que cambian a una persona. ¿A ti te ha cambiado algún viaje?
Cambiar del todo, no lo sé, pero sí hay viajes que me han impresionado mucho. Japón, por ejemplo. Conocer Tokio me impactó profundamente. También me impresionó la primera vez que vine a Madrid desde Murcia, siendo un niño. Y si tengo que pensar en un viaje que realmente me haya transformado, quizá fue cuando viví en Londres durante tres o cuatro meses. Ese viaje te muestra lo difícil que es sobrevivir fuera de casa, trabajar en condiciones precarias… Te pone a prueba. En ese sentido, sí, fue un viaje que me enseñó mucho.
Tu búsqueda de la identidad de la mujer del cuadro te lleva a varias ciudades. ¿Cuál es la más especial?
Me quedo con Barcelona, con la primera vez que entré en aquel despacho y vi a la dama. Creo que ese fue el punto de inflexión del libro, cuando la veo y me convenzo de que puede haber una historia. Ese fue el viaje que dio lugar a todos los demás.

Mencionas también que “el Grand Tour era el capricho de los cachorros de los nobles, reservado a las clases altas, un Interrail a lo grande”. ¿Cómo sería tu Grand Tour ideal?
Los museos me influyen muchísimo, así que quizás mi Grand Tour sería ir de museo en museo por todo el mundo. Este verano estuve en Nueva York y volví al MET, y voy a Ámsterdam dentro de poco y ya tengo la entrada para el Rijksmuseum. Siempre que viajo intento mirar qué museos hay en la ciudad, y a partir de ahí organizo el viaje. Pero al final, puedes viajar a la vuelta de la esquina y vivir algo apasionante. Te vas un fin de semana a Granada y es maravilloso, lo disfrutas igual o incluso más que cruzando medio mundo.
¿Qué museo o obra de arte poco conocida nos recomendarías descubrir?
El Velázquez de Orihuela, sin duda. Nadie sospecha que hay un Velázquez en Orihuela, y para mí fue todo un descubrimiento. Se puede visitar con tranquilidad, sin agobios, y eso ya es un lujo. La Frick Collection, en Nueva York, me parece estupenda, al igual que el Whitney. El museo de Orsay, en París, lo redescubrí este verano y es absolutamente fascinante. También me impresionó la casa natal de Dalí en Figueres, Florencia con la Galería Uffizi, o el Museo Picasso de Barcelona. Y el Museo de Bellas Artes de Bilbao, o el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca… siempre hay algo que ver. Cada ciudad tiene su pequeño tesoro, su museo. Incluso Genalguacil, un pueblo malagueño que tiene un proyecto precioso: un museo al aire libre. Cada año invitan a artistas que dejan su obra allí, y todo el pueblo se convierte en una galería. Paseas por sus calles y vas encontrando instalaciones, esculturas, intervenciones…
¿A qué lugar del mundo te retirarías a escribir tu próximo libro, dónde buscarías tú la inspiración?
No me importaría haber vivido en Roma, donde en cualquier esquina hay un monumento. En medio de su bullicio, encontraría el silencio. O a algún lugar con vistas al mar. Con eso, ya estaría bien.