Mi amiga Juana Libedinsky es periodista y escritora. Como yo. Y todos los otoños me trae de Nueva York una bolsa de ropa de su hijo que será heredada por el mío. Este año, en la bolsa hay una camiseta amarilla de rugby de un equipo de Buenos Aires. Vintage, digo. No, es que no han cambiado el diseño desde los 70, dice ella. También una camiseta naranja de hockey de un equipo de Nueva York. Le queda enorme, digo. No, es que en el hockey sobre patines se llevan así. Y un chubasquero azul muy elegante. Qué serio, digo. Es del equipo de vela de los Hamptons, ya sabes, son muy formalitos. Entonces nos da la risa. A mí, porque me parece todo muy marciano, ese despliegue posh en mi pisito del Rastro; y a ella, porque es consciente de lo marciano que es todo. Buenos Aires-Nueva York-Los Hamptons, rugby-hockey-vela. El circuito internacional de una familia cool. Solo falta que esquíen en Bariloche. Y esquían en Bariloche. De hecho, este texto trata de una familia argentina que vive en Nueva York y esquía en Bariloche.
El marido de Juana, Conrado, sufrió un accidente esquiando allí, cayó por una pendiente, perdió el casco por el camino y rebotó contra una roca. Conrado entró en coma, en el estadio tres de la Escala de Glasgow, que equivale a muerte cerebral. Conrado fue entubado, encadenado a un respirador e ingresado en un hospital de Buenos Aires con un pronóstico fatal. ¿Y qué hizo Juana? Actuar. Reorganizó su vida, de Manhattan a Buenos Aires, escolarizó a sus hijos en el mismo colegio porteño de su infancia, investigó quién era el mejor neurólogo del país. Y por la noche se metía con Conrado en su cama del hospital para contarle al oído todo, todo, lo que había sucedido ese día: el colegio de los niños, los cotilleos del barrio, lo que sucedía en su oficina de Nueva York, lo que decía su suegra.
Este texto trata de cómo una familia sobrevive a un padre en coma. O más bien, de cómo una mujer logra que su familia sobreviva a un padre en coma y de cómo un padre en coma sobrevive.
Este texto trata de un libro, Cuesta abajo (La bestia equilátera), el libro que Juana ha escrito sobre su experiencia. Cuesta abajo es el título de un tango y una película que Carlos Gardel rodó en los años 30. Cuenta la historia de un argentino que llega a Nueva York y todo empieza a salirle mal. La letra dice: Ahora, cuesta abajo en mi rodada / Las ilusiones pasadas, yo no las puedo arrancar. Hay que tener mucho sentido del humor para titular así el drama de esa familia y de esa mujer.
Este texto trata de un libro que narra con sentido del humor el momento más trágico de una familia. Conozco a Juana desde hace años, desde que llegó a la redacción de Vanity Fair, donde yo era redactora jefa, a ofrecerse como colaboradora y me trajo un brillante listado de ideas y personajes. Desde entonces me leí y le edité –poco– todos sus columnas, entrevistas y reportajes durante una década. Conozco como escribe, su agilidad, sus imágenes vívidas. Conozco sus puntos fuertes, y si hay algo especial en su escritura es el sentido del humor. Cuesta abajo se encuentra en las antípodas del melodrama; transita un terreno resbaladizo y sale airoso.
Este texto trata de un libro que trata del amor. Porque si hay otro algo especial en la escritura de Juana es el amor. Siente amor por sus personajes y sus historias, y amor por la vida. Eso está en Cuesta abajo. Y la gente a su alrededor le devuelve ese amor. Creo que esa es una de las partes más reconfortantes del libro.
Este texto trata de una mujer valiente que ha escrito un libro delicioso y que ha guardado de un año a otro una camiseta de hockey de su hijo, la ha doblado con cuidado y la ha metido en la maleta, para que el hijo de su amiga la lleve a clase y diga, es una camiseta de Nueva York y me la traído la amiga de mi madre. Este texto trata de la amistad entre dos mujeres con dos vidas muy diferentes unidas por la literatura. Y el amor.
*Marta del Riego Anta es periodista y escritora, autora de ‘Pájaro del Noroeste’. Próximamente publicará ‘Cordillera’.