Cuando en el colegio me obligaron a leer Cien años de soledad lo abordé con las ganas con las que un adolescente aborda cualquier cosa que le imponen. Contra todo pronóstico, lo devoré. Aunque no lo recuerdo, seguramente leí la dedicatoria: “A Jomí García Ascot y María Luisa Elío”. Y aunque tampoco lo recuerdo seguramente aquellos nombres no me dijeron nada. La vida quiso que muchos años después y gracias a la catedrática y escritora Soledad Fox Maura, conociera al hijo de Jomí y María Luisa durante una cena en su casa. Diego Elío había crecido con la familia del Nobel y aún hoy guarda una tierna y eterna amistad con Gonzalo y Rodrigo, sus hijos. Diego fue también quién hace un par de años decidió impulsar la publicación Tiempo de llorar (editorial Renacimiento) un libro prologado por Fox Maura y en el que aparecían las obras reunidas de su madre, que a pesar de su talento nunca fue tan conocida como los hombres de su generación (oh, sorpresa).
Nacida en Pamplona de familia republicana, con diez años huyó de la Guerra Civil vía París donde fue acogida durante unos meses en el castillo del conde francés Hubert de Monbrison y su esposa, la princesa Teodora de Rusia. Terminó exiliada en México donde llegó con sus padres y sus dos hermanas.
Gabo y María Luisa fueron, efectivamente, grandes amigos. Se conocieron en los años sesenta, cuando otro escritor colombiano, Álvaro Mutis, los presentó junto a sus respectivas parejas. La vida de María Luisa Elío, fallecida a los 83 años en 2009, bien podría haber aparecido en alguna de las novelas de su amigo. Escritora, guionista y eventual actriz, desde muy joven se interesó por el teatro, el cine, la literatura y el ambiente cultural que agitaba México en los fervientes años cincuenta y sesenta del siglo pasado. “Mi madre era una mujer guapa, apasionada y de carácter simpático. Y siempre estaba rodeada de amigos”, me contaba Diego. Ese grupo de amigos era bastante grande e incluía a escritores como Carlos Fuentes y Octavio Paz, a la pintora inglesa surrealista Leonora Carrington, al ensayista José Bergamín, al poeta de la Generación del 27 Emilio Prado… Y por supuesto, a los García Márquez.
Solo cuando Luis Elío, padre de María Luisa y uno de los grandes terratenientes de Navarra falleció en México alejado y asqueado de su país natal, su hija se atrevió a volver a Pamplona. El recorrido nostálgico y titubeante por los lugares donde transcurrió su feliz infancia dio luz a uno de sus escritos más emotivos e importantes, Tiempo de llorar, que da título al citado recopilatorio.
El 11 de diciembre Netflix estrenó una miniserie de 16 capítulos basada Cien años de soledad, diez años después de la muerte Gabo que en vida, nunca permitió que la historia de Aureliano Buendía se llevara al cine o la televisión y me pareció interesante recordar a María Luisa. Una mujer que bien podría haberse considerado una influencer de su época y bien podría haber protagonizado la portada de nuestra revista contándonos «Cómo lo hizo». Cómo animó incansablemente a su amigo para que no flaqueara y escribiera una de las mejores novelas del siglo XX.