Opinión Montse Monsalve

Sí hay marcha en Nueva York

A pesar de los titulares alarmantes y los ecos de Mecano, descubrí que sí hay marcha en Nueva York: entre rascacielos, sonrisas y sorpresas, viví una ciudad más viva que nunca.

Montse Monsalve en Nueva York junto a su sobrino Rodrigo. Foto cedida

Como reza la canción, era una ocasión singular para viajar a Nueva York, ya que el dólar estaba devaluado. El euro había subido con fuerza y, a pesar de las amenazas de Donald Trump con subirnos los aranceles, impedir que estudiemos en la Universidad de Harvard, recrudecer la pena de muerte, reabrir Alcatraz, retirarse de la Organización Mundial de la Salud y de la ONU, reajustar el sistema de admisión de personas refugiadas, reinstaurar la “Ley mordaza mundial” o retirarse del Acuerdo Climático de París, me armé de valor y me decidí a volar a ultramar para asistir a la graduación de mi sobrino, Rodrigo, quien estudia cerca de La Gran Manzana, en un colegio tan verde como mi inglés, donde le otorgaron el Balón de Oro de su promoción.

Bailando entre el orgullo y los nervios, y sin saber muy bien si me encerrarían en una de esas salas del averno a mi llegada al aeropuerto, preparé visado, maletas y sueños y me monté en un avión rumbo al JFK con mi cuñada.  

Cogida de la mano de Vanessa Montfort, quien me acompañó delicadamente a lomos de su último libro, «La Toffana», la primera pieza del dominó caía certera y perfecta. A mi lado, un jugador de béisbol americano hacía hipnóticos bailes de cuello. A pesar de esa curiosa danza de sueño se mantuvo en un respetuoso silencio y no invadió mi espacio vital, salvo cuando me entregó con una sonrisa el delicioso helado de chocolate que nos trajo la azafata como merienda. El tercer milagro fue que las albóndigas del menú, en vez de hacerme ir al baño como en el coreado tema de Mecano, estaban bastante buenas. No tanto como las de mi madre, ni siquiera como las mías, burda imitación de su receta, pero sí suculentas, aromáticas y bien condimentadas. Antes de despegar, y como un oráculo desconocedor de la aventura que emprendía, el reconocido relaciones públicas Carlos Martorell me envió una fotografía con Nacho Cano. Era de una presentación en la que mostramos al mundo la delicada canción que compuso para el Norte de Ibiza: “Neslitopis”. Mi lista de Spotify se vistió de los 90 y comenzó a sonar “No hay marcha en Nueva York”. 

De los ecos del temido Trump, solo vimos dos edificios, una cúpula turquesa a la que no nos permitieron subir y una gorra con peluquín anaranjado incorporado. Curiosamente, todas las personas con las que conversamos hablaban bien de él, independientemente de su origen y nacionalidad, y solo dos cadáveres con patas nos mostraron los estragos del fentanilo en el país.

Luces, cámara y acción. Comenzaba aquí una aventura de película caminando entre edificios que emulaban bolsos de marca, rascacielos inmensos, tiendas de alta gama, restaurantes de todas las nacionalidades y sonrisas, muchas sonrisas, porque si algo tiene Manhattan es alegría, vida y turistas. Porcentualmente el 90% de las personas a las que les pedimos que inmortalizaran nuestros paseos hablaban español y, tal vez por eso, nos atrevimos a cantar “La Vida es una Tómbola” desde las alturas del Summit One Vanderbilt o a bailar una jota castellana a los pies del puente de los Vengadores.  Las hamburguesas más míticas nos fueron servidas por camareros que eran musicales en movimiento y que nos servían patatas y Coca-Colas al ritmo de “La sirenita» para, horas después visitar la casa de los “Cazafantasmas”, el Museo de Ciencias Naturales (escenario de largometrajes icónicos) o la biblioteca de Indiana Jones. Un rodaje de altura en el que hubo muchas secuencias de compras, perritos calientes callejeros e, incluso, donde contamos con la actuación estelar de las mejores langostas y tés matcha de nuestras vidas y cuya última escena estuvo protagonizada por sendos cosmopolitan con los que nos sentimos como Carrie y Charlotte.  

Y es que, en la vida, debes permitir que los sabios guíen tus pasos y te lleven a sus lugares secretos, por eso me dejé mecer por las sorpresas y propuestas de mi familia y desmonté con ellos este temazo de Mecano. Lo siento, Nacho, pero sí hubo marcha en Nueva York; eso sí, puedes estar tranquilo, porque la banda sonora de mi vida seguirá bailando tus estribillos y no los del soporífero Bad Bunny.

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