Lo primero que pensé cuando Trump se llevó por delante a Kamala Harris en la carrera por la Casa Blanca fue «vuelve Melania». Y es que ni las ansias de poder de su marido ni las distancias que, con frecuencia, suele mantener con él en los actos públicos pueden con el efecto que genera la eslovena en pantalla. Si hay algo que no pasa desapercibido cada vez que la recién nombrada, por segunda vez, primera dama sale a escena es su estilo. Lo abarca todo. No se deja ni un sólo titular de tabloide sin acaparar. Lo vimos ayer, cuando en la investidura de Donald Trump como 47º presidente de los Estados Unidos de América, cargo que ya repitió en 2017, Melania acudió a la celebración enfundada en un abrigo en color azul navy y un imponente sombrero cordobés sobre su cabeza que impidió que el investido diera un beso a su mujer.
Aquí la pregunta que todos nos hicimos. ¿Fue escogido ese accesorio con una intención concreta o la casualidad quiso que el estilismo de ella impidiera que Donald y Melania vivieran ese espléndido momento de júbilo para el magnate alejados físicamente? Fuera cual fuese la razón, la moda se impuso y las reacciones no se hicieron esperan en redes sociales: Melania está de vuelta, así que the fashion is back.
Supo elegir el look más elegante de la ceremonia que le reestrenaba como primera dama. Y esta es una de las primera lecciones que tendrá que reaprender Donald Trump en su segunda etapa en la Casa Blanca, que nadie le ve como el protagonista cuando su mujer está cerca. Las flashes no se disparan hacia su persona si Melania camina a su lado. Habrá ganado unas elecciones de manera aplastante, pero los teclados de las redacciones la prefieran a ella. Lo comprobamos en los primeros cuatro años de Trump como presidente de Estados Unidos, cuando lo único que queríamos saber al verlos juntos era con qué estilismo iba a sorprendernos Melania, y todo apunta a que lo seguiremos comprobando durante cuatro años más. El contador arrancó ayer, cuando anuló a su marido nada más bajarse del coche vestida con un abrigo de paño en color azul marino, de corte midi y entallado, maxi solapas y doble botonadura a tono, que dejaba ver un cuello blanco, en sintonía con una falda. Un diseño del neoyorkino Adam Lippes, poco conocido pero habitual en su armario, que la convirtió en la auténtica protagonista de la toma de posesión de Trump como presidente de los Estados Unidos.
Sobria y confortable, cualquier intento de pasar desapercibida quedó anulado cuando escogió –o le escogieron– como accesorio un sombrero de ala grande, exquisito en materia de estilo, pero inapropiado para tal evento según algunas voces expertas en protocolo por impedir su mirada a los presentes. Aunque si a algo nos tiene acostumbrados Melania es a ir un paso más allá de la elegancia. Viste regia, pero su lenguaje no verbal no siempre es tan discreto como ella. Para prueba, un sombrero. Diseñado por la firma Eric Javits, cumplió la posible misión de Melania para este acto: mantener las distancias. También –o sobre todo– con su marido, quien no pudo besarla durante la ceremonia debido a las dimensiones del ala de este complemento. ¿Objetivo conseguido? Sin esperanzas por una respuesta oficial, sólo podemos quedarnos con ese amplio listado de mensajes que manda la primera dama a través de su vestimenta.
Desde su compromiso con la moda nacional, apostando por la economía estadounidense –tal y como reza el discurso patriótico de su marido– hasta la llama que mantiene viva con los medios cuando hace saltar las especulaciones por aparecer vestida con un total look en tonos azules mientras su marido luce una corbata roja. Desde la elección de accesorios que impiden saber qué quiere decirnos con su mirada, como el uso de maxi gafas o sombreros, hasta la imposibilidad de acercarse a ella por los volúmenes de sus complementos de moda. Desde el uso de guantes para impedir los besos de Trump en las manos hasta retoques estéticos y capilares que no recomiendan contacto directo con ella si el resultado se desea que sea el esperado.
Melania es una experta en lenguaje corporal y si tiene dominada alguna habilidad es la de ponerle voz a sus silencios. Durante cuatro años nos mantuvo expectantes, siempre dejándonos a la espera de un nuevo mensaje más que descifrar. Desde ayer, con los votos renovados por parte de los ya habituales inquilinos de la Casa Blanca, los periodistas volvemos a sumergirnos en la tediosa tarea de saber qué quiere decirnos Melania. ¿Está donde quiere estar? ¿Preferiría estar en otra parte? ¿Es sólo una estrategia de marketing? ¿Quiere popularidad? ¿Se ha propuesta ser la única mujer que coseche mejores cifras que su marido?
Mientras interpretamos el papel de Hércules Poirot, ella interpreta el suyo de icono de moda. Se le da bien. Las cabeceras digitales, las redes sociales y las televisiones de cualquier lado del charco no se han resistido a los encantos del estilismo elegido por la primera dama para pasar a la Historia por segunda vez. Sin embargo, ¿alguien sabe dónde estuvo Donald Trump ayer?