Tenía una buena historia, lo imprescindible para todo escritor o plumilla que se tercie. Pensaba desgranarles cómo viven hoy quienes lo perdieron todo en la Dana, aquella catástrofe que hace un año lo barrió todo a su paso, dejando una cosecha voraz de miedo. Muertos dentro de los coches, cadáveres que sembraban la tierra, casas y negocios perdidos. Historias silenciadas que, doce meses después, cumplen un macabro aniversario sin tarta ni velas en la oscuridad de las vidas rotas.
Tenía entre los dedos ríos de letras para reivindicar su dolor, sus ausencias, su abandono y una gestión nefasta de la tragedia desde todas sus aristas. También pensaba abrazarles, recordando cómo compartimos con ellos aquel torrente de lágrimas, sin saber que hoy me encontraría encerrada en mi casa escribiendo sobre mi propia tempestad: ahora la nuestra. Porque esta madrugada me ha despertado el granizo y ya no he sido capaz de dormirme.
No se empatiza del todo hasta que el frío no te cala también por dentro. Al mirar por la ventana no había nada más allá, todo era gris, plúmbeo y oscuro. Caía tanta agua que era como si no hubiese luz más allá del túnel, como si el cielo se fuese a partir en dos y con él nos hiciese desaparecer como versos sueltos.


En las siguientes horas he intentado estar activa para no pensar: he limpiado, he hecho cambio de armarios y he cocinado, como si ordenar las cosas de fuera ayudase a regular también las de dentro. A lo lejos se escuchaban las sirenas, el silbato de un agente que había cortado la calle y el repiqueteo de las gotas en la terraza.
Quienes residimos en rincones que cada otoño reviven una y otra vez su particular gota fría estamos acostumbrados a los aguaceros, a las inundaciones, a que las alcantarillas revienten y a huir a refugiarnos con el agua por los tobillos y el pelo empapado. En cambio, las alertas en los teléfonos gritándonos que no saliésemos a la calle, que evitásemos los desplazamientos y que fuésemos prudentes son tan nuevas como estos episodios que estamos sufriendo en Baleares, Comunidad Valenciana, Murcia y algunas zonas costeras de Cataluña. La primera me pilló en el aeropuerto, a punto de coger un vuelo para presentar unos premios en Barcelona. Despegué y al aterrizar comencé a escuchar las noticias sobre cómo mi isla se anegaba y sufría las peores inundaciones de las últimas décadas. Todo se cubrió de un mar de barro y, sin la ayuda inmediata, eficiente y certera de la UME, bomberos, fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, protección civil y políticos responsables que se arremangaron para velar por la seguridad de los suyos, no habríamos recuperado la normalidad en solo tres días.

Pero esta historia no se quedaría ahí, en una anécdota que contar a los nuestros para relatarles que en un lustro vivimos una pandemia, un apagón, dos guerras que olían a conflicto internacional y los peores incendios e inundaciones de nuestras vidas. El jueves regresó Alice, que solo tenía de bonito el nombre, dando vida a la canción que poníamos cada octubre en la radio cuando “llovía sobre mojado”. Para evitar males mayores se cerraron colegios, oficinas y parques públicos y nos quedamos en casa por si caía de nuevo “la Marimorena”. Algunos se rieron de unas medidas tan exageradas ante “cuatro gotas” que no dejaron más que alguna que otra rotonda, playa y calles anegadas. El viernes transcurría sereno y el sábado nos despertó con un sol cariñoso y amable. Al final parecía que la historia pasaba de rojo a amarillo, pero llegó la tarde y con ella la oscuridad.
No sé cómo me encontraré Ibiza mañana, tampoco si podré ir a trabajar. Desconozco cómo estará mi oficina, pero hoy solo tengo un gracias inmenso que darles a todas las personas que han venido a ayudarnos, a pesar del cansancio y la crudeza de lo que están pasando estos días.
Hoy se cumplen 20 años de la creación de la UME y parte de sus integrantes desfilan en Madrid conmemorando el Día de la Hispanidad. Mientras, desde aquí, como ocurría hace cinco otoños, a mí solo me queda aplaudirles y agradecerles su generosidad y trabajo para que las desgracias sean menos desgracias y las tormentas menos perfectas.
