No, calladitas no estamos más guapas, al contrario, fruncimos el ceño, apretamos la mandíbula y dejamos de ser nosotras mismas y hay fronteras y líneas rojas que nunca tendrían que haberse cruzado. Lo que tibiamente se ha calificado durante décadas como “machismo”, es mucho más que eso y debe verbalizarse, denunciarse, señalarse, difundirse y publicarse. Lo que todos esos “señores” o “señoros” visten de simplista superioridad primitiva es acoso y abuso, así que no disfracen de piropos los insultos y las agresiones verbales. Hoy es el momento de gritar, de morder y de revolvernos ante el ataque de los lobos, esos que no llegan a hombres. Esta es nuestra verdadera revolución, la de “juntas somos más fuertes”, y ya les avanzamos que no volverán a hablar por nosotras, porque ahora ya es imposible silenciarnos.
No se trata de un mero “comentario desafortunado” cuando hay miedo, hay abuso de poder y un cuerpo que se impone sobre otro. No es “un exceso de confianza” cuando la víctima termina en un juzgado porque su vida laboral se ha convertido en un infierno. Que sean precisamente PSOE y Podemos, los partidos que han hecho del feminismo su seña de identidad, las casas del terror en las que se están destapando en cadena casos de presunto acoso sexual y vejaciones, no es una anécdota, es un síntoma grave de hipocresía estructural que debe derrumbarse desde las estructuras.
Que tu jefe salga del baño con el pene asomando a lo «Stranger Things” y te lo acerque a la cara es un atentado flagrante contra la integridad de las personas, sino el tipo de conducta que el Derecho penal y laboral busca perseguir, aunque durante décadas se haya rebajado a chascarrillo de pasillo o a secreto sucio de oficina. Eso es lo que hacía con su equipo el secretario general de Coordinación Institucional de la Presidencia del Gobierno, Paco Salazar, mientras Sánchez y su cohorte de ministros se ufanaban para ocultar la miríada de denuncias que descansaban muertas de miedo en sus cajones. El mismo ostracismo al que fue sometida la actual delegada del Gobierno en el Principado de Asturias, y otrora portavoz del Grupo Socialista en el Congreso de los Diputados, Adriana Lastra, tras denunciar a las altas instancias el acoso que sufría y con cuyo relato la conminaron a hacerse el harakiri.
Una concejala dijo «basta», tras cuatro años de «acoso sexual y continuado»
En Torremolinos, otra historia revela el mismo patrón. Una concejala dijo “basta”, tras cuatro años de “acoso sexual y continuado” por parte de Antonio Navarro, secretario general local del PSOE, a través de mensajes reiterados de tono sexual, insistencia en persona en mantener relaciones en el contexto laboral y presión diaria. Lo trasladó al partido y lo que recibió fue, de nuevo, silencio o respuestas insuficientes. Solo después de que la Fiscalía de Violencia contra la Mujer abriera una investigación y el caso saltara a los medios, el PSOE andaluz comenzó a moverse. El mismo estribillo, idéntica “Perla”, como Errejón, quien en un ataque de honestidad “a lo Michael Douglas” se limitó a confesar tener un problema con su adicción al sexo.
De nuevo la misma secuencia matemática elucubrada por estos terroristas emocionales: una mujer denuncia, la organización mira hacia otro lado y solo reacciona cuando hay prensa, Fiscalía y riesgo reputacional. Feminismo de manual… de campaña electoral. Piden más calma que perdón y, mientras, los bandidos continúan atacando. La trama perfecta para una canción de Rosalía.
Muy cerca, en otra emboscada, el caso Koldo dejaba al descubierto la forma en la que algunos dirigentes hablaban de mujeres como si fueran un recurso más del ocio masculino, un catálogo de muñecas. Los audios del exasesor Koldo García, estrechamente vinculado al exministro de Transportes, José Luis Ábalos, y sus conversaciones repulsivas todavía repiquetean en nuestras cabezas.
Lo que relatamos aquí es mucho más que sacar de la cesta las manzanas podridas. Precisamos erradicar de forma quirúrgica su fermento, su aroma y su semilla. El sistema hace aguas y esto no va de tres o cuatro nombres propios, sino de la historia que queremos reescribir, los escalofríos sufridos por todas nosotras.
Recuerdo a aquel jefe que afirmó que yo valía «lo mismo que mi escote»
Recuerdo a aquel jefe que afirmó que yo valía “lo mismo que mi escote”. El mismo que un día intentó tocarme el trasero y terminó con la muñeca torcida. Tuve otros compañeros que, durante mi época de prácticas, utilizaban aquel apelativo con una sorna calculada, evocando a “la becaria de Clinton”, como si ese paralelismo fuese ingenioso. Tuve jefes incapaces de mirarme a los ojos, aunque llevase cuello vuelto, y eso que siempre mantuve un comportamiento aséptico, sin generar confianzas innecesarias ni abrir espacios ambiguos. Aun así, la frontera se cruzaba igual. También tuve jefes maravillosos, profesionales y rigurosos que entendieron perfectamente qué significa trabajar con una mujer sin convertirla en objeto. Y quizá por eso, porque he visto ambas caras, sé que lo que hoy ocurre en estructuras políticas que se autoproclaman feministas no es un accidente: es la prolongación de una cultura que muchos consideran su derecho natural.
Machismo es considerarnos inferiores, tratar de rebajar nuestros derechos, cuestionar nuestra presencia. Lo que vemos en estos casos va más allá: es sometimiento, abuso de poder, violencia contra la integridad de las mujeres. Dejemos de normalizar a todos estos “capullos”, de flor en mano, de puño en alto o de bandera multicolor ondeando, porque aquí nos da igual si ustedes son rojos, azules, morados, verdes o arcoíris. Todo aquel que golpee la integridad de una mujer quedará teñido de gris. Lo que están haciendo, cuando acosan o encubren, no es solamente incomodar, es someter a sus compañeras, hermanas, mujeres, hijas y amigas.
El feminismo no se declama, se practica, y eso implica, entre otras cosas, creer a sus compañeras de partido cuando presentan una denuncia, activar mecanismos de protección rápidos y eficaces, apartar de inmediato a quienes estén bajo sospecha de acoso mientras se les investiga y llevar los casos a la justicia cuando haya indicios, por encima del cálculo electoral. Ustedes deberían ser el reflejo de nuestra sociedad, lo que Sócrates y Platón dibujaron como manual de la correcta democracia: cuna de virtud, de conocimiento y de justicia por encima del poder y de la riqueza. Lean más, escuchen atentamente y recuerden cerrarse la bragueta al salir.
