Mahón, la capital menorquina, ha sido un enclave cultural fundamental en la historia de España. A modo de ejemplo, su Teatro Principal, construido en 1829, es el teatro de ópera más antiguo del país, abierto dieciocho años antes que el Gran Teatro del Liceo de Barcelona o veintiún años antes que el Teatro Real de Madrid. Pero Menorca es desde hace poco más de cinco años, además, un destino clave para el turismo que busca algo más que sol y playa en rincones. Y buena “culpa” de ese papel dinamizador cultural de la isla se debe a la acción de los hermanos Cayón, que en julio de 2018 inauguraron la galería que lleva su apellido… tres años antes de que se creara el centro Hauser & Wirth en el antiguo hospital naval de la isla del Rey.
El antiguo cine Victoria
Fue un enamoramiento a primera vista: los hermanos Cayón, Adolfo y Clemente (hay un tercer hermano Cayón, Juan, que es el director de la rama numismática, la inicial del negocio familiar fundado en 1956 por su padre, Juan Ramón Cayón), solían veranear en Menorca desde principios de siglo y al cabo de los años, en 2016, se interesaron por un histórico edificio de Mahón. Se trataba del antiguo cine Victoria, un céntrico edificio situado en el número 24 del carrer de San Roc, a escasos cincuenta metros del portal de San Roque, construido en 1359 y único vestigio de la antigua muralla de la ciudad medieval.
El cine cerró sus puertas el 31 de diciembre de 2006, después de casi noventa años de funcionamiento en lo que había sido el palacete los barones de las Arenas. Abandonado desde entonces, el edificio –de 865 metros cuadrados y generosa altura de doce metros de suelo a techo–, se encontraba en estado semirruinoso, pero en la imaginación de Adolfo y Clemente Cayón era el lugar mágico en el que soñaban desde que en 2005 fundaran en Madrid el primer espacio de la galería de arte que lleva su apellido, y tras someterlo a un profundo saneamiento, preservando al máximo el aspecto original del espacio, el 18 de julio de 2018 se inauguró la sede menorquina de la galería –que ya contaba para entonces con otro gran espacio de exposición en Madrid y uno más en Manila, abierto un año antes– con una exposición del artista minimalista estadounidense Fred Sandback.
Desde entonces, la galería ha ofrecido en verano, desde junio a septiembre, una exposición al año, salvo en 2019, que ofreció dos, coincidentes en el tiempo, en distintos espacios de la galería: una que tenía como protagonista al surcoreano Minjung Kim y otra que hacía dialogar los estilos del estadounidense Stanley Whitney y el francés Yves Klein. En 2020, por las circunstancias del confinamiento por la pandemia del Covid-19, se mostró una exposición en formato digital que juntaba a varios artistas cuyos trabajos habían ido entretejiendo la línea expositiva de la galería a largo de los últimos años. En 2021 se mostró una veintena larga de obras de Carlos Cruz Díez, en la primera exposición del artista venezolano producida tras su fallecimiento en el verano de 2019, a los 95 años. En 2022 le llegó el turno al estadounidense Joel Shapiro y en 2023 a Joan Miró. Ahora, en 2024, y hasta el 29 de agosto, se puede ver una de las mayores exposiciones jamás mostradas en España del venezolano Jesús Rafael Soto –uno de los máximos exponentes mundiales del arte cinético–, con más de cuarenta obras expuestas, pertenecientes a diversas épocas de su autor: desde 1951 a 2004, pocos meses antes de su fallecimiento, producido el 14 de enero de 2005, a los 81 años. La exposición tendrá continuación a partir del 12 de septiembre en la sede de Madrid, en la calle Blanca de Navarra 7 y 9, con obras distintas de las expuestas en Mahón. La exposición que se mostrará próximamente en Madrid se titulará “La T”, título que hace referencia a los elementos metálicos en forma de T que caracteriza las catorce obras de que constará la muestra y que están consideradas como las más vibrantes, sutiles y etéreas del artista.
Del cubismo al arte cinético
Nacido en Venezuela en 1923, Soto partía del cubismo, pero fue derivando, desde que se estableciera en 1950 en París –donde expuso junto a Alexander Calder y Jean Tinguely– hacia el constructivismo, inicialmente, hasta que en 1956 comenzó a desarrollar su propia visión del arte cinético, basada en la idea de sorprender al espectador mediante un arte de la vibración. A veces la vibración estaba en el ojo del observador: una cuestión de sensaciones activadas por su propio movimiento frente al cuadro. Y a veces era física: el cuadro incluía elementos que vibraban en respuesta al viento, a una pisada o a un toque. A esto se añadía un elemento de profundidad real, frente a la profundidad simulada; los materiales se colocaban unos encima de otros; unos transparentes, otros no.
Soto conseguía que distintas partes de sus cuadros ofrecieran experiencias diferentes. Algunas se movían, otras permanecían inmóviles. Algunas brillaban, otras resplandecían. Había variaciones de velocidad y textura dentro de una misma imagen.
En la exposición de Mahón pueden verse obras tan antiguas y de reducidas dimensiones (120 x 1360 x 6 cm) como “Muro óptico”, pintura de 1951, o “Gran pasta” (100 x 100 x 16 cm), de 1959, o alguna de las últimas creadas por el autor, como “Pequeña escritura negra”, híbrido de pintura y escultura realizada en 2004, además de piezas escultóricas como “Progresión elíptica rosa y blanca” (260 x 243 x 150), de 1974, o la espectacular “Extensión azul y negra”, de 1982, formada por 36.000 varillas, o una de las 25 obras “Penetrables” que realizó a lo largo de su carrera desde los años sesenta: mezcla de abstracción geométrica, escultura minimalista y patio de recreo, estas sencillas rejillas de tubos de PVC de colores (en este caso, amarillo) solían suspenderse de bastidores exentos: son los propios espectadores los que activan el laberinto perceptivo de luz y color vibrantes jugando (“penetrando”) entre los tubos, como pretendía el artista con este tipo de obra, que Soto siempre consideró efímeras, pero que han logrado sobrevivir al desgaste y al paso del tiempo.