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Un balcón sobre la Alhambra

La octava maravilla del mundo se cuela en el desayuno en el hotel Meliá Granada, y de la mano de Renfe mece al viajero hasta este rincón de ensueño. La exclusividad de un trato personal o disponer de tiempo, silencio y espacio no sólo sienta muy bien, también es sostenible.

De entre todas las terrazas, balcones, jardines, miradores de Granada, hay una ventana a la que los granadinos elevan su mirada con cierto asombro cuando cruzan la placeta del Centro Artístico en pleno corazón de la ciudad. Se trata de una cristalera sin aspavientos estéticos que cuelga de la fachada posterior del Meliá Granada, en un desafío arquitectónico más de esta ciudad-monumento. Un desafío, eso sí, discreto, que poco revela sobre lo que ese balcón guarda en su interior.

Otrora una habitación privilegiada al alcance de unos pocos visitantes, esa ventana pertenece hoy a la zona The Level del Hotel Meliá Granada. Nunca deja de sobrecoger la imagen de la calcarenita dorada de La Alhambra sobre la silueta de nata del pico Veleta en Sierra Nevada, que desde aquí se puede contemplar al calor de una chimenea flotante o desde la terraza a la que da acceso este espacio, y desde la que se domina también la catedral y los barrios del Albaicín y el Sacromonte. The Level es mucho más que un lounge exclusivo. En realidad se trata de un concepto innovador con el que Meliá está revolucionando la idea de gran hotel y está convirtiendo sus alojamientos en espacios boutique de gran disponibilidad. Así, este salón The Level es además un encantador rincón con un buffet de desayuno de reyes, una segunda recepción para los clientes upgrade o un lugar en el que estar y tomar algo a cualquier hora del día. Con este segundo front desk, Meliá Granada consigue descargar la afluencia de la recepción principal en la planta baja de manera que los huéspedes nunca tienen la sensación de masificación en la que es fácil caer en un alojamiento de 181 habitaciones como este.

En un tiempo en que hablamos con robots y nos autoatendemos en los comercios, y en el que se disputan los centímetros cuadrados de los asientos en los medios de transporte, de la sala de espera, de la cola del desayuno, de la cama de la habitación…, huir del aborregamiento, disponer del tiempo de una persona para atendernos de forma dedicada y de un espacio personal que permita la relajación son los dos lujos más exclusivos del siglo XXI. Así lo ha entendido Meliá Hotels & Resorts que, en colaboración con Renfe, ofrece una experiencia granadina que devuelve el placer de viajar.

El fin de semana comienza en la Sala Club de Renfe, en el vestíbulo de acceso a las vías de Renfe en la estación Puerta de Atocha Almudena Grandes, después de cerrar varias reuniones y tareas pendientes en el trabajo. El ruido del día queda atrás cuando se cruza la puerta automática de este lounge exclusivo para clientes premium. Es el momento de hidratarse, tomar un refresco de la nevera y unos snacks y hundirse en uno de los sillones de este gran salón para abrir un libro y ponerse en modo desconexión. Cero estrés: los snacks y las bebidas se renuevan sigilosamente antes de que puedas echarlas en falta, y el tono de voz general es apaciguado. Viajar forma parte de las vacaciones, ya sean largas o de tan solo un par de días. El acceso al tren se hace sin colas, sin impaciencia. En el vagón premium, el asiento XL de piel recoge al viajero para mecerlo hasta Granada. En el menú de hoy, a cargo del chef Ramón Freixa, con dos estrellas Michelin, un caldo caliente, un pescado blanco suave y unas verduras rehogadas con un poco de arroz; una cena tan delicada y saludable como las opciones de carne o de pasta. Durante unos años, llegar a Granada en tren no ha sido posible, así que esta es una experiencia muy reciente y, de lejos la manera más sostenible de llegar a este destino, algo que se persigue promover desde el programa de Travel for Good y que refleja el compromiso de Meliá Hotels & Resorts con una cultura de viajar sostenible, no sólo en los alojamientos sino también en el transporte. Una cultura que pretende compartir con sus clientes e inspirarlos y que se extiende también al impacto social y medioambiental positivo de la compañía.

Al desembarco, un transfer espera al viajero en la estación y este siente que es el propio transfer el que lo eleva al recepción premium y de ahí a su cama con firma Meliá. Si el desayuno es la comida más importante del día, la cama y la bañera son los dos elementos que pueden marcar la diferencia definitiva entre un viaje de ensueño y un viaje a secas. El mítico colchón Meliá de Pikolín, alabado incluso por influencers, recibe al viajero para transportarlo al día siguiente sin interrupciones, no sin antes sacudirse el viaje en un baño relajante con aroma de sándalo y lavanda, la receta mágica para dormir de Ritual of Jing de Rituals. Era verdad, el colchón ayuda a recargar los 96 vatios que los humanos consumimos de media al día, por algo han tenido que lanzar la colección Dreammaker, pues si en unos hoteles los huéspedes se quieren llevar los albornoces, aquí lo más demandado son las camas.

En un primer paseo por el centro, un grupo de turistas rusos pregunta qué ver y la respuesta es imposible. Por suerte, en el hotel, la responsable de experiencias culturales, gastronómicas o aventureras ya nos ha puesto al corriente de algunos highlights de la ciudad, y tras indicar el camino al barrio del Albaicín, la muestra de agradecimiento resume el sentir general: “Gracias por el lugar, por el sol y por el café, me encanta”. Bueno, lo del café resulta llamativo, pues no es una especialidad de la zona, pero será que da mejor aroma que en Rusia. Granada es una ciudad que puede abordarse desde decenas de puntos de vista y en todos conquista el corazón. Las famosas tapas en los bares que permiten casi almorzar a base de cañas de Alhambra bien tiradas; la arquitectura vernácula de las cuevas, las raíces del flamenco, los poetas gitanos del Sacromonte, y la terrible historia de la riada que dio pie a un desahucio masivo en los años 60; el arte y la cultura, la herencia almorávide en Granada, perderse por una peculiar medina escondida tras la catedral; o incluso un paseo en globo sobrevolando el dramático paisaje de las cárcavas y barrancos en torno a Guadix, una de las poblaciones con mayor proliferación de casas-cueva en España, que gozan por cierto de una legislación de habitabilidad específica.

Y, por supuesto, el imponente complejo de La Alhambra y los palacios nazaríes, octava maravilla del mundo y un DeLorean en toda regla al reino nazarí, la última dinastía musulmana que gobernó en la península ibérica, una época de exuberancia, cultura, política, ingeniería, un universo que ha quedado encapsulado en el tiempo en esta fortaleza roja que se alza desde el siglo XIII majestuosa y agnóstica a guerras, terremotos y cualquier otro evento devastador, y que cada año visitan más de un millón de personas.